La idea moderna de ingeniería social basó su veracidad en la presuposición de que existían "reglas de profundidad", aún indómitas, desconocidas o mal entendidas, que serían traídas a la superficie gracias al trabajo de la razón; leyes férreas que gobernaban la naturaleza, y que ordenarían y regularizarían la vida humana una vez que se quitaran de su ánimo las contingencias que causaban perturbaciones. Sin embargo, alrededor del último medio siglo se ha puesto en cuestión, y en duda creciente, la mismísima existencia de "leyes férreas", así como la plausibilidad de cadenas ininterrumpidas de causa y efecto (en realidad, la capacidad de concebirlas). comenzamos a entender que la contingencia, el azar, el capricho, la ambigüedad y la irregularidad no son producto de grandes errores ocasionales y rectificables en principio, sino rasgos inalienables de toda existencia, y por ende también inextirpables de la vida social e individual de los seres humanos. Las ciencias naturales y las ciencias humanas parecen converger por una vez en opiniones notablemente similares sobre la modalidad existencial de sus respectivos objetos. Es como si el tren del pensamiento científico en su totalidad hubiera cambiado de dirección bajo el impacto de cambios drásticos en la experiencia, las prácticas y las ambiciones de la vida humana...
El día 16 de marzo de 1945, cuando la Alemania nazi ya estaba de rodillas y no quedaban dudas con respecto al pronto final de la guerra, Arthur "Bombardero" Harris, envió 225 bombarderos Lancaster y 11 aviones Mosquito con órdenes de descargar 289 toneladas de explosivos y 573 toneladas de sustancias incendiarias sobre Würzburg, una ciudad de tamaño medio, con 107 mil habitantes, rica en historia y tesoros artísticos pero pobre en industria. Entre las 9:20 y las 9:37 de la noche, unos 5 mil habitantes (de los cuales el 66% eran mujeres y el 14% eran niños) perdieron la vida, mientras se incendiaban 21 mil viviendas: sólo 6 mil residentes seguían teniendo un techo sobre la cabeza una vez que los aviones se habían retirado. Hemann Knell, quien calculó estas cifras luego de un escrupuloso escrutinio de los archivos, se preguntaba por qué se eligió destruir una ciudad carente de toda importancia estratégica (opinión confirmada, aunque de forma indirecta, por la total omisión de su nombre en la historia oficial de la Real Fuerza Aérea, donde se enumeran meticulosamente todos los logros de esta institución militar, incluso los más insignificantes). Una vez que hubo examinado la totalidad de las causas alternativas concebibles, descartando una por una, Knell se quedó con la única respuesta sensata a su pregunta: que a principios de 1945, Arthur Harris y Carl Spaatz (el comandante de las Fuerza Aérea estadounidense en Gran Bretaña e Italia), se habían quedado son blancos para atacar.
El bombardeo progresó según los,planes, sin consideración alguna del cambio en la situación militar. La destrucción de ciudades alemanas continuó hasta fines de abril. Al parecer, una vez que se había puesto en marcha el aparato militar ya no había forma de detenerlo. Tenía vida propia. Estaban todos los equipos y todos los soldados al alcance de la mano. Seguramente fue por eso que Harris decidió atacar Würzburg.
Pero... por qué Würzburg y no cualquier otro lugar? Sólo por razones de conveniencia. Tal como se había advertido en previas misiones de reconocimiento, "la ciudad era fácilmente localizable con los medios electrónicos disponibles en aquella época". Y se hallaba a distancia suficiente de las fuerzas aliadas en avance como para reducir la amenaza de un nuevo "fuego amigo" (es decir, un bombardeo de las tropas propias). En otras palabras, la ciudad era un "blanco fácil y exento de riesgos". He ahí el error involuntario e inadvertido que había cometido Würzburg, un error imperdonable para cualquier blanco de ataque una vez que "se había puesto en marcha el aparato militar"...
En la violencia nazi, Una genealogía europea, Enzo Traverso propone el concepto del "potencial de barbarie" de la civilización moderna. En su estudio dedicado a la violencia nazi, llega a la conclusión de que las atrocidades de impronta nazi fueron excepcionales sólo en el sentido de que sintetizaron numerosos medios de esclavización y aniquilación ya puestos a prueba, aunque por separado, en la historia de la civilización occidental.
Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki prueban que los pereceres opuestos a la Ilustración no son condiciones necesarias de la masacre tecnológica. Las dos bombas atómicas, como los campos de exterminio nazis, fueron elementos del "proceso civilizatorio", manifestaciones de uno de sus potenciales, uno de sus rostros y una de sus posibles ramificaciones.
Treverso concluye su exploración con la advertencia de que no existe fundamento alguno para excluir la posibilidad de que aparezcan otras síntesis en el futuro: síntesis no menos sanguinarias que la de los nazis. A fin de cuentas, la Europa civilizada y liberal del siglo XX demostró ser un laboratorio de violencia. Por mi parte, agregaría que no hay señales de que ese laboratorio haya cerrado sus puertas o cesado sus operaciones en los albores del siglo XXI.
* Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto)
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