El buen humor, como es sabido, procede del hecho de que nuestra situación -condición física, relaciones con el entorno- no nos es adversa, nos favorece y nos proporcionan un sentimiento de bienestar. Y entonces, nuestra forma de existir, dejos de chocar con las de los demás, se armoniza espontáneamente con la de ellos. La gran confianza en que lo que se hace será bien recibido deriva de esta adecuación, pero implica igualmente que no se busque impresionar y que no se crea uno en la obligación de dar muestras de dominio de sí. De este modo, la distensión y la confianza en el hecho de ser suficientemente aceptado por los demás dejan libre el camino a la espontaneidad. Comienza así un circulo virtuoso: a la gentileza, a la amabilidad los demás responden favorablemente, lo que justifica retroactivamente la confianza depositada en ellos. Por el contrario, la voluntad de gustar, en la medida en que presupone la necesidad de luchar por hacerse reconocer, siempre genera tensión.
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