La literatura no es como la medicina y las finanzas, cuya descomunal remuneración permite que se dediquen a ellas muchas personas en absoluto dotadas para la medicina o las finanzas. Un médico o un bolsista no ganan más dinero cuanto <<mejor>> trabaja, sino que siempre gana mucho, aunque lo haga muy mal. Pero la literatura apenas tiene mercado. Caben dos o tres figuras emblemáticas que se enriquezcan vendiendo libros, pero nada más; y desde luego nunca llegan a ser tan ricos como los profesionales de la desvergüenza. Así que quien se dedica a la literatura lo suele hacer por obsesión del oficio. Un oficio que a nadie importa una higa. La literatura crea productos innecesarios, superfluos, perfuntorios, pero construidos en libertad y con mucho esfuerzo. No es de extrañar que el oficio esté ya prácticamente extinguido.
En el proceso de la extinción, desde las colosales construcciones del siglo XIX que hoy nos dejan estupefactos hasta lo que en la actualidad sabemos hacer, se han ido produciendo derrumbes, como en todos los monumentos a los que el tiempo les vuelve el rostro para mirar en otra dirección. La historia de esos derrumbes es la historia de la literatura contemporánea. Cada nueva hornada de artesanos olvida una técnica, un instrumento, un truco. Las narraciones de los noventa, en términos masivos, también traen sus peculiares rasgos de derrumbe. Su propia ruina.
* Félix de Azúa (Contra Jeremías) Artículos políticos
* Félix de Azúa (Autobiografía de papel)
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