La Economía Colaborativa sigue contando con el apoyo y la lealtad de muchas personas progresistas —en particular de jóvenes que se identifican claramente con las tecnologías que utilizan— cuyos instintos bondadosos están siendo manipulados y que acabarán por sentirse traicionadas. La Economía Colaborativa invoca esos ideales para amasar inmensas fortunas privadas, para ir contra de comunidades reales, para fomentar una forma de consumismo más opresiva y para crear un futuro más precario y con más desigualdades que nunca.
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Un sector destacado es el financiero. Compañías de préstamos entre iguales como Lending Club y Prosper aseguran sustituir a las tarjetas de crédito y a los bancos con préstamos entre personas a intereses más bajos. Lending Club empezó a cotizar en bolsa en diciembre de 2014, y el volumen de préstamos entre particulares está aumentando rápidamente; en mayo de 2015 las cinco compañías más grandes gestionaban cerca de un millón de préstamos y estaban generando más a un ritmo muy superior a los 10.000 millones de dólares al año.
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Desde el verano de 2014 el panorama se ha vuelto más exagerado aún. En Agosto de 2015 la recaudación de fondos de Airbnb había ascendido a la desorbitada cifra de 23.000 millones de dólares. Lyft había recaudado 1.000 millones y su rival Uber (que no es socio de Peers) había alcanzado una cifra de nada menos que 7.000 millones.
Lo que viene a demostrar todo eso es que, mientras que la Economía Colaborativa suele presentarse como una serie variopinta de iniciativas comerciales y no comerciales por el mundo entero (desde cooperativas de intercambio de herramientas hasta canguros para mascotas y demás), esta imagen es un tanto engañosa. La Economía Colaborativa consiste casi por completo en un número reducido de empresas tecnológicas respaldadas por ingentes cantidades de capital riesgo.
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La Economía Colaborativa es un movimiento: un movimiento por la desregulación. Importantes instituciones financieras e influyentes fondos de capital riesgo están aprovechando la oportunidad para desafiar las normas establecidas por Gobiernos municipales democráticos del mundo entero y para remodelar las ciudades en interés propio. No se trata de construir una alternativa a la economía de mercado liderada por las corporaciones, sino de extender el mercado libre sin regulaciones a nuevos ámbitos de nuestras vidas. Es difícil tomarse en serio el entusiasmo por «el final de la propiedad», título de una entrada del blog de Andreessen Horowitz sobre la La Economía Colaborativa, cuando proviene de los propietarios de las compañías implicadas. Y cuando Atkin sueña con «ciudadanos que se agrupan para crecer y proteger sus intereses en La Economía Colaborativa en lugar de empresas que ejercen su poder», uno no puede por menos de preguntarse qué lugar ocupa la suya.
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LO TUYO ES MÍO
En unos pocos años la Economía Colaborativa ha pasado de la generosidad de «lo mío es tuyo» al egoísmo de «lo tuyo es mío», a medida que los valores no comerciales que invocaba la expresión «Economía Colaborativa» han ido quedando atrás o reduciéndose a ejercicios de relaciones públicas.
El principal motivo que me llevó a escribir este libro fue una sensación de traición, de lo que empezó como una apelación a la comunidad, a los vínculos entre personas, la sostenibilidad y la colaboración se ha convertido en el paraíso de multimillonarios. Wall Street e inversores de capital riesgo que han introducido aún más sus valores de libre mercado en nuestras vidas privadas. La promesa de una alternativa más personal, una forma de capitalismo legitimado está propiciando, en cambio, una forma de capitalismo más rigurosa: desregulación, nuevas formas de consumismo legitimado y un nuevo mundo de empleo precario. Se habla mucho de democratización y redes de trabajo, pero lo que se ha producido es una separación del riesgo (repartido entre los proveedores de servicios y los clientes) respecto a la recompensa, que acaba en manos de dueños de las plataformas. A pesar de las proclamas de sostenibilidad ecológica encarnadas en ideas como «acceso antes que propiedad» y la reutilización del exceso de capacidad, el sector bajo demanda está fomentando, por el contrario, una nueva forma de consumo privilegiando: «el estilo de vida como un servicio».
Lo que resulta especialmente triste es que muchas personas bienintencionadas, que tienen una fe errónea en la capacidad intrínseca de internet para promover la convivencia igualitaria y la confianza, han sido cómplices sin saberlo de esta acumulación de fortunas privadas y de la creación de nuevas formas de explotación laboral.
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