Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan.
Vivo en un país enfermo y su decorado apunta que me tocará envejecer aquí y de ningún modo en la cafetería del World Trade Center de Nueva York, como eventualmente sería mi deseo, ni jugaré tampoco con la posibilidad de dejar mi cuerpo al cuidado de un gimnasio para jubilados en las playas de Florida, idea que por otro lado me repugnan, sino en este Sanatorio ancho como un reino donde sus residentes, me refiero a millones de ellos, deambulan hostigados a todas horas el aire viciado del entorno.
El escenario en el que me encuentro, lejos de ser aquel hermoso y apacible territorio de origen, ha terminado por convertirse en reducto artificial, monotemático, seriado y sometido a un eslogan teledirigido desde las alturas, día y noche, por cometas patrióticos.
Algo se mueve por debajo, decimos los callados, con tal de protestar contra la imposición autoritaria del nuevo tribunal inquisidor que nos acusa. Hambrientos de libertad y constancia, votamos por una pronta e inútil salida de este hospital de muerte sabedores de que el presidente y sus cómplices pretenden dejarnos acorralados en esta balsa a la deriva eternamente.
Los callados, sometidos a nueva identidad del virus transmitido, conocemos muy bien el hundimiento que nos espera de seguir aquí, tal vez para siempre, porque una nube de intereses corruptos del estamento superior del Sanatorio, llamado ESTADO, nos impide distinguir lo diferente de lo desquiciado; lo real de lo imposible; lo entero de lo fragmentado.
La ofuscación-deslumbramiento que padecemos, pues se trata de una misma clase de ceguera, no deja de atormentarme tanto más porque su germen y seguimiento de una masa indeterminada, en agitación constante, responsable del virus del delirio mental como de la infección generalizada que sumirá a este Sanatorio en el aislamiento más profundo durante años. Muerte en vida es la que padecemos, propia de toda tendencia masiva instituida contra la humanidad pensante.
La masa se consolida en un bloque unitario que impide cualquier transgresión, La masa juega con poseer la verdad única a su favor gracias a haber sido cocinada durante años a partir de un compuesto de artimañas, sobresaltos, fraudes y fingimientos miles. La masa no oye no ve lo que no quiere ver ni oír. Lo privativo de la masa consiste en inventarse un enemigo específico y devastador. Por tanto: ficticio. Falseado. Solo esencial para dar fundamento a la masa.
La masa es el infierno del poder. El puño del dictador. El loco de la razón pura.
Por todo lo cual, me permitiré desde ahora mismo ir apuntando mi percepción silente de la realidad en este encierro en el que he sido abocada, ya que estaba allí, era mío y no tenía otra elección siendo yo mismas un más de los residentes silenciosos metidos todos sin darnos apenas cuenta en este Sanatorio de muerte, tan astuta y lentamente construido desde hace ya más de cuarenta años.
Yo misma debo de estar enferma de densidad porque repito la palabra «todos» sin nada que lo justifique como si los residentes fuéramos una familia inseparable cuando por el contrario estamos, mal que nos pese, divididos, por obra de su presidente y adeptos, en dos grupos contrarios a fin de que quienes alientan el virus separador logren sus objetivos de excluirnos definitivamente.
Yo misma debo de estar enferma de inquietud dada mi urgencia en atacar toda demagogia e imposición populista, y decir lo que pienso, escribir lo que pienso, cantar lo que pienso y cuando lo considero necesario, gritar a voces lo que pienso. Algo realmente insólito aquí donde la voz del amo es el credo de religión dominante en este Sanatorio manipulado por un estamento superior, bajo el cual, por razones de sus normativas patrióticas, los súbditos del presidente en cuestión deben manifestare en masa, mientras el individuo pensante ha dejado de existir salvo si pertenece al bando de los callados, insumisos por tanto al régimen chapucero y, por demás, marginados. De lo que se comprende el esfuerzo de algunos de los callados por mantener en alto la verdad, elevar en lo posible la voz legítima y parodiar a esos títeres del fanatismo mental.
Al ser considerada mi voz particular, la mía propia, un extravío de la razón, soy calificada por ello como voz discordante y enemiga del pueblo. Así que, como dice mi amigo Jan, la mejor manera de resistir en este hospital de muerte es enmudecer y aguantarse.
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