1. En esta parte de libro propongo abordar algunos temas relacionados con el presunto valor moral de la igualdad. Hasta donde soy consciente, nada de lo que diga respecto a estos temas implica aspectos sustanciales respecto al tipo de principios sociales o políticos que sería deseable perseguir o evitar. Mi argumentación está exclusivamente motivada por intereses conceptuales o analíticos. No está inspirada o configurada por una ideología social o política.
2. Niego categóricamente la presunción de que el igualitarismo, en cualquiera de sus variantes, constituya un ideal con una importancia moral intrínseca, lo cual no significa de ninguna manera que esté inclinado a fomentar o ser indiferente a las desigualdades vigentes, o que me oponga a los esfuerzos por eliminarlas o mejorarlas. De hecho, apoyo muchos de esos esfuerzos. Lo que me lleva a apoyarlos, sin embargo, no es la convicción de que la igualdad de cualquier tipo sea moralmente deseable en sí misma no que ciertos objetivos igualitarios sean, por el contrario intrínsecamente valiosos. Se trata, por el contrario, de una creencia más contingente y de raíz pragmática, según la cual en muchas circunstancias una mayor igualdad, de una u otra naturaleza, facilita la búsqueda de otros objetivos social y políticamente deseables. Estoy convencido de que la igualdad en sí misma no posee un valor moral inherente o no derivado.
3. Algunos filósofos creen que una distribución equitativa de ciertos recursos valiosos es un bien moral significativo en virtud de su carácter igualitario. Otros sostienen que lo que en el presente reviste importancia moral no es que los recursos se distribuyan equitativamente, sino que todos disfruten del mismo nivel de bienestar. Todos esos filósofos están de acuerdo en que existe algún tipo de igualdad moralmente valiosa en sí misma, al margen de la utilidad que esta posea para conseguir otros objetivos moralmente deseables.
Creo que en la medida en que los ideales igualitarios se basan en la suposición de que la igualdad de cualquier tipo es moralmente deseable en sí misma, el atractivo moral del igualitarismo económico es una ilusión. Es cierto que, entre individuos moralmente concienzudos, las llamadas en pro de la igualdad a menudo tienen un considerable poder emocional o retórico. Además, como he señalado, hay situaciones en las que las consideraciones moralmente pertinentes indican, de hecho, que cierta desigualdad debería ser evitada y reducida. Sin embargo, creo que siempre es un error considerar que la igualdad es deseable intrínsecamente. N hay ningún ideal igualitario cuya realización sea valiosa mera y estrictamente por sí misma. Cuando es moralmente importante esforzarse por la igualdad, siempre lo es porque actuar así fomentará a otros valores y no porque la igualdad en sí misma sea moralmente deseable.
Además de la igualdad de recursos y la igualdad en la riqueza, pueden distinguirse otros muchos modos de igualdad: igualdad de oportunidades, igual de respeto, igualdad de derechos, igualdad de consideración, idéntica atención, etcétera. En mi opinión ninguna de estas modalidades de igualdad es intrínsecamente valiosa. Por lo tanto, sostengo que ninguno de los ideales igualitarios correspondientes poseen un valor moral no derivado. Una vez despejadas diversas confusiones y tergiversaciones conceptuales, finalmente parece evidente que la igualdad en sí carece de revelancia moral.
4. Respecto a las condiciones desiguales que prevalecen cuando las clases socioeconómicas están fuertemente estratificadas. Thomas Nagel pregunta: ¿Cómo podía no ser perverso que las perspectivas vitales de algunas personas sean radicalmente distintas a las de otras ya desde su nacimiento? La pregunta posee una innegable fuerza retórica. Parece imposible que cualquier persona decente, con sentimientos normales de bondad humana, no reconozca que las radicales discrepancias iniciales en las perspectivas de la vida son moralmente inaceptables, y que la inclinación a tolerarlas sería rotundamente inmoral.
Y, si embargo, ¿Es realmente indiscutible que estas discrepancias son siempre tan horribles? Aunque la perspectiva vital de quienes han ocupado los estratos socioeconómicos inferiores casi siempre han sido terribles, no es necesariamente cierto que esta conocida relación tenga que darse siempre. Después de todo, tener menos es compatible con tener bastante, tener un nivel de vida inferior a otros no significa vivir mal.
Ciertamente, las personas que se encuentran en los estratos más bajos de la sociedad normalmente viven en condiciones terribles, pero esta asociación entre baja posición social y una espantosa calidad de vida no implica que las cosas tengan que ser así por necesidad. Simplemente es la constatación de cómo han sido las cosas históricamente en el presente. No hay conexión necesarias entre ocupar el nivel inferior de la sociedad y ser pobre en el sentido en que la pobreza constituye una barrera seria y moralmente cuestionable para llevar una buena vida.
Supongamos que sabemos que la perspectiva de aquellos cuya vida es «radicalmente inferior» es, de hecho, bastante buena; no tan buena como la perspectiva inicial de otros, por supuesto, pero lo suficientemente buena como para asegurar una vida que incluya muchos elementos genuinamente valiosos y que las personas sensible y razonables encontrarían profundamente satisfactorios. Probablemente esto alteraría la naturaleza de nuestra preocupación. Aunque continuáramos insistiendo en que la desigualdad nunca puede ser plenamente aceptable, las discrepancias entre perspectivas vitales muy buenas y perspectivas vitales aún mejores no nos parecerían un argumento que justificase el intenso sentido de urgencia moral suscitado cuando se define cualquier discrepancia de este tipo como «perversa».
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