Manuel Cruz (Escritos sobre la ciudad y alrededores)

INYECTAR SOCIEDAD

Tal vez, de acuerdo con lo que declaran quienes acostumbran a ser considerados como expertos en el asunto, resulte conveniente para evitar catástrofes sistemáticas inyectar capital en los bancos. Pero lo que resulta ya no conveniente, sino directamente imprescindible para que no naufragamos en una gigantesca desagregación colectiva, es inyectar sociedad no sólo a los partidos políticos sino también en la mayor parte de nuestras instituciones públicas.

Tal afirmación no se pretende inocente ni, menos aún, carente de supuestos. Subyace a la misma el decidido rechazo a la deriva adoptada por el mundo de un tiempo a esta parte, cegando por completo la posibilidad, no ya de continuar alimentando la expectativa de un orden más justo y equitativo, sino incluso la de que el orden existente hasta ahora fuera capaz de limar sus aristas más afiladas y dolorosas, sus injusticias más flagrantes. Hasta tal punto han caducado dichas expectativas que la consigna misma de un capitalismo compasivo -presunto hallazgo comunicativo no tan lejano de algunos partidos conservadores- ha terminado por parecer ingenuamente bienintencionada, candorosamente benefactora.

Esta nueva y descarada percepción de nuestra realidad va mucho más allá de la mera constatación del estado de cosas existente, para dejar en evidencia buena parte de los supuestos sobre los que descansaban las viejas expectativas (es, en este sentido, una constatación que incluye la crítica). Así, el convencimiento de la racionalidad del sistema, aceptado incluso por los más críticos, parece haber hecho aguas, y de manera ostentosa, por todas partes. Día sí, día también, fallan de manera estrepitosa las previsiones acerca de los futuros comportamientos [sic] de los mercados, reinterpretados a toro pasado de forma descaradamente ad hoc a base de apelar a nuevos elementos no tenidos en cuenta en la primera interpretación y que nada alcanzan a clarificar. (Ha habido diarios en este país que han atribuido la subida de la prima de riesgo soberana al espanto de los inversores al tener noticias de la quema de contenedores en una jornada de huelga, de la misma forma que no han faltado ministros que han endosado idéntica subida a una pitada en un campo de fútbol).

Lo propio cabría afirmar respecto a la forma, entre displicente y paternalista, con la que desde el poder se nos propone últimamente orillar determinados planteamientos, como los representados por el discurso feminista, el ecologismo o los indignados, con el pretexto de la urgencia de las cuestiones económicas por encima de cualquiera otras, cuando son todos esos planteamientos los que se esfuerzan precisamente por intentar introducir equidad y razón en un mundo tan injusto como caótico. ¿O es que alguien puede considerar razonable poner en juego nuestra supervivencia como especie por causa de la codicia insaciable de unos poco? O, formulando esta misma perplejidad desde otra perspectiva, la del filósofo esloveno Slavoj Zizek: <<se nos dice que (...) la única manera de salvarnos en estos tiempos difíciles es empobrecer a los pobres y enriquecer más a los ricos. ¿Qué deberían hacer los pobres? ¿Qué pueden hacer?>>.

En cierto sentido, la respuesta a todas estas preguntas ya quedó formulada de buen principio: se trata de encontrar nuevas formas de organización y de acción colectivas, orientadas a ese objetivo de inyectar sociedad al que nos referíamos al principio. Por si, por repetir otro tópico, la inyección de dinero a los bancos garantiza que continúe fluyendo el torrente sanguíneo de la economía, la inyección de sociedad en partidos e instituciones constituye nada menos que la condición de posibilidad de que ese cuerpo común que formamos entre todos continúe vivo.

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2 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Enhorabuena por el blog, te enlazo al mío.

joaquin rabassa dijo...

Muchas gracias David, a ver si entre todos podemos cambiar esta sociedad que nos está matando.

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