Zygmund Bauman (¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?)

ALGUNAS GRANDES MENTIRAS 
SOBRE LAS QUE SE ASIENTA 
UNA MENTIRA TODAVÍA MAYOR

John Maxwell Coetzee, un filósofo formidable y un novelista exquisito, así como un observador incansable y agudo de los pecados, los errores y las tonterías del mundo, apunta que:

La afirmación de que nuestro mundo debe dividirse en entidades económicas competitivas porque eso es lo que pide la naturaleza, es exagerada. Las economías competitivas aparecieron porque decidimos crearlas. La competencia es un sustituto sublimado de la guerra. La guerra no es en absoluto inevitable. Si queremos la guerra, podemos elegir la guerra; pero si queremos la paz, también podemos elegir la paz. Si deseamos la rivalidad, elegimos la rivalidad. Sin embargo, en vez de ello podemos elegir la colaboración amistosa.

El inconveniente reside, no obstante, en que nuestro mundo, haya sido o no modelado por las decisiones que adoptaron y aplicaron nuestros antepasados, no resulta idóneo para la coexistencia pacífica en este principio del siglo XXI, y muchos menos para la solidaridad humana y la colaboración amistosa. Ha sido dirigido hacia otras formas que la colaboración y la solidaridad no sólo son impopulares, sino que suponen una elección difícil y costosa. No cabe duda de que relativamente poca gente, y en relativamente pocas ocasiones, halla en su mundo material y/o espiritual la fuerza suficiente para elegir ese camino. La gran mayoría, aunque tengan intenciones y creencias nobles y elevadas, se enfrentan a realidades hostiles y vengativas, cuando no irresistibles; realidades de codicia y corrupción omnipresente, de revalidad y egoísmo en todas partes, y todas estas realidades aconsejan y ensalzan la sospecha mutua y la vigilancia perpetua. Una persona no puede cambiar esas realidades por sí sola deseando que desaparezcan, combatiéndolas o ignorándolas (y por tanto le quedan pocas alternativas, a excepción de seguir los patrones de comportamiento que, consciente o inconscientemente, a propósito o por defecto, reproducen de manera monótona el mundo del *bellum  amnium contra omnes). Ésta es la razón por la cual tendemos a confundir esas realidades (realidades impuestas, implantadas o imaginadas, obligadas a reproducirse a diario con nuestra ayuda) con la <<naturaleza de las cosas>>, que ningún poder humano puede desafiar o cambiar. Siguiendo con el argumento de Coetzee: <<un humano típico>> seguirá creyendo que en el mundo gobierna la necesidad y no un código moral abstracto. Él o ella seguirán creyendo aquello que ese <<humano típico>> tiene, admitámoslo, buenas razones para creer: que lo que debe ser, debe ser, y punto. Éste es el mundo en el que tenemos que vivir, eso es lo que tendemos con razón a concluir. Y deducimos, erróneamente, que no hay -ni puede haber- una alternativa para este tipo de mundo.

Pero ¿qué significan esas <<realidades incuestionables>> que nosotros, los <<ciudadanos medios>> (o, <<la gente común y corriente>>) consideramos que están <<en el orden de las cosas>> o <<en la naturaleza de las cosas>> y que seguirán siendo así? En otras palabras, ¿cuáles son esas premisas aceptadas de forma tácita y presentes de forma invisible en cada opinión sobre el <<estado del mundo>>, que nos afectan a todos nosotros y que configuran nuestra comprensión (o mejor dicho nuestra mala comprensión) de este mundo, pero que apenas hemos intentado cuestionar, entender o poner a prueba?

Déjenme nombrar tan sólo algunas de ellas, entre las cuales se encuentran aquellas falsas creencias que son responsables de la pesadilla de la desigualdad social y su crecimiento aparentemente imparable cual una metástasis cancerígena. Pero les advierto desde el principio que todas esas <<premisas incuestionables>>, sometidas a un examen más atento, resultarán no ser más que los diversos aspectos del statu quo (de las cosas tal y como están, no como deberían estar). Y veremos también que estos aspectos de nuestro drama cotidiano también se apoyan en unas premisas no probadas, no explícitas y directamente engañosas. Es cierto que éstas son hoy <<realidades>>, en el sentido de que resisten tenazmente los intentos de reformarlas o de sustituirlas; de hecho, cualquier intento que se lleve a cabo sólo puede emprenderse con las herramientas que tenemos a nuestra disposición en la actualidad (como descubrieron dos grandes sociólogos, W.I. Thomas y Florian Znaniecki, hace un siglo: si la gente cree que algo es verdad, hacen que sea verdad por su manera de comportarse...). Esto no quiere decir que sea imposible (es decir, que esté permanentemente más allá del poder humano) cambiar o sustituir los aspectos cuestionados. A lo sumo significa que cambiar esas realidades requiere más que un simple cambio de mentalidad. Requiere nada menos que un cambio, bastante drástico y en un principio doloroso y poco atractivo, en nuestra manera de vivir. 

He elegido aquí para analizarlas unas cuentas de estas presunciones implícitas generalmente aceptadas como <<obvias>> (es decir, que no necesitan pruebas):

1. El crecimiento económico es la única manera de hacer frente y de superar todos los desafíos y los problemas que genera la coexistencia humana.

2. El crecimiento continuo del consumo, o más precisamente una acelerada rotación de nuevos objetos de consumo, es quizá la única manera, o en todo caso la principal y más eficaz, de satisfacer la búsqueda humana de la felicidad.

3. La desigualdad entre los hombres es natural, y adaptar las oportunidades de la vida humana a esta regla nos beneficia a todos, mientras que intentar paliar sus efectos nos perjudica a todos.

4. La competitividad (con su dos caras: el reconocimiento del que se lo merece y la exclusión/degradación del que no se lo merece) constituyen de manera simultánea una condición necesaria y suficiente de la justicia social así como de la reproducción del orden social.

* guerra de todos contra todos.

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