Mucho más importante para la perspectiva de futuro de la humanidad era en cambio, desde Darwin, la cuestión de su destino futuro en cuanto especie. En torno a ella se desencadenaron en el último tercio del siglo XIX acaloradas controversias ideológicas respecto al futuro en las que se entremezclaban argumentos biológicos y éticos, políticos e históricos. Se trataba, por una parte, de si la humanidad habría hallado en el cristianismo, el humanismo y otros sistemas religiosos de normas, principios permanentes para su vida en común, principios que ya no podría perder, a cuyos ideales, por el contrario, podía acercarse cada vez más. O si, como afirmaban principalmente Nietzsche y sus partidarios, encontraría alguna vez en el <<superhombre>> una nueva etapa de la evolución humana con una moral <<más allá del bien y del mal>>. Por otra parte, se planteaba la pregunta de si la tendencia histórica hacia el superior desarrollo cultural de la humanidad no alcanzaría en algún momento, con el moderno desarrollo de la técnica -incluso si no lo había alcanzado ya en el presente-, un puesto a partir del cual degeneraría y se extinguiría.
Entre el progreso técnico y de civilización y el nivel cultural de un pueblo, los críticos de la modernidad de tendencia conservadora veían en 1900 una fatal contradicción. Si bien las posibilidades técnicas y la riqueza económica podían quizá multiplicarse en progresión aritmética, la ley de vida de los pueblos seguía en cambio un modelo cíclico. La Primera Guerra Mundial trajo respecto a esta cuestión, sobre todo en Alemania, un histórico cambio de mentalidad. Alemania, según una visión muy extendida desde Hegel, había sido considerada hasta entonces por los alemanes un país joven que iba en ascenso, cuyo punto culminante se situaba todavía en el futuro, mientras Inglaterra y Francia habían dejado ya atrás el punto culminante de su desarrollo.
Después de la guerra, Oswald Spengler, consideraba en cambio que <<Occidente>> en su conjunto había entrando en decadencia, mientras que otros pueblos, sobre todo los rusos, parecían estar en fase ascendente. El acenso de Rusia y de los Estados Unidos lo había profetizado Alexis de Tocqueville en la década de 1840. Sin embargo, no era esta doctrina de los ciclos culturales en cuanto a tales la que caracterizaba el horizonte de expectativas histórico-culturales de comienzos del siglo XX, sino la enorme distancia en la que la mirada hacia el futuro a menudo, ahora, se perdía. Típico de esta situación es un sermón que pronunciara el Núrembeg, en 1905, el párroco Friedrich Rittelmeyer:
Creemos ahora, con nuestro trabajo, ser un poco útiles al mundo y a la patria, y no cabe duda de que nuestra patria desempeñará todavía durante tiempo su papel en la historia universal, ¿y entonces? Entonces les toca el turno a otros pueblos, americanos, rusos. ¿Y entonces? Entonces, cuando hayan vuelto a pasar siglos o milenios, quizá despierten los pueblos negros de África y dirijan durante cierto tiempo la historia del mundo. ?Y entonces? Entonces quizá vuelvan a pasar milenios durante los cuales los hombres, mediante nuevos descubrimientos e inventos constantes, habrán hecho bastante cómoda la vida en la tierra. ¿Y entonces? Entonces empezará la Tierra a enfriarse poco a poco, la humanidad estará cada vez más cansada, cada vez más débil, y finalmente morirá toda la vida sobre la Tierra. ¿Y entonces? Entonces no quedará nada de todas las cosas magníficas de la Tierra, nada más que un gran desierto, una gran tumba. La Tierra se estrellará contra el Sol y, en otro otro, empezará e nuevo el baile.
Tres decenios más tarde diseñó Bruno Bürgel un itinerario parecido para la historia. En él ya no se hablaba de América y Rusia, cuyo destino histórico, según Bürgel, ya se había cumplido; pero, también para él, <<las etapas de una evolución de cientos de miles de años>> se desarrollarían en el futuro fuera de Europa: <<Es posible que -como muchos creen- en Asia, el gran crisol de pueblos, donde en estos momentos existe bastante intranquilidad y dinamismo, sin que se dibujen líneas claras, surja lentamente una nueva cultura, y también es posible, que más tarde todavía, en un tiempo lejano, África despierte y, de esa humanidad oscura, brote una cultura de la que hoy no podemos hacernos propiamente una idea [...]>>. Pero, finalmente, <<es probable que nuestro astro, lleno de vida, en un futuro remoto se convierta en un mundo en el que la vida involucione hacia formas cada vez más primitivas, y venga finalmente un estado de eterno silencio, de muerte eterna, en condiciones comparables a las del mundo lunar>>.
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