Karl Gottlob Schelle (El arte de pasear)

Ser seres de dos mundos, ver cómo la vida nos entrega, como último fin, capacidades propias de las naturalezas pensantes y compartir a un tiempo las necesidades de los seres físicos: esto es lo que determina para los hombres la peculiaridad de una existencia humana. A consecuencia de ésta lo físico y lo psíquico que hay en nosotros se influyen mutuamente de manera decisiva. Como seres pensantes deseamos, según nuestra determinación, continuar ampliando nuestra vida intelectual y, de ser posible, extenderla a toda nuestra existencia, deseando librarnos de las opresoras ligaduras de lo físico, hasta donde lo permita nuestra existencia terrenal. Pero precisamente las leyes de la existencia física ponen barreras de todo tipo a nuestra capacidad de raciocinio. Nos vemos dependientes del clima, del alimento, del movimiento, de la calma y del sueño, de los sufrimientos físicos y psíquicos. Tan sólo podemos determinar unas pocas cosas de nuestra existencia física, mientras que otras no dependen en absoluto de nosotros, y al pasar los años, aun con mucha suerte, apenas si se ha vivido la mitad de la vida: ello si la vida no significa otra cosa que hacer algo, ser consciente de la existencia, sintiendo, pensando y actuando.

Uno de los muchos condicionantes de nuestra existencia física es el movimiento del cuerpo. Cierto que no es un condicionamiento directo de la vida como el alimento y el sueño, aunque la carencia absoluta de movimiento, aun si fuera sólo del movimiento interno del juego de las fuerzas vitales, sería igual que la misma muerte. Pero incluso cuando el movimiento del cuerpo no es tampoco un condicionante directo de la vida y nadie muere por ello de inmediato, o cuando, por ejemplo, alguien ha de estar mucho tiempo en prisión, sí que lo es indirecto: éste es imprescindible para la salud del cuerpo y para el bienestar físico.

Pero no sólo el bienestar físico depende del movimiento del cuerpo: también de él el bienestar psíquico en virtud de la influencia mutua entre cuerpo y mente. Algunas quimeras del mundo erudito al igual que algunas que algunas construcciones monacales -un insulto para el sano juicio- tal vez tuvieron su origen en una carencia de movimiento corporal. Y aunque, suponiendo también que la falta de movimiento del cuerpo y la inspiración constate del aire sofocante y cerrado de las salas no ahogan de inmediato el sano juicio, sí que generan, aun usando plenamente la razón, una mente enfermiza.

En ambos sentidos -en lo referente al cuerpo y la mente- el movimiento corporal es un requerimiento necesario para la salud física y mental; pero ésta es sólo de naturaleza mecánica, no psíquica. En realidad no va pareja a ninguna actividad de la razón ni significa nada para la vida intelectual en sí misma. No es más que un remedio necesario para los seres con dependencia física, para mantener en juego las fuerzas hasta el final de la existencia humana, pero por sí sola no cumple ninguna finalidad intelectual. Es decir, que vendría a tener la misma categoría que el sueño, del cual no podemos prescindir, pero cuya duración excesiva supone también una auténtica pérdida para nuestra propia vida. Si salir a pasear tuviera sólo ese valor limitado, la mente acabaría completamente vacía: entonces la contemplación detenida de tal movimiento mecánico sería completamente innecesaria, y como condicionamiento físico que da a la mente su espacio de actuación no tendría ninguna influencia práctica sobre la vida. Sólo que pasear está lejos de ser únicamente una actividad física, y muy bien puede ponerse de relieve su valor espiritual.

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Evidentemente el movimiento físico del cuerpo no constituye ni con mucho el paseo. El movimiento del cuerpo -por muy beneficioso que sea para la salud el efecto de pasear- no es siquiera su auténtico componente. Lo que determina el verdadero paseo es de naturaleza intelectual, aunque muchos paseantes, cuya mente no está demasiado vacía o es demasiado indolente como para desempeñar su papel, puede que en sus paseos no sean más que máquinas en movimiento. Pero aunque el movimiento del paseo no constituya el paseo en sí, sí que es un condicionante necesario para que éste tenga lugar, aunque sólo sea de un modo pasivo, como cuando se pasea en coche. Un movimiento del cuerpo adecuado o inadecuado puede favorecer, disminuir o frustrar la finalidad psíquica del paseo, y de seguro que no carece de sentido decir algunas cosas acerca de los beneficios condicionantes físicos del paseo [...]

[...] En los paseos hay que evitar un movimiento demasiado rápido del cuerpo. Por muy sabido que esto sea, tanto más frecuentemente se transgrede esta norma. Este caso se da sobre todo cuando se va en grupo, y la causa de ello está en el hecho de que la fogosidad de la conversación hace que se pierda atención. Pero a la vez se pierde también las impresiones de la naturaleza. Se puede saber rápidamente cuando se encuentra uno en este estado. Tan pronto como una sensación desagradable se apodera del paseante, que se ha olvidado de sí mismo y de las cosas mientras acelera el paso, puede estar seguro de estar cometiendo el error de pasear demasiado rápido. Sólo que cuando esta sensación se hace perceptible, ya es demasiado tarde. El cuerpo, acalorado y fatigado, que apenas habría de sentirse al pasear, se apodera con toda su fuerza de la atención totalmente dispersa del dolorido caminante [...]

[...] Lo más beneficioso para el cuerpo  la mente son los paseos en verano por la mañana temprano, en caso de que no fatiguen con excesiva facilidad. No sólo el cuerpo está fortalecido por el sueño previo y el hombre pasea temprano con plena receptividad, sino que además tampoco está distraído con los asuntos y las preocupaciones del día. Al mismo tiempo disfruta de la naturaleza en uno de los momentos más hermosos del día. Igual de seductores y de reconfortantes son los paseos para el cuerpo y el alma durante las tardes de verano. El cuerpo ya no está impedido por comida ninguna, el calor del día ya no es una carga, los paseos no fatigan con tanta facilidad y las agradables y frescas brisas nos acarician con toda su delicadeza.

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