Josep Maria Esquirol (El respirar de los días) Una reflexión filosófica sobre el tiempo y la vida

Los sistemas sociales tienden a autoconstruirse como estructuras impersonales. Esto quiere decir que ningún <<manual de instrucciones>> -por impresionante que sea el dispositivo que haya de ponerse en marcha- puede descalabrar el sistema, mientras que sí puede incomodarlo realmente la palabra del que habla desde el corazón. Lo que de veras sacude el sistema no son los grupos o los movimientos antisistema, sino la profunda palabra del testigo. Al sistema le es difícil fagocitar el testimonio. Si éste lo es de algo profundamente humano, entonces la personificada palabra del testigo transcenderá a su muerte y, años después, seguirá inquietando a los que se aprovechan de las injusticias y de las inercias sociales. Gandhi o Luther King son buenos ejemplos de cómo el testimonio incomoda al sistema y deja una importante herencia.
En un mundo cada días más impersonal, el testimonio vuelve a hacernos conscientes de la unicidad e irreversibilidad de la vida, y con ello recuperamos también -por así decirlo- lo <<extraño>>, en contraste con todos los elementos del sistema que tienden a la homogeneidad. Nuestra sociedad mediática es un ejemplo de lo que es previsible y repetitivo. Por eso, los testimonios propiamente dichos han de venir de <<fuera>> del sistema. Por otro lado, los testimonios no se fabrican; a veces, y según qué ámbitos, se los espera. Una sociedad sin lo otro, sin lo extraño, sin misterio, es una sociedad que se encamina hacía una gris y mortecina uniformización. Paradójicamente, el testimonio, ligado a la irreversibilidad y a la unicidad de la vida, ofrece lo extraño y, a la vez, abre el horizonte.

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La desorientación más común y típica de nuestra época está en tener la impresión de que hemos de adaptarnos a la creciente velocidad de nuestro entorno. Todo lo hemos de hacer lo más rápidamente posible ni no queremos quedarnos rezagados. Se considera que los niños, ya desde muy pequeñitos, han de aprender muchas cosas y han de adquirir mucha habilidades para no perder después el el ultrarrápido tren del progreso. Así van de cansados tantos pequeños, y no son pocos los adultos que cada día se toman más estimulantes (abusando del café, de las anfetaminas o de drogas como la cocaína) para aguantar el esfuerzo de su adaptación, nunca lograda del todo, a la creciente velocidad ambiental. Emplazados ya en semejante situación, muchos acaban creyendo que la solución consiste en dar prioridad a determinados asuntos y en ganar así tiempo. Pero la verdad es que, si si piensa de este modo, ya no hay salida. Nos lo ilustra magistralmente el principito:

              Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber.
            -¿Por qué vendes eso?- preguntó el principito.
            - Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
            -¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
            - Lo que cada uno quiera...
            <<Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos -pensó el principito- iría poco a poco hacia una fuente...>>

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