José Ovejero (La ética de la crueldad)

Todos estamos a favor de la justicia, pero sólo unos pocos actúan para conseguirla. Leer no es en muchos casos, como nos dicen desde el poder, una forma de crecimiento y liberación personal, sino una estrategia de enquistamiento. La lectura, igual que viajar, se ha convertido para la mayoría en una actividad recreativa. Si una vez y otra recibimos el mensaje de que leer es bueno se debe a que leer, como escribir, se ha vuelto inocuo. Pan y circo. Y Literatura. E Internet. La literatura es el opio del pueblo.
Los libros crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia.

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Son muchos los aspectos de la vida, las creencias y los sentimientos humanos para los que hay una interpretación predeterminada de la que nadie debe desviarse. Sabemos cómo debemos sentir y pensar, y eso no es sólo característico de nuestros tiempos de corrección política. Siempre ha sido así: hay una narrativa dominante que no puede ser desafiada sin caer en el mal gusto, la subversión o la perversión, sin ser un traidor a la sociedad. Con algunas cosas no se juega: basta mencionar palabras como terrorismo, sexualidad infantil, violencia de género, aborto, para darnos cuenta de que cualquiera que se enfrente al discuso dominante, en lugar de ser escuchado, será enviado al bando de los violentos o de los pervertidos o de los machistas o de los reaccionarios. Imaginemos que alguien defiende desde un foro público la violencia contra la violencia sutil de los Estados, o que abogue por la reducción de la edad para que sean lícitas las relaciones sexuales, o que, incluso siendo por lo demás persona de izquierdas, considere que el aborto es un crimen, o que lance una campaña para defender los derechos de los maridos que han agredido a sus mujeres, por ejemplo los relativos a la custodia de los hijos. Sin entrar en los argumentos que podrían esgrimirse para defender tales ideas, está claro que el discurso publico consensuado, aquel donde se decide el vocabulario y la moralidad que deben primar en la sociedad -y dos buenos termómetros son los libros de texto y el lenguaje de los políticos-, condenarían al autor, asociaciones de ciudadanos expresarían su repulsa y pedirían la intervención de los tribunales, los mensajes de los lectores de los periódicos digitales se llenarían de insultos; ante afirmaciones como las formuladas, a nadie le interesarían el contexto ni las razones de su autor, que sería inmediatamente adscrito a una determinada filiación política: cualquiera que esté en contra del aborto es de derechas. No hay medias tintas ni lugar para matices o argumentos. Por supuesto en una sociedad puede haber discursos contradictorios sobre ciertos asuntos: a favor o en contra del aborto; a favor o en contra del matrimonio homosexual; ambos extremos son hegemónicos en un sector importante de la sociedad, y mantener una u otra opinión es una manera de inscribirse en un bando. Pero hay algunos asuntos que trascienden a los bandos, las clases, las ideologías, y quien no comparte la opinión dominante sobre ellos se sitúa en la marginalidad. Como escribía unos renglones más arriba, con ciertas cosas no se juega. El luto patriótico de una comunidad es una de esas cosas. Cualquiera que no muestra la aflición debida es un traidor, una persona sin escrúpulos.

1 comentario:

Julia dijo...

Excelente tus comentarios a libro, hace tiempo que no me tropezaba con un libro tan inspirador. Aprovecho a felicitarte por el blog. Cariños

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