Un amigo francés, rodeado de algunos de sus compatriotas, llegó hace mucho tiempo a Praga y me encontré de pronto en un taxi con una señora a quien, sin saber cómo darle conversación, pregunté (tontamente) qué compositor francés le gustaba más. Se me quedó grabada en la cabeza su respuesta, inmediata, espontánea, enérgica: << ¡Sobre todo, no Saint- Saëns! >>.
Estuve a punto de preguntarle: << ¿Y qué ha oído usted de él? >>. Sin duda habría contestado con un tono más indignado: <<¿De Saint-Saëns? ¡Sobre todo nada!>>. No se trataba por su parte de aversión hacia una música, sino de algo más grave: no quería que la relacionaran con un nombre inscrito en las lista negra.
Las listas negras. Eran la gran pasión de las vanguardias antes ya de la primera guerra mundial. Yo tenía entonces unos treinta y cinco años, traducía al checo la poesía de Apollinaire y en aquel momento descubrí su pequeño manifiesto de 1913, en el que éste repartía las <<mierdas>> y las <<rosas>>. ¡La mierda para Dante, Shakespeare, Tolstói, pero asímismo para Poe, Whitman y Baudelaire! La rosa para sí mismo, para Picasso y Stravinsky. Yo disfrutaba con aquel manifiesto, divertido y encantador (la rosa que Apollinaire ofrece a Apollinaire).
No hay comentarios:
Publicar un comentario