Roger-Pol Droit (La filosofía no da la felicidad... ni falta que le hace)


¡Sé sumiso!

Cuando una vida pregunta cómo lograr ser feliz, cuando pide un método para conseguirlo, es que esa vida ya está enferma, desquiciada, y por lo tanto en cierto sentido ya es un poco despreciable, por no decir abyecta. Si se expresa esa desazón, lo más urgente que hay que hacer es no responder a dicha llamada. ¿Esa vida desquiciada quiere saber cómo ser feliz? ¡Sobre todo, no hay que ayudarla! Sería caritativo incluso desanimarla, decirle que se equivoca, que la felicidad, si es que existe, no es cuestión de método, de reflexión, de filosofía, sino de locura, de desmesura, de puro azar.
¿Pero no! Nuestros filósofos de la felicidad se revisten con sus hábitos de sacerdotes y se ajustan las estolas. Se ponen a explicar de cabo a rabo a quien quiera oírlos cómo ser feliz siempre y en todas partes: «Así es como puedes conocer la felicidad en el trabajo y en el tiempo libre, en la cocina, en el cuarto de baño, en la oficina, en el dormitorio, en el coche y durante las vacaciones... Así estarás siempre realizado, conocerás la plenitud, la alegría y la beatitud. ¡Por fin tu vida tendrá sentido!»

En esta homilía de una euforia nauseabunda, yo oigo una sola cosa: «Sé sumiso, haz lo que te dicen, añade solamente un hilillo de filosofía de primera presión en frío para que todo vaya como una seda y se perpetúe».

En esos discursos para ser feliz y serlo siempre no logro ver nada más que una inmensa empresa de normalización, de dominación, de vasallaje. Cuando oigo «¡sé feliz!», entiendo «¡sé esclavo!» por eso me avergüenza que haya filósofos participando de este totalitarismo de rostro radiante, ya sea deliberadamente o por inadvertencia.

Comprendo que estas palabras puedan parecer abruptas e incluso elípticas. Requieren alguna explicación, que seguramente las harán más precisas, si no más aceptables. Vamos allá.


¿Cómo se explica que el sabio haya vuelto?

El recorrido que hemos descrito a grandes rasgos permite comprender el carácter ambiguo de este retorno de la figura del sabio en la actual filosofía de la felicidad. Tras los Treinta Años Gloriosos, después de mayo del 68, la caída del muro de Berlín y el auge de la ecología, se ha instaurado cierta sensación de fracaso de la razón; fracaso de las ciencias, de las técnicas, de la sociedad de consumo, pero también del comunismo, de las revoluciones que querían crear un hombre nuevo. Esta toma de conciencia, a veces, conflictiva y dolorosa, pero también variopinta y desordenada, ha engendrado una desafección multiforme de la confianza en el saber. Los poderes concedidos a la teoría, a las ciencias e incluso a la verdad se han ido erosionando.
La figura del científico liberando a la humanidad de sus cadenas se ha desvanecido. El científico se ha convertido en el aprendiz de brujo capaz de desencadenar el apocalipsis. La figura del filósofo docto, del teórico puro, también se ha erosionado. Esas transformaciones —multiformes y multifactoriales—han ido arrinconando la figura del sabio y la del filósofo como sabio. 

Hemos asistido al retorno de unas migajas de esa figura del sabio antiguo, revisada y corregida, reinterpretada, con uno nuevo look. Puesto que la figura del santo —«folclorizada» y exangüe— ya no interesa a nadie, y ante la desafección hacia las ciencias y las religiones tradicionales, el viejo sabio parece haber resurgido. La filofelicidad lo saca de la tumba, lo revitaliza, le pone una camiseta y un pantalón corto e intenta pasearlo por un nuevo paisaje. 

No importa que el entorno en el que se quiere aclimatar a unos sabios a la antigua usanza para servir de coachs de la felicidad sea infinitamente diferente del que fue su ecosistema histórico. No importa que las preocupaciones que nos atormentan —cambio climático, clonación humana, máquinas pensantes, superpoblación mundial, etcétera— sean temas que los pensadores antiguos no podían ni siquiera empezar a intuir.

Lo único que constatamos es que —como diríamos de un tejido— las ideas de verdad, de vida colectiva, de emancipación y de progreso a través del saber se han descolorido. ¡Ahora toca replegarse en la felicidad individual! ¿Viva el abandono de los horizontes de la historia de los grandes ideales! Ya no se trata de asaltar los cielos, de partir en dos la historia de la humanidad, de creer en unas migajas de absoluto.

Lo único que está a la orden del día es cómo pasarlo lo mejor posible sin sufrir demasiado. Cómo eliminar por arte de magia los esfuerzos, lo negativo y la desdicha. Cómo flotar por fin en un presente eterno, donde no subsista ninguna verdadera dificultad para nuestra existencia. Estas preocupaciones dibujan un totalitarismo radiante. Ya lo he descrito en Votre vie sera parfaite: nuestra época se limita a consumir sabiduría bajo una forma liofilizada, directamente asimilable, accesible, preferentemente barata o gratuita. Esa sabiduría con su nuevo envase pretende proporcionar los medios para conquistar la felicidad sin esfuerzo, conservarla sin dificultad y descubrir la manera de aumentarla aún más.

Como si nada exigiese contrapartida, todo fuera fácil, rápido y estuviera garantizado con solo elegir la formación personalizada que a cada uno le convenga. Bastaría encontrar el pseudo-nuevo-sabio de turno, dar con el buen seminario de filosofía-felicidad-garantizada, comprar el buen método de filoterapia. Esa transformación radical del paisaje se basa en un truco de magia que, para terminar, hay que intentar descubrir.

* Roger-Pol Droit (Vivir hoy) Con Sócrates, Epicuro, Séneca y todos...

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