E.M. Cioran (El libro de las quimeras)

La clave de la música de Bach: el anhelo de evadirse del tiempo. La humanidad no ha conocido otro genio que haya presentado con mayor pathos el drama de la caída en el tiempo y la nostalgia del paraíso perdido. Las evoluciones de su música dan una grandiosa sensación de ascensión en espiral hacia los cielos. Con Bach nos sentimos a las puertas del paraíso; nunca en él. La presión del tiempo y el sufrimiento del hombre caído en el tiempo amplifican la añoranza de mundos puros, pero no nos trasplantan a ellos. El pesar por el paraíso es tan esencial en esta música que uno se pregunta si Bach tuvo alguna ves otros recuerdos que no fueran los del paraíso. Una inmensa e irresistible llamada resuena proféticamente en ella y ¿cuál es el sentido de esa llamada sino sacarnos de este mundo? Con Bach nos elevamos dramáticamente hacia las alturas. Quien en el éxtasis de esta música no haya sentido lo transitorio de su condición natural y no haya vivido la serie de mundos posibles que se interponen entre el paraíso y nosotros, no entenderá por qué sus tonalidades están constituidas por besos de ángeles.

Lo transcendente tiene en Bach una función tan importante que todo cuanto les es dado vivir al hombre tiene sentido únicamente en relación con su condición en el más allá. No hay de natural en esta música trascendente porque no tolera nunca ni las apariencias ni el tiempo.

Bach nos invita a una cruzada para descubrir en el alma humana, más allá de las apariencias, el recuerdo de un mundo divino. ¿Pero acaso ha comprendido al hombre, acaso creyó que con tales emociones podría consolarlo? ¿No se dirige su llamamiento y su consuelo a un mundo de ángeles caídos a quienes la tentación astral del pecado quebró sus alas y los arrojó de allí aquí, donde las cosas nacen y mueren? Una tragedia angélica en toda la música de Bach. El exilio terrenal de los ángeles es su motivo y su sentido oculto. Por eso a Bach sólo podemos entenderlo cuando nos alejamos de nuestra condición humana, cuando vivimos en nuestro primer recuerdo. Acongojados por la caída en el tiempo. Bach sólo vio la eternidad. El pathos de esta visión consiste en representar el proceso de ascensión a la eternidad, y no la eternidad en sí misma. Una música en la que no somos eternos, sino que lo seremos. La eternidad es la ruptura completa del tiempo y la entrada no en otro orden de existencia, sino en un mundo sustancialmente diferente. A la visión cristiana de la discrepancia absoluta entre tiempo y eternidad, Bach le dio un perfil sonoro. La eternidad no es concebida como una infinidad de instantes (hay una eternidad en el tiempo, una totalidad inmanente del devenir), sino como un instante sin centro y sin límites. El paraíso es el instante absoluto, un ¡momento redondeado en sí mismo, en el que todo es actual. La tensión y el dinamismo de esta música vienen determinados por el hecho de tener nosotros que conquistar el paraíso; no queremos que se nos conceda. La intervención divina apenas juega un papel. Bach pide más bien a Dios que nos acoja, no que nos salve. El momento dramático tiene lugar a las puertas del paraíso, en el umbral de la eternidad. La cruzada por el paraíso alcanza aquí su punto culminante en el profundo cristianismo de Bach. La otra vía, la de la revuelta y la del abismo humano, imaginó una cruzada para manumitir al paraíso de la dominación divina...

¿Qué armonías oímos a las puertas del paraíso? ¿Qué es lo que puede oírse solamente allí? Si con Bach lloramos el paraíso, con Mozart estamos en el paraíso. Esta música es realmente paradisiaca. Sus armonías son un baile de luz en la eternidad. De Mozart podemos aprender lo que significa la gracia de la eternidad. Un mundo sin tiempo, sin dolor, sin pecado... Bach nos hablaba de la tragedia de los ángeles; Mozart de la melancolía de los ángeles. La melancolía angélica, tejida de serenidad y transparencia, juego de colores.

La evolución en espiral de la música de Bach indica, por ese mismo esquema, una insatisfacción con el mundo, con lo que se nos ha dado, una sed de conquistar una pureza perdida. La espiral no puede ser un esquema de la música paradisiaca porque el paraíso es el límite final de la ascensión; más arriba ya no es posible llegar. A lo sumo, hacia abajo, a la tierra. ¿Existirá también allí pesadumbre por la tierra? Pero eso es demoniaco.

El Mozart, la ondulación significa la apertura receptiva del alma al esplendor paradisiaco. La ondulación es la geometría del paraíso, como la espiral es la geometría de los mundos interpuestos, antre la tierra y el paraíso.

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