Como señala Michéa, <<la construcción metódica de una cultura de masas, es decir de un conjunto de obras, objetos y actitudes concebidos y fabricados siguiendo las leyes de la industria, y que se imponen a los hombres como cualquier otra mercancía, ha constituído sin duda uno de los aspectos más previsibles del desarrollo capitalista; aspecto que, por otra parte, se analizó y denunció ya en los años treinta en los trabajos precursores de la Escuela de Frankfurt>>. Precisamente, uno de los precursores de la Escuela de Frankfurt sobre esta cuestión fue Kraus. Por ello no sorprende que hoy en día reciba, al igual que los pensadores de dicha Escuela, las críticas de una llamada <<izquierda>> que se empeña en que la rehabilitación de la cultura de masas, y por tanto de las <<nuevas tecnologías en información y comunicación>>, que la hacen posible, deben ser de ahora en adelante una obligación para todos los intelectuales que se preocupan realmente por la democracia y la igualdad. Más que nadie, Kraus tiene todas las papeletas para ser una víctima de lo que Michéa denomina <<la idea, ya banalizada en los medios y validada por la sociología de Estado, que toda crítica mínimamente radical del Espectáculo de la industrial cultural únicamente puede proceder de un pensamiento conservador, de un elitismo burgués o, para los más psicólogos, de una mentalidad amargada y nostálgica>>. Puesto que, aparentemente, gran parte de la izquierda intelectual ha comulgado rápidamente con esta idea, la posición de Kraus, un autor del que lo menos que se puede decir es que siempre ha tenido problemas con esa izquierda, no parece que vaya a mejorar; no aparecerá (en el mejor de lo casos) más que como uno de los ejemplos más prototípicos de una <<mentalidad amargada y nostálgica>> que, para su desgracia, se ha mostrado insensible a las promesas que se avecinan -para cualquier mentalidad positiva y moderna- con el perfeccionamiento de las técnicas de comunicación y la llegada de los grandes imperios de la comunicación, los todopoderosos medios y el triunfo de la cultura de masas.
Aquello que Kraus vio desde el principio en los periódicos es exactamente lo mismo que Marcel Martinet, en un libro publicado en 1935 y dedicado precisamente al problema de la cultura popular, llamaba <<el gran embrutecedor de las masas>>, que demostró de forma inapelable el alcance de su poder y la influencia que ejerció en todas las mentes durante la Primera Guerra Mundial. El mismo Kraus no habría vacilado ante la paradoja que representa afirmar que la ignorancia puede ser preferible a una educación cuya ambición principal parece haberse convertido en conseguir que el individuo sea capaz de leer al menos (y desgraciadamente también como mucho) el periódico. <<Qué lee el hombre que sabe leer, que sólo sabe leer? Lee el gran embrutecedor de las masas, el periódico. El campesino analfabeto, el artesano de otros tiempos podían pensar por sí mismos. El hombre de hoy, con la cabeza saturada de su periódico, cree lo que su periódico quiere que crea. Por supuesto, la maquinaria social está suficientemente manipulada para que el periódico que llega a prácticamente toda la población, El pequeño idiota o la hoja local, difunda por todas partes una opinión única, la opinión oficial, ortodoxa, el triunfo más repugnante del gobierno de la mediocridad. Y es la misma chusma de la política y de la prensa la que acusa a los revolucionarios de querer nivelar la inteligencia, cuando ella vive de explotar a los grande la estupidez, ¡un modelo uniforme de estupidez! Durante la guerra hemos visto el resultado de esta enseñanza prostituida, sobre todo en los primeros meses: cuarenta millones de seres humanos, por hablar solamente de nuestro país, echándose en brazos, contra cualquier atisbo de humanidad, contra sus intereses más elementales, de las mentiras más evidentes y más criminales. Ciertamente, la ignorancia, modesta pero capaz de reflexión, ¡valía mucho más que una ciencia con ésa! El peor enemigo de la inteligencia, el peor enemigo de la revolución actual no es la ignorancia, sino la enseñanza adulterada, truncada, tal como la sociedad burguesa la da al pueblo>>.
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