Lorenzo Bernaldo de Quirós (En defensa del pluralismo liberal) Contra las religiones posmodernas

La Iglesia animalista o la Santa Hermandad entre las Bestias

Una de las religiones seculares con mayor potencia expansiva y capacidad de atraer creyentes con una considerable trasversabilidad es la «animalista», esto es, la secta que promueve y lucha por la extinción de los derechos disfrutados por las personas a las bestias, en el sentido etimológico del término. Aunque, como ha señalado Murray N. Rothbard, esta postura tropieza con múltiples dificultades, incluidas las concernientes a qué tipología animalesca deberían ver protegidos sus derechos y cuáles no si este criterio debería incorporar a todos los seres vivos, bacterias y plantas incluidas, el debate sobre esta cuestión tiene una mayor envergadura. De hecho, la concesión a cada miembro de las especies no humanas de derechos similares o iguales a los disfrutados por los hombres supone un vaciamiento absoluto de su significado y conduce de manera inevitable a lesionar los de los individuos. Por añadidura, implica ignorar y vulnerar el valor prioritario que todas las sociedades civilizadas han concedido a la vida humana.

A lo largo de la historia, la defensa de los derechos de los animales ha estado asentada en una falsa premisa, a saber, que éstos han de ser establecidos para proteger a las bestias de los innecesarios sufrimientos causados por la crueldad humana. Esa posición dio un salto cualitativo al señalar numerosos autores que algunos bichos, permítase el casticismo, tienen capacidad, eso sí a su manera, de razonar, de comunicarse a través del lenguaje y de ejercer un autocontrol consciente, lo que los hace ser acreedores de derechos. Y ese discurso alcanza las cumbres del disparate cuando uno de los padres del animalismo contemporáneo, Peter Singer, sostiene que: «No hay nada ni sé nada que me permita decir que una vida humana de cualquier calidad, por baja que sea, es más valiosa que una vida animal de cualquier calidad por alta que sea».

Los animalistas atacan de manera frontal los rasgos que distinguen al hombre del resto de las especies animales: su capacidad de razonar, de reconocer principios morales y, por tanto, de asumir la responsabilidad de sus actos y la dirección de su vida. Para ellos, «discriminar entre seres vivos en función de su especie es una forma de prejuicio, inmoral e indefendible, del mismo modo en que son inmorales e indefendibles las discriminaciones basadas en la raza». Esa declaración programática permite a activistas como Ingrid Newkirk (PETA) afirmar: «Seis millones de judíos murieron en los campos de concentración, pero seis millones de pollos parecen cada año en los mataderos». El único ser human «puro», ha teorizado Newkirk, es el hombre muerto. «Sólo los muertos son verdaderos puristas, alimentando a la tierra y a los seres vivos en lugar de destruirlos». 

La asimilación del hombre al resto de los animales ignora el valor que Occidente le ha concedido, su carácter único y singular. Para los animalistas, el individuo es una especie animal más. Ahora bien, si no hay diferencia entre el Homo sapiens y los gatos, los perros, las ratas y las bacterias, es absurdo tratarlos de manera distinta y, sobre esa base, es muy probable que no se termine por tratar a las bestias como humanos, sino a los humanos como bestias. La extensión de este principio y sus últimas consecuencias lógicas lleva directamente a Belsen, a Buchenwald, a Dachau, a Treblinka o a Auschwitz, donde los alemanes y los judíos tomaron respectivamente el lugar del lobo y el cordero. No es de extrañar que la protección de los animales fuese una de las prioridades legislativas del Tercer Reich y que la dieta vegetariana fuese practicada por gran parte de la élite nazi, incluyendo al Führer, El vegetarismo era considerado «un signo de pureza y comer carne [...] un símbolo de la decadente civilización que todavía practica actitudes de dominio sobre los animales». 

[...] Al margen de lo expuesto hasta el momento, surgen un sinnúmero de preguntas cuya respuesta es de una extraordinaria complejidad. ¡Cómo se resuelven los conflictos entre los derechos de los individuos y los de los animales? ¿Conforme a qué jerarquía? ¿Qué tratamiento se da al «asesinato» de una oveja por un lobo? ¿Es posible, como han proferido algunos animalistas, considerar que una gallina sea violada por un gallo en las granjas de cría? La casuística es interminable y daría lugar a una legislación y a una jurisprudencia arbitrarias y surrealistas. Esto podría llevar a una grotesca situación en la que sería necesario pedir permiso al gobierno para poner un raticida en casa, para cocinar un pollo o para diseccionar a un conejo. Si se concede a los poderes públicos la facultad de actuar en defensa de los intereses de los animales, el resultado será la creación de una vasta e intrusiva burocracia y de una estructura judicial grotesca e inoperante, ambas dotadas de una muy considerable capacidad discrecional para limitar los derechos de los individuos, que son los únicos que importan. 

El rasero para medir el trato a los animales son los intereses de las personas. Éstos pueden ser estéticos, humanitarios o de cualquier otro tipo. Es indeseable y bárbara la crueldad hacia las bestias, pero eso no tiene nada que ver con la aberración e pretender conceder derechos propios del ser humano a una rana antropomorfizada o al entrañable Bugs Bunny. Si un exceso de población de conejos amenaza las cosechas, han de ser exterminados. Si la investigación médica exige hacer vivisecciones, han de ser hechas. Si los lobos atacan los rebaños, pues ya saben... Ningún sistema legal ni ninguna sociedad en la que la garantía de los derechos humanos, los del individuo, es el factor legitimador de su existencia puede y debe actuar de otra forma. 

La Iglesia feminista radical o la apología de la desigualdad

[...] La tercera ola del feminismo radical mantiene la división de la sociedad en dos clases: los hombres y las mujeres. Reafirma la existencia de una guerra sin cuartel con los varones para terminar con el patriarcado imperante y asume la concepción de que la dominación de los varones sobre las hembras está causada por una superestructura pública y privada que consagra unas relaciones de poder, de la familia a las comunidades más extensas, que impone el ordeno y mando del macho patriarca. Esa situación, existente durante siglos, ha causado serios perjuicios a las mujeres, que han de ser reparados. Para cerrar esa brecha discriminatoria no basta con tener los mismos derechos ni recuperar la propiedad de su propio cuerpo. Es preciso dar un paso más y tener en cuenta que la lucha contra la tiranía patriarcal precisa de coerción estatal. Esto conduce a la demanda de políticas de discriminación positiva, sin las cuales es imposible que exista una verdadera igualdad de géneros.

La secta feminista radical ha logrado en las últimas tres décadas una influencia extraordinaria, que ha aumentado a medida que ha extremado su mensaje y la ha dotado de mayor sectarismo, logrando que buena parte de los propios hombres hayan aceptado con un acongojado sentimiento de culpa su papel ancestral de verdugos, convirtiendo en tabú la puesta en cuestión de sus demandas y, por supuesto, de cualquier crítica de sus mensajes en los foros públicos. Las feministas han convertido a las mujeres en uno de los animales sagrados, entiéndase ese adjetivo como una metáfora, de las religiones posmodernas, una de las especies representadas en el zoo de la corrección política. Además, sus vestales han logrado construir toda una mitología falsa o, al menos, una sesgada casuística que fundamenta sus reivindicaciones y sus protestas.

En este sentido, es interesante pasar revista a algunas de las demandas del radical-feminismo contemporáneo que suponen una distorsión de la realidad, oculta bajo la avalancha de una propaganda masiva de desinformación. Para comprender esta aseveración es útil analizar la situación de la mujer en términos comparados, es decir, contrastar el estado de la cuestión en un país X, España, por ejemplo, con la existencia en otras sociedades democráticas avanzadas. De este modo, es posible tener una visión equilibrada, rigurosa y real de la cuestión. Cualquier otra fórmula es sólo un ejercicio propagandístico con castañuelas demagógicas. Desde esta perspectiva, las estadísticas disponibles a escala internacional son muy numerosas y ofrecen resultados muy diferentes a los esgrimidos por el feminismo hispano. 

[...] La violencia de género en todas sus manifestaciones es uno de los temas básicos de la agenda feminista. combatir esta lacra es una obligación de cualquier sociedad y de los poderes públicos y, en ningún caso, es monopolio de nadie. Dicho esto, la existencia en las Españas es de las más bajas de la Unión Europea. Es el territorio de la UE-27 en el que ese tipo de actividad criminal está en niveles muy inferiores a la media. Sólo Italia, Francia y Países Bajos tienen tasas de esa modalidad delictiva inferiores a la vigentes en la vieja Piel de Toro, y ese dato se ha mantenido estable durante los postreros veinte años, esto es, desde bastante antes de la promulgación de la legislación especial sobre esta cuestión. Dicho esto, la introducción de un tratamiento legal-penal diferente, por razones de género, para los actos delictivos cometidos por seres adultos y racionales es contrario al principio de igualdad ante la ley y, en consecuencia, incompatible con la esencia de un Estado de Derecho. 

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