Marcos Roitman Rosenmann (La criminalización del pensamiento)

El homo sapiens sapiens sabe que sabe. Es consciente de sus actos. Su capacidad para construir mundo le sitúa en un lugar de privilegio. Despliega facultades como el lenguaje y la comunicación oral y escrita. Es virtuoso con la palabra. Asimismo, hace alarde de una memoria prodigiosa capaz de almacenar y trasmitir conocimientos. Su inteligencia parece no tener límites. Tales peculiaridades deberían, en condicional, acompañarse de un comportamiento acorde a su condición de especie social-cooperativa. El bien común, la virtud ética y una vida digna habrían de estar entre sus objetivos primordiales, anteponiéndose a acciones mezquinas e insolidarias. La justicia social, la condena de la explotación del ser humano por el ser humano, principios irrenunciables para cumplir dicha tarea, deberían ser prioritarios. Lamentablemente, no ha sido el camino seguido por el homo sapiens sapiens. Sus pasos van en dirección contraria. Su conducta está plagada de actos irracionales. Se ha convertido en un depredador. Aniquila todo cuanto cree que le pertenece. Se adueña de la naturaleza y busca someterla por la violencia. La realidad es tozuda. Un proceso de deshumanización lleno de guerras, armas químicas, biológicas y atómicas, capaces de exterminar cualquier vestigio de vida, domina el planeta. Utiliza su inteligencia para crear campos de concentración, realizar matanzas étnicas, fomentar la tortura y perpetuar crímenes que ofenden a la humanidad. 

Con el advenimiento del capitalismo, esta tendencia se consolida. Se hace sistémica y se articula desde los estados. Gobiernos bajo el poder de las transnacionales y los lobbies empresariales patrocinan invasiones a fin de someter culturas y pueblos a los cuales consideran inferiores. Las élites políticas sucumben ante el complejo militar-industrial.  Desde la Primera Guerra Mundial nada será igual. La muerte se industrializa. Los campos de batalla acaban convirtiéndose en cementerios improvisados, recordatorios de masacres. Millones de muertos poblarán carreteras, pueblos y ciudades. La guerra total hizo su aparición sin llamar a la puerta. Nadie quedará exento de ser objetivo militar. Hombres, mujeres y niños se transforman en enemigos aniquilables. Lo que se consideraba una excepción en la historia, repudiada por su brutalidad, abrió paso al exterminio como estrategia de guerra. El horro del holocausto se expande hasta nuestros días dejando una huella profunda y un testimonio de lenta deshumanización en el la cual estamos inmersos.  Occidente se retrata bajo el signo de la muerte y la inquisición del pensamiento. Persecución ideológica, política, social, étnica y cultural.

Han sido cinco siglos en los cuales la esclavitud se mezcla con la muerte. Parafraseando a Marx, desde sus orígenes el capitalismo chorrea sangre por sus poros. Se adhiere a su historia y es una seña de identidad de la economía de mercado. Al igual que la usura, la piratería y la plutocracia, al decir de Sombart. En la actualidad, las cárceles y campos de concentración se han reinventado. Bajos nombres que las encubren, se denominas centros de refugiados o campos de confinamiento para inmigrantes ilegales. Verdaderos espacios de confinamiento cuya existencia presupone comportamientos xenófobos y racistas. Son miles las personas que huyen de guerras espurias en todo el planeta. En su diáspora, son víctimas de mafias que ofrecen un mundo nuevo. Viajan confinados en pateras o barcos piratas. Emprenden un camino sin retorno. Siguen la estela de la muerte buscando el sueño de ser explotados. Occidente construye su imaginario colectivo de libertad y opulencia, tolerancia y respeto, multiculturalidad e integración. Quienes deciden emprender el camino del éxodo son las víctimas propicias de este relato. Buscan el paraíso en la tierra y lo identifican con el capitalismo. Europa y Estados Unidos se convierten en su edén particular. Es la justificación para hipotecarse, sufrir penurias y hasta perder la vida en el intento. Los sobrevivientes se adentran en un mundo hostil. La Europa culta y civilizada les rechaza, expulsa y convierte en chivos expiatorios. Africanos, asiáticos y latinos son utilizados como argumento para el desarrollo de políticas represivas. Sus saberes son menospreciados y sus conocimientos ridiculizados.

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El proceso de deshumanización avanza a pasos agigantados. Los mecanismos de control social se han generalizado. Oriente y occidente no son muy diferentes a la hora de reprimir el pensamiento crítico. La amenaza se extiende. Existe miedo a pensar libremente, a tener ideas, desarrollar un sistema conceptual para repensar el mundo y sus alternativas. 

El capitalismo global ha hecho del planeta una cárcel perfecta. Sus formas de dominación han definido un nuevo panóptico. Los mecanismo coactivos exteriores han sido trastocados por otros más sibilinos. Somos nuestros propios vigilantes, nos mueve el interés particular. Las dinámicas colectivas se sustituyen por actos individuales que buscan la satisfacción nihilista. El individualismo desestima el desarrollo de las virtudes éticas ligadas a la construcción de un sujeto consciente, se fundamenta en el deseo de riqueza y poder. Dinero y dominación.

Las clases dominantes han logrado crear un sistema social sobre bases totalitarias, criminalizando el pensamiento, el nuevo chivo expiatorio sobre el que transferir la culpa colectiva. Se ejerce la persecución como mecanismo de liberación de los perseguidores que exonere a sus victimarios. Culpables las víctimas a pesar de su inocencia. Las fuentes de legitimidad de este nuevo capitalismo se encuentran en un pensamiento irreflexivo, sin más ataduras que las ansias de acaparar bienes. La sensación de ser libres, bajo el paraguas de «la libertad de elegir», provoca una falsa sensación de control y dominio de sí.

Las tecnologías del yo, herramientas que facilitan el desarrollo de emociones y sentimientos como parte de la configuración del carácter, se ven afectadas de tal manera que se vuelven irreconocibles los mecanismos de autoconciencia y reflexibilidad radical. En otras palabras, nos convierten en seres de la inmediatez, preocupados por ser emprendedores y conseguir cuanto antes el primer millón de dólares, bajo la fórmula mágica del empoderamiento. Proliferan los libros de autoayuda, de pensamiento positivo, de superación personal, manuales de instrucciones para alcanzar el éxito, el poder, el placer y la felicidad individual. Ya no hay espacio para potenciar el desarrollo de la ciudadanía, el conocimiento y la vida en común.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...

Anónimo dijo...

Demagogia. Racismo hay en Europa, sí, como lo hay en África y en Asia. Tu malinchismo es patético

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