Jesús J. de la Gándara Martín (Cibernícolas) Vicios y virtudes de la vida veloz

2. Vicios ticopáticos

Por si acaso aún no ha quedado claro, debe confesar que soy un fan de la modernidad. Me fascinan los prodigios tecnológicos y científicos que han acontecido en la era posmoderna, y estoy dispuesto a sucumbir a todas las seducciones y pecados que me ofrecen. Uno de mis lemas vitales es que para ser feliz hay que tener muchas pasiones y ninguna dependencia. Eso no es fácil, pues los seres humanos somos apasionados y dependientes por naturaleza. Pecadores y viciosos a partes iguales, aunque también arrepentidos y potencialmente virtuosos. Y ese es el contexto en el que vivo y convivo, en una familia y un grupo humano repleto de cibernícolas, ciudadanos de pleno derecho y deber de esta era cargada de bondades y virtudes, pero también dotada de enormes facilidades para desarrollar conductas ticopáticas, dependientes, adictas o viciosas.

Y es que, a semejanza de los seres humanos, cada era o época de la historia también tiene su propia panoplia de vicios y virtudes que la identifica y diferencia. Y, de ser así, el dilema sería: ¿acaso es cierto que esta etapa histórica que ahora vivimos tiene su propio panel de vicios y virtudes que la diferencian e identifican como una era peculiar?

Para responder a esta cuestión empezaremos por examinar someramente algunos de los hábitos —llámense manías— más típicos de la sociedad actual, los cuales suelen ser tildados de vicios por lo que representan de exceso y desmesura, aunque en general los que los practican tiendan a considerarlos placeres o pasiones y, por lo tanto, los aprendan y practiquen con inusitada tenacidad.

Entre los muchos rasgos de este tipo que podríamos describir, solo elegiremos algunos por ser los más característicos de nuestro estilo de vida, tales como el posesionismo, o esa especie de manía de poseer cosas, de adquirir en exceso, de comprar y comprar, para luego tirar. Otro podríamos denominarlo apresuramiento, o esa especie de necesidad de ir a toda prisa, de instalarnos en la velocidad como modo de vida. También la infosaturación, una especie de intoxicación informativa consecuencia de estar siempre conectados, de recibir, enviar y compartir información a toda hora y en todo lugar a través de los numerosos artilugios modernos. Los tres anteriores no son ajenos a un tercero, y mediático, que podríamos denominar pantallofrenia, una especie de locura derivada de vivir rodeados y atrapados por las múltiples pantallas que cada uno tiene en su entorno o porta consigo. 

Y por último, en consonancia con la cultura de la imagen que nos domina, podríamos acabar esta sección con lo que en otro lugar hemos denominado síndrome del espejo, que viene a ser la necesidad de ostentar un cierto estilo estético que nos satisfaga al tiempo que sea reconocido por el entorno como acorde con los tiempos y las modas.

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Posesionismo

Aseguraba Michel de Montaigne que la pobreza de bienes es fácilmente remediable, mas la del alma es irreparable, y siglos después Erich Fromm nos enseñó que el ansía de tener nunca acaba, mientras que la búsqueda del ser se completa en sí misma. ¿Será eso lo que nos ocurre a los humanos hipermodernos?, ¿somos tan pobres de espíritu como ansiosos de posesiones?

Para responder a esas preguntas deberíamos plantearnos antes otras cuestiones. Primera: los antiguos sostenían que las obras de una persona son una extensión de ella misma. En la actualidad se tiende a asumir que las posesiones de una persona son la amplificación de ella misma. La cuestión clave es qué nos define mejor: ¿lo que hacemos o lo que tenemos?, ¿nuestras obras o nuestras posesiones?

Segunda: los antiguos sostenían que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Los modernos opinan que el que más tiene más puede. La pregunta: es, ¿qué define mejor a una persona, su habilidad para atesorar cosas o su capacidad para desprenderse de ellas?

Busquemos respuestas.

Hace años tuve la oportunidad de investigar dos patologías humanas por entonces novedosas: la compra compulsiva y el síndrome de Diógenes. Ambos estudios generaron una gran atención mediática y hoy día todo el mundo sabe qué son sin necesidad de consultar la Wikipedia. Y si ambos desórdenes del comportamiento humano conectaron tan acusadamente con el público, es porque se trataba de dos representaciones elocuentes de los vicios más extendido en la sociedad de consumo: adquirir sin mesura y acumular sin límite.

La compra compulsiva podría tipificarse por tres rasgos: compro, luego existo, dime cómo compras y te diré cómo eres y comprar por comprar. A buen entendedor no le hacen falta más datos; no obstante, diremos que se habla de auténtica adicción a comprar cuando no se puede vencer el impulso de adquirir objetos diversos, innecesarios y repetidos a un coste excesivo para las posibilidades de la persona, empleando en ello mucho más tiempo y energía de los razonable, lo que produce un serio deterioro económico y conflictos familiares o laborales, y que persiste contra toda racionalidad a pesar de los perjuicios que implica. El impulso comprador suele empezar en el escaparate y acabar en el fondo de un armario a rebosar de objetos y autorreproches. 

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