El primer claro manifiesto comunista de la Edad Contemporánea no es en realidad el famoso de Karl Marx, ni El mensajero de Hesse, de Georg Büchner, sino la muy desconocida, intencionadamente ignorada por la historiografía socialista, Instrucción de Lyon, sin duda firmada en común por Collot d´Herbois y Fouché, pero sin duda redactada exclusivamente por Fouché. Este enérgico documento, que se adelanta en cien años a su época en sus peticiones, uno de los documentos más asombrosos de la Revolución, bien merece ser sacado de la oscuridad; puede que su vigencia histórica pierda valor por el hecho de que el posterior duque de Otranto negará desesperadamente lo que un día promovió como simple ciudadano Joseph Fouché...; sea como fuere, desde un punto de vista puramente contemporáneo, su profesión de fe de ese momento le señala como el primer socialista y comunista de la Revolución. Ni Marat ni Chaumette formularon las más osadas exigencias de la Revolución francesa, sino Joseph Fouché, y el texto original ilumina con más claridad y en tonos más estridentes que cualquier descripción la imagen de su carácter, siempre refugiado en la penumbra.
Esta Instrucción empieza osadamente con una declaración de infabilidad de todas las temeridades: <<Todo está permitido a quines actúan en interés de la Revolución. El único peligro para los republicanos es quedarse por detrás de las leyes de la República. El que las supera, el que en apariencia dispara más allá del objetivo, aún sigue a menudo sin haber llegado a la meta correcta. Mientras haya un solo desdichado en la Tierra, la Libertad tendrá que seguir avanzando>>.
Tras esta enérgica obertura, en cierto modo ya maximalista, Fouché define el espíritu revolucionario de la siguiente forma:
La Revolución se ha hecho para el pueblo; pero no cabe entender por pueblo aquella clase privilegiada por su riqueza que ha arrebatado para sí todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo es únicamente la totalidad de los ciudadanos franceses, y sobre todo esa clase infinita de pobres que defienden las fronteras de nuestra patria y alimenta a la sociedad con su trabajo. La Revolución sería un monstruo político y moral si se preocupara tan sólo del bienestar de unos cientos de individuos y dejara persistir la miseria de veinticuatro millones. Por eso, sería una ofensiva estafa a la Humanidad pretender hablar siempre en nombre de la igualdad mientras tan inmensas diferencias en el bienestar separan al ser humano del ser humano.
Tras estas palabras introductorias, Fouché expone su teoría favorita de que el rico, el <<malvado rico>>, jamás podrá ser un verdadero revolucionario, un auténtico y sincero republicano, que por tanto cualquier revolución meramente burguesa que permita subsistir todas las diferencias patrimoniales tendrá que degenerar inevitablemente en una nueva tiranía, <<porque los ricos siempre se considerarán una clase distinta de persona>>. Por eso, Fouché exige al pueblo la máxima energía y la revolución total, <<integral>>.
No os engañéis, para ser verdaderamente republicano, cada ciudadano tiene que llevar a cabo una revolución dentro de sí mismo, similar a aquella que ha cambiado el rostro de Francia. No puede quedar nada en común entre los súbditos de los tiranos y los habitantes de un país libre. Por eso todos sus actos, sus sentimientos, sus costumbre tiene que ser enteramente nuevos. Estáis oprimidos, y por eso debéis aplastar a vuestros opresores, sois esclavos de la superstición clerical, ahora no podéis tener otro culto más que el de la libertad... Cada uno de aquellos que se mantengan ajenos a este entusiasmo, que conozcan otras alegrías y otras penas distintas de la felicidad del pueblo, que abran sus alma a los fríos intereses, que calculen qué pueden reportarles su honor, su su posición, su talento, y se aparten así por un instante de la utilidad común, cada uno de aquellos cuya sangre no hierva al oír mencionar la represión y la abundancia, cada uno de aquellos que tengan lágrimas de compasión para un enemigo del pueblo y no reserven toda la fuerza de sus sentimientos exclusivamente para los mártires de la Libertad, cada uno de ellos miente si se atreve a llamarse republicano. Que abandonen nuestro país, porque de lo contrario serán reconocidos y su sangre impura empapará el suelo de la Libertad. La República sólo quiere en su seno hombres libres, está decidida a erradicar a todos los demás, y sólo reconocerá como hijos suyos a los que quieran vivir, luchar y morir por ella.
En el párrafo tercero de esta Instrucción, la profesión de fe revolucionaria se convierte de forma abierta y desnuda en manifiesto comunista (el primero explícito de 1793):
Cada hombre que posea más de lo necesario ha de ser llamado a aportar esta prestación extraordinaria, y esa cuota tendrá que guardar proporción con las grandes exigencias de la patria; así que primero tendréis que establecer, de forma generosa y realmente revolucionaria, cuánto tiene que aportar cada uno a la causa pública. No se trata de una constatación matemática, y tampoco del método temeroso y titubeante que se aplica al asignar los impuestos públicos; esta especial medida tiene que tener el carácter que tienen las circunstancias. Actuad pues de forma generosa y audaz, arrebatad a cada individuo todo lo que no necesita, porque todo lo superfluo (le superflu) es una infracción pública a los derechos del pueblo. Porque aquello que un individuo posee por encima de sus necesidades sólo puede usarlo abusando de ello. Así que no dejéis más que lo imprescindible, el resto pertenece durante la guerra a la República y sus ejércitos.
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