Nuestro mal no reside en el individualismo, sino en la cualidad de ese individualismo. Y esa cualidad consiste en que éste sea estático en vez de dinámico. Se nos valora por lo que pensamos, no por lo que hacemos. Olvidamos que, por aquello que no hicimos, no fuimos; que la primera función de la vida es la acción, del mismo modo que el primer aspecto de las cosas es el movimiento.
Al conceder a aquello que pensamos la importancia de haberlo pensado, al tomarnos, cada uno de nosotros a sí mismo, no, como decía el griego, como medida de todas las cosas, sino como norma o modelo de ellas, creamos en nosotros, no una interpretación del universo, sino una crítica del universo -y, dado que no lo conocemos, no lo podemos criticar-, y los más débiles y desorientados de nosotros elevan esa crítica a una interpretación; pero una interpretación impuesta como una alucinación; no deducida, sino como una simple inducción. Es la alucinación propiamente dicha, pues la alucinación es la ilusión que parte de un hecho mal visto.
El hombre moderno, si es feliz, es pesimista.
Hay algo vil, de degradante, en esta transposición de nuestras penas a todo el universo; hay algo de sórdido egotismo en suponer que, o bien el universo está de nuestro interior, o bien somos una suerte de centro de síntesis, o símbolo, de él.
El hecho de que sufro puede ser, en efecto, un obstáculo para la existencia de un Creador integramente bueno, pero no demuestra la inexistencia de un Creador, ni la existencia de un Creador malo, ni siquiera la existencia de un Creador imparcial. Sólo demuestra que existe el mal en el mundo, cosa que no supone un descubrimiento, y que a nadie se le ha ocurrido negar todavía.
Conceder valor e importancia a nuestras sensaciones sólo porque son nuestras -esto lo hacemos consciente o inconscientemente-, esta vanidad hacía dentro, a la que llamamos tantas veces orgullo, como llamamos a nuestra verdad las verdades de todas las especies.
El conflicto que nos quema el alma. Antero lo expresó mejor que ningún otro poeta, porque tenía tanto sentimiento como inteligencia. Es el conflicto entre la necesidad emotiva de la creencia y la imposibilidad intelectual de creer.
Llegué, por fin, a estos breves preceptos, a la regla intelectual de la vida.
No me arrepiento de haber quemado todo el esbozo de mis obras. No tengo nada más que legar al mundo que esto.
* Fernando Pessoa (El banquero anarquista)
* Fernando Pessoa (El libro del desasosiego)
* Fernando Pessoa (Poemas de Alberto Caeiro)
* Fernando Pessoa (El banquero anarquista)
* Fernando Pessoa (El libro del desasosiego)
* Fernando Pessoa (Poemas de Alberto Caeiro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario