Jano García (El rebaño) Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica

Un tsunami purificador recorre Occidente con sus nuevos dogmas basados en la superioridad moral, jaleado por periodistas, famosos, influencers, modelos, actores, deportistas, grandes empresas y bancos que se encargan de esparcir las dosis de moralina, delatar, estigmatizar y demonizar a los que se niegan a claudicar frente a la hegemonía cultural de nuestro tiempo, que es profundamente irrealista. Los conocidos como creadores de opinión ya no ponen en jaque al sistema ni lo desafían, al contrario, se han convertido en aliados del mismo autoproclamándose salvadores de la nueva moral. Ahora son héroes solidarios, liberadores comprometidos con los supuestamente oprimidos y guardianes de la conciencia social por mandato divino. Una élite autodesignada y, por supuesto, subvencionada que mantiene un férreo control sobre las masas para guiarlas por el camino que la hegemonía marca como correcto. Resulta grotesco observar a mujeres que conducen populares programas televisivos, y cuyo sexo, lejos de perjudicarles, les ha ayudado a hacerse millonarias, denunciar la opresión del heteropatriarcado. Hombres negros denunciando racismo cuando son las estrellas más reconocidas del cine. Cantantes combatiendo prejuicios sociales que nadie alcanza a detectar. Periodistas comprometidos por injusticias que nadie ha visto. Influencers que dicen ser rechazadas por la sociedad. Combates superficiales contra un enemigo imaginario y sin opositores son las causas escogidas por los purificadores de almas occidentales. 

Conscientes de que la masa no tiene ideas propias, el movimiento configurado por las élites es el encargado de influenciar y dar las proclamas que refuerzan la hegemonía del culto al odio, la ignorancia, la irracionalidad y el sentimentalismo primitivo. Las masas perciben en su vecino, familiar, pareja y amigo un enemigo al que deben reeducar porque así se lo marcan sus gurús. Su actuación está respaldada por la clase política, los medios de comunicación y los profesores universitarios, que expanden las políticas de la violencia legítima. La hegemonía actual no cesa en su empeño constante de educar a las masas para que sean ellas quienes hagan el trabajo sucio para no asesinar el librepensamiento, la libertad, la voluntad, el libre albedrío, el autoconocimiento, el yo, el individuo y la comunidad. Una purga constante para hacer cada día u «sacrificio» a los nuevos dioses que generan un clima de terror que da como resultado la adhesión o el silencio. El nuevo marco mental promueve un nuevo hombre. Es la hora del empresario concienciado, del banquero usurero que se hace pasar por solidario, del marxista feminista, de las multinacionales antirracistas, del ecologista de yate y del socialista que acumula propiedades. Todos estos personajes engloban la democracia sentimental en la que nos hallamos, que ha adulterado el verdadero significado de la democracia y la ha convertido en un estercolero de prebendas simplistas, victimismo y pura fachada para cumplir con los cánones establecidos.

Las élites que predican la diversidad y la inmigración sin control, lo hacen desde sus mansiones protegidas por seguridad privada.

Los grandes empresarios lloran por la precariedad, mientras trasladan sus compañías a países con mano de obra barata.

Las plañideras feministas ven resquicios de machismo en Occidente por lo ocurrido hace seis siglos, pero no ven machismo en el vecino que obliga a su mujer a cubrirse de arriba abajo.

Los políticos recurren al pueblo com o garante de la libertad y la democracia, excepto sin no votan lo que ellos quieren, como ocurrió con el Tratado de la Constitución europea.

La izquierda dice estar consternada por la situación de la clase obrera, pero no tardan en otorgar beneficios al oligopolio empresarial para aumentar su poder y, por ende, la precariedad laboral.

La derecha se presenta como la defensora de las clases medias mientras aprueba nuevos impuestos que la empobrecen.

Los medios de comunicación dicen ser independientes mientras practican felaciones públicas en las entrevistas a sus jefes políticos.

El «ecopaleto» dic estar comprometido con el entorno rural a la vez que clama por imponer tasas verdes, reducir el consumo de carne y prohibir prácticas de las que viven cientos de miles de familias.

El urbanita lucha por acoger a los refugiados, pero que estos sean enviados a los barrios pobres para no convivir con ellos.

En la nueva hegemonía más vale parecer que ser. Basta con adaptarse a la retórica oficial para obtener el certificado de buen ciudadano y, así, perpetuar la tiranía alogocrática en nombre de las causas nobles. Así nace la cultura de la cancelación, la autocensura y la presión social para que el rebaño no se vea frente al espejo. No es de extrañar que cualquiera que evidencie la doble moral de los alogócratas sufra la ira enfurecida de la masa que alega sentirse ofendida y que el emisor deber ser cancelado para no provocar traumas irresolubles. Se atribuye a Jean de la Fontaine, popular fabulista francés, la siguiente cita: «Todos lo cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda», y ciertamente nos hayamos en la moda de lo políticamente correcto, del silencio para no ofender, de no pensar, y de callar nuestras ideas porque podrían suponer un linchamiento público. Mejor hacer como que luchamos contra las injusticias del planeta para que nuestros semejantes no nos señalen y los alogócratas estén contentos viendo cómo el proceso diseñado de arriba abajo consigue imponer una hegemonía cultural que les asegure el poder total porque la masa exige, en pro de la ilusión de vivir en un mundo feliz, que se recorten libertades a cambio de seguridad. Es el signo de los tiempos, la sustitución del pensador por el «sentidor» para llevarlo todo al ámbito emocional. 

Se crea una figura que sirva como enemigo que impide crear el paraíso en la Tierra, el capitalismo, el machismo, el racismo, el imperialismo, el colonialismo, etc. Una especie de complot general que desde las sombras impide al ser humano alcanzar el summumm de la felicidad y por el que todos deben luchar unidos para derrotarlo. Una vez instaurada la creencia de la existencia de un grupo de opresores que oprimen al pueblo inocente, el siguiente paso es imponer medidas despóticas que serán justificadas por el rebaño para conseguir un bien mayor. El fin justifica los medios, aseguran. Incluso si eso pasa por recurrir a la discriminación contra los varones o los blancos, se acepta y se renombra como «discriminación positiva» para dotarle de un significado propio del que hace el bien. La verdad pasa a ser perseguida y cualquier cuestionamiento sobre el nuevo proyecto es rápidamente catalogado y perseguido. Solo un negacionista que habita en el Mal puede dudar del bien que la sociedad está persiguiendo. La hegemonía presente actúa al modo hegeliano en el que puedes escoger entre dos bandos: el correcto, que te asegura comodidad, respeto, aceptación social, popularidad, reconocimiento social y académico, o por el contrario, el bando incorrecto, que supone estar sometido a linchamientos, insultos, desprecio, impopularidad y desprecio del mundo académico. No hace falta decir qué bando es más apetecible.

García, Jano (Contra la mayoría) 

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