Alain Finkielkraut (Lo único exacto)

¿Qué es la teoría del género?

EL GRUPO SOCIALISTA HA CONSEGUIDO colar en la ley de orientación escolar que se debate en la Asamblea una enmienda que introduce entre las misiones de la escuela una educación en la teoría del género.

«LO NATURAL SIEMPRE ES HISTÓRICO», escribe Heidegger. Miramos el mundo con nuestros ojos, pero nuestros ojos no son meros órganos sensoriales: están impregnados de una manera particular de ver y de entender. La inmediatez es un señuelo. El mundo del que hemos salido moldea nuestras reacciones más espontáneas. Nada se presenta nunca tal cual a la intuición o al pensamiento humano. La misma diferencia de los sexos tiene que ver con la cultura, el femenino y el masculino son productos totalmente artificiales, papeles sociales atribuidos a los individuos por la educación, nos dicen ahora los teóricos del género. Radicalizan con ello el gran tema romántico del arraigo de los individuos en una tradición particular. Pero los románticos —y, después de ellos, Heidegger—deducían que es una tradición que hay que privilegiar. Ese era asimismo el razonamiento de los fundadores de las ciencias humanas. Los posmodernos, por su parte, se burlan de esa devoción. Como todo está construido —dicen en suma—, todo debe poder deconstruirse y remodelarse según nuestros deseos. Histórico quiere ahora decir revocable a voluntad. Ya no es cuestión de reformar el Estado o la sociedad con prudencia, con mano temblorosa; hay que deshacerse de las viejas ideas desde la más tierna edad, para que nadie quede confinado en una identidad, sea la que sea. Toda forma transmitida se recalifica en formateo y los agentes de la transmisión se ven como colaboracionistas del Viejo Mundo. Según lo pone muy bien de relieve Bérénice Levet, el objetivo del «género» es, más aún que la naturaleza, la civilización, el mundo de significaciones instituidas que nos excede y que nos precede. Conque nos las apañamos para que las niñas descubran las alegrías del rugby, los niños ya no prefieran sistemáticamente los balones a las muñecas y unos y otros jueguen a policías y ladronas. Cuando se escenifica Caperucita roja, se opta preferentemente por un niño para el papel de protagonista. Ya no se estudia ni pintura ni escultura: se destierran estereotipos y se celebra lo que permite embarullar los códigos sexuados. 

Sartre, con su formulación hoy clásica, decía que «el existencialismo es una humanismo». Eso significaba que «el hombre existe primero, se encuentra a sí mismo, surge al mundo, y se define después». Pero, para este pensador de la libertad, lo dado precedía incluso a la existencia. Nacemos hombre y mujer, blanco o negro, francés o americano, turco o armenio, judío o gentil y, a partir de ahí, nos determinamos. Esas condiciones previas tienen ahora que desaparecer. La alianza del culturalismo, que describe la multiplicidad del ser, con el tecnicismo, que se hechiza con su plasticidad, debe permitirnos reducir, hasta abolirla por completo, la parte no elegida de la existencia. No podría haber alienación constitutiva. La salida del hombre de su condición de minoría se verá, por lo tanto, cumplida cuando la existencia se haya liberado de lo dado y las pertenencias que aún distinguen a los individuos sean posibilidades que se les ofrecen a todos y cada uno en el gran autoservicio del universo. Al reino de las alternativas impuestas debe sucederlo el de las combinaciones libres. Nuestra herencia es el último obstáculo para ese derrocamiento. O sea, que la escuela ha recibido la misión de liquidar la herencia que en otros tiempos tenía el encargo de transmitir. Tarea inédita que solventa con celo.

«La gran mudanza del mundo»

ANTE LA PROXIMIDAD DE LAS ELECCIONES europeas del 25 de mayo, ni los comentaristas ni los políticos han ahorrado esfuerzos para disuadir a los electores de que voten por partidos soberanistas. Pero en Francia, el Frente Nacional se ha convertido en el primer partido del país, con 25% de los votos, muy por delante del UMP (20%) y del Partido Socialista (14%).

LO QUE ESTÁN CONSTRUYENDO DESDE hace más de medio siglo los europeos no es una democracia a escala del continente; la democracia necesita una lengua común, referencias comunes, estar vinculada a una memoria; en resumen, una nación. Y Europa es irreductiblemente un espacio plurinacional. La Unión Europea es algo completamente distinto. Sus agencias, sus administraciones, sus comisiones, sus tribunales de justicia e incluso su Parlamento forman una burocracia gigantesca que provoca en los ciudadanos europeos el sentimiento de estar desposeídos de su identidad, de su soberanía, del gobierno de sí mismos, sin por ello resolver sus problemas más acuciantes. Europa se ve impotente para frenar la desindustrialización, las deslocalizaciones, la inmigración, el aumento de la inseguridad. Peor aún, en lugar de ralentizar los flujos, los facilita, los acelera. Oculta incluso su civilización debajo de las alfombras para que nadie ponga impedimentos a lo que Jean-Luc Mélenchon llama «la gran mudanza del mundo». Y cuando los electores protestan contra esa evolución votando al Frente Nacional, los portavoces de los procesos denuncias «las pulsiones deletéreas y detestables del nacionalpopulismo». El pueblo, admirable como clase, se convierte en detestable en cuanto aparece como nación. Pero el rechazo no traduce sino un desprecio de clase contra quienes están expuestos a la violencia de todos los flujos.

Jamás habría dado mi voto a un partido antisistema y anticorrupción cuyo gran hombre es Vladimir Putin, el autócrata que ha aprovechado e poder para levantar una de las mayores fortunas de Europa y que lleva, sin vergüenza alguna, una política imperial. Nuestros sismógrafos oficiales, sin embargo, vuelven a equivocarse. El auténtico terremoto no son las elecciones al Parlamento Europeo, es la matanza que produjo cuatro víctimas mortales en el museo judío de Bruselas. No cabría reprochársela a Europa que no haya impedido el crimen, pero tenemos derecho a pensar que lo ha hecho todo para que fuera posible.La «mudanza del mundo» está en marcha y no ha terminado de producir efectos.

«El oso y el amante de los jardines»

EL 14 DE MARZO, EL CONSEJO DE EUROPA condenó a Francia porque su legislación <<no prevé una prohibición suficientemente clara, obligatoria y precisa de los castigos corporales a los niños>>; dicho de otro modo, porque no prohíbe el azore.

LA PSICOANALISTA FRANÇOISE DOLTO decía en una entrevista ya antigua que un cachete era mucho menos pernicioso que unas palabras escogidas para hacer daño. Pero el Consejo de Europa, al igual que las feministas que criminalizan la galantería, es decir, la civilización, para combatir mejor la barbarie de la violación, proclamando que <<Hola, guapa>> es una observación sexista, ha adoptado la teoría de la pendiente resbaladiza. El azote -dice- debe ser abolido en todos los países del Viejo Continente, porque con ese gesto aparentemente anodino es como empieza el calvario de los niños maltratados. Europa era, hasta hace muy poco, el amante de los jardines. Hoy se ha convertido en el oso que <<agarra un adoquín, lo lanza con fuerza>> y le abre la cabeza al viejo dormido para espantar la mosca que se le había posado en la cara. 

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