Manuel Martínez-Sellés (Verdades incómodas para personas autónomas)

NO DEBEMOS MATAR A UN SER HUMANO

EL VALOR INTRÍNSECO de la vida no debería cuestionarse nunca. Sin embargo, lo hacemos a diario: abortos, eutanasia, suicidios y pena de muerte. El principio básico de respeto a la vida es una de las claves más fundamentales de cualquier sociedad civilizada, de las principales religiones y de casi todas las culturas. El valor de la vida humana ha sido reconocido desde la antigüedad y el concepto de que cada ser humano es un fin en sí mismo y no debe ser tratado como un medio tiene (o debería tener) plena vigencia hoy en día. 

Esta perspectiva es la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que justifica rechazar la discriminación basada en capacidades, sexo, raza, edad (desde la concepción hasta la muerte) o situación (social, económica, de salud/discapacidad/enfermedad). De hecho, la protección de la vida es uno de los principales objetivos de nuestra organización social. Los gobiernos y las leyes no pueden quitar la vida a otros impunemente.

Como hemos visto en el capítulo anterior, la ciencia biológica respalda la idea de que cada vida humana es única e irrepetible desde el momento de la concepción. Cada ser humano es único y tiene un ADN y unas características que lo distinguen de los demás. La idea de que todos los seres humanos tenemos derecho a vivir crea una base para la convivencia pacífica y nos asegura también protección a nosotros mismos. Si negamos este derecho a otros, por muy pequeños (o ancianos/enfermos) que sean, también estamos poniendo en riesgo nuestra propia seguridad, presente y futura. La regla de tratar a los demás como nos gustaría que nos traten es un pilar de la ética y la moral que debemos respetar y que fundamente la cultura de la vida. Elegir la vida, incluso en circunstancias difíciles, es un acto de valentía, pero también de esperanza. Al respetar la vida de cada ser humano, afirmamos nuestra propia humanidad y construimos una sociedad donde la dignidad y la paz pueden florecer.

La cultura de la muerte, que justifica la violencia más o menos evidente, de terminar intencionadamente con la vida de un ser humano, acaba teniendo un impacto negativo en la sociedad. Genera más dolor y sufrimiento, es un caldo de cultivo de miedo y desconfianza, y erosiona o incluso destruye los lazos familiares, sociales y la relación médico-paciente. Al poner en causa el derecho a la vida, se cuestionan todos los demás, ya que sin vida no pueden ejercerse. La cultura de la muerte es particularmente peligrosa para los más vulnerables, los que no tienen quién los defienda, los que generan gasto si viven y beneficio si mueren.

Una visión utilitarista que se olvida del valor intrínseco de la vida humana pone en jaque a los no nacidos, los ancianos, los enfermos, las personas con discapacidades y los condenados a pena de muerte. A estos últimos, además, una vez ejecutados se les priva para siempre de la posibilidad de demostrar su inocencia, algo que no es tan infrecuente.

¿Y no hay excepciones a la regla de no matar? Salvo en autodefensa, crea que tenemos que ser categóricos y no permitir la muerte intencionada de nuestros conciudadanos. Además, las experiencias, tanto en aborto como en eutanasia, muestran bien lo que se ha llamado pendiente resbaladiza o plano inclinado. Si nos engañan a aceptar algunas excepciones en caos extremos, rápidamente se van extendiendo estas prácticas a muchas otras situaciones. En el fondo, abrir un rendija de una ventana en toda una pared que debería resguardarnos de quienes no respetan la vida de los demás. Poco a poco se va destruyendo el pilar esencial que garantiza una sociedad justa y compasiva.

No existe una matar bueno, por mucho que se intente confundir con expresiones como muerte digna o llamar al homicidio supuestamente compasivo de la eutanasia prestación de ayuda para morir. Consagrar el principio de autodeterminación por encima de todo es peligros, y da pie a la promoción del suicidio, que ya es la primera causa de muerte en algunos rangos de edad. Tambien es peligroso, incluso más, someter al criterio de terceros, más o menos expertos, quién merece seguir viviendo. Además, en la inmensa mayoría de los casos el deseo de eutanasia o de suicidio no es consecuencia de daños corporales y dolores extremos, sino de un sentimiento de abandono. Me remito aquí al capítulo sobre la soledad.

La eutanasia en el Tercer Reich muestra cómo se puede llegar a justificar, por un supuesto interés de la persona enferma o discapacitada cuya vida, se supone, carece de valor. La Alemania nazi consiguió la aceptación progresiva de la eutanasia por parte de una sociedad que previamente la rechazaba. Se hizo con la película Yo acuso y una propaganda cuidadosamente diseñada, que incluía cartelería detallando el coste que el tratamiento de un discapacitado suponía para el estado alemán. Joseph Goebels consiguió la aceptación del programa de aniquilamiento y que el homicidio por compasión se viera como un acto de amor, como ayuda a un morir digno. La excelente película alemana Niebla en agosto dirigida por Kai Wessel y basada en la novela homónima escrita por Robert Domes muestra bien la historia de esta macro-manipulación que desencadenó más de 300 000 eutanasias. 

«Comenzaron con la idea, que es fundamental en el movimiento a favor de la eutanasia, de que existen estados que hay que considerar como ya no dignos de ser vividos. En su primera face esta actitud se refería sólo a los enfermos graves y crónicos. Paulatinamente se fue ampliando el campo de quienes entraban dentro de esa categoría y se fueron añadiendo también a los socialmente improductivos y a los de ideología o razas no deseadas. Sin embargo, es decisivo advertir que la actitud hacia los enfermos incurables fue el diminuto desencadenante que tuvo como consecuencia ese total cambio de actitud».

La tendencia, cada vez más arraigada, de que divertirse y sentirse bien es la meta suprema del ser humano, lleva a concluir que el sufrimiento ha de ser eliminado a cualquier precio. Y cuando no puede ser eliminado de otra forma que mediante la eliminación del que sufre, se hace, aún sin saber si al matar al que sufre terminamos realmente con su sufrimiento. Se parte del supuesto derecho a matarse a uno mismo para llegar al derecho a hacerse matar o matar. Pero ni suicidio es un derecho ni existe ningún derecho a matar, o a ser matado por otro [...]

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