Albert Boadella (Diarios de un francotirador) Mis desayunos con ella

2 de diciembre de 2009

Voy a comprar el pan en mi pueblo francés y me cruzo a estas primeras horas de la mañana con un puñado de messieurs armados todos con la baguette bajo el brazo. La llevan como un atributo muy personal y la imagen me hace pensar que esta obsesión del hombre francés por pasearse tan visiblemente con la baguette es una clara exhibición fálica. Al entrar en casa utilizo el largo pan para hacer demostración más explícita ante Dolors sobre mi teoría exhibicionista del ciudadano gabacho. Ella ríe la payasada, pero cuando le cuento el motivo preciso no encuentra razón científica alguna para apoyar semejante hipótesis. Más bien salgo perjudicado como macho hispánico por mis persistentes obsesiones monotemáticas.

Le escribo a una eficiente colaboradora y discípula comentando la obra que acaba de montar. Soy poco dado a ejercer como crítico sobre los demás colegas, quizás por saturación personal en esta cuestión. Ella me lo pide, y yo me limito a citarle un problema esencial que padece una buena parte de los artistas: las ideas progresistas preconcebidas, que rebajan la libertad del pensamiento de la mayoría de mis colegas. Entiendo que puede parecer un tópico, porque la mirada libre es una óptica muy cambiante según la época. En estos momentos, ya no se trata solo de hacer lo que a uno se le antoja sobre la escena, pues esa posibilidad no tiene hoy mayor mérito con las constituciones democráticas, que garantizan amplios márgenes de libertad de expresión. La mente libre es la manera como el artista se encara a un tema y se despoja de toda premeditación.
En la mayoría de las personas que actualmente dedican su vida a una práctica artística nos encontramos con una curiosa paradoja. Sus ámbitos de libertad se hallan coartados por una corriente muy generalizada en el mundo cultural contemporáneo, cuya tendencia es el pensamiento único amparado en la modernidad moral. Si hiciéramos una encuesta sobre sus inclinaciones y preferencias, comprobaríamos cómo la mayoría parecen auténticos portavoces de los Gobiernos de izquierdas. Manifiestan sus gustos artísticos por las mismas cosas, y en sus preocupaciones más acuciantes coinciden todos en una serie de tópicos acuñados a molde. Paz, solidaridad a raudales, cambio climático, Palestina, derechos de autodeterminación, relativismo, laicismo, multiculturalidad, etc. Sin duda, virtudes muy loables todas ellas, pero machacadas a diario desde los medios de comunicación gubernamentales, que en España son mayoría, y difundidas desde la escena para mostrar interesadamente de qué lado se está con vistas a la clientela.
Le cuanto a mi colaboradora que desde esta perceptiva es muy difícil abordar una obra y proponer al espectador una nueva visión del entorno y los acontecimientos humanos. Muy complicado hacerlo sin poner por delante los dogmas indiscutibles con los que hoy se autocomplacen los pertenecientes al gremio de la farándula. Si hablo de libertad mental me estoy refiriendo a la necesidad de crear una visión singular capaz de generar dudas en las certezas indiscutibles del auditorio. Para eso sirve el teatro. Bajo estas condiciones, la libertad del artista ante la obra significa dejarse penetrar por la posibilidad de otras ópticas distintas o, cuando menos, de paradojas singulares frente a lo establecido. Entablar, en la medida de lo posible, una lucha contigo mismo ante el público. ¿El Shylock de El mercader de Venecia no refleja las propias dudas de Shakespeare ante la cuestión de los judios?.
Todos sabemos que los espectadores progres acuden hoy a un teatro como feligreses ante la misa. Esperan la confirmación de sus certezas personales o comunión con el mensaje de la escena. Esto sigue siendo una herencia de la dictadura, adoptada después por nuestra generación liberticia. Un panorama tan restringido genera como consecuencia inmediata el que la mayor comercialidad consista en poner a parir a los que están fuera de la sala. Si uno satiriza cruelmente los principios más incuestionables del espectador presente, se juega peligrosamente el pan, porque la mayoría del público artístico actual se halla alineado (o alienado) por las doctrinas de todas las verdades encoradas hacia la izquierda. En resumen, nos hallamos ante una situación insólita. Nunca habíamos tenido un público y unos artistas tan ideologicamente homogéneos, casualmente en un era de legislaciones muy permisivas en cuanto a libre expresión.
Comprendo que nadar a contracorriente en estos momentos es una ardua papeleta para un artista, que a fin de cuentas tampoco tiene vocación de mártir. Además, rondan en su entorno las tentaciones de una Administración generosa, cuyas estructuras son utilizadas para premiar a quien se mantenga en la corrección política. En cualquier caso, me esfuerzo en contarle a mi discípula que la libertad se halla en este terreno, y es aquí donde se encuentra el auténtico riesgo. Lo arriesgado no es hoy enseñar el culo en un escenario, ni poner a Jesucristo de travesti, ni pintar a Esperanza Aguirre como la mala de la película. Eso obtendrá siempre el aplauso de la mayoría asistente o, por lo menos, la convivencia general del mundo de la farándula.
No sé si me he explicado con suficiente claridad para que mi discípula y colaboradora entienda exactamente a lo que me refiero. En todo caso, mi obligación de gato viejo era expresarlo a una gata novicia.

  Entrevista a Albert Boadella

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