Contrariamente a la creencia extendida por los científicos radicales, durante la mayor parte del siglo XX la eugenesia fue una de las causas favoritas de la izquierda, no de la derecha. La defendieron progresistas, liberales y socialistas, entre ellos Theodore Roosevelt, H.G. Wells, Emma Godman, George Bernard Shaw, Harold Laski, John Maynard Keynes, Sidney y Beatrice Webb, Margaret Sanger y los biólogos marxistas J.B.S. Haldane y Herman Muller. No es difícil entender por qué se cerraron filas en este sentido. Los católicos conservadores y el protestantismo fundamentalista de Estos Unidos odiaban la eugenesia porque era un intento de las élites intelectual y científica de jugar a ser Dios. A los progresistas les encantaba la eugenesia porque estaba del lado de la reforma, no del statu quo; del activismo, no del liberalismo; y de la responsabilidad social, no del egoísmo. Además, les parecía bien que el Estado interviniera para alcanzar una meta social. La mayoría de ellos abandonó la eugenesia sólo cuando vieron que conducía a las esterilizaciones forzosas en Estados Unidos y en Europa Occidental y, más tarde, a la política de la Alemania nazi. La historia de la eugenesia es uno de los muchos casos en que los problemas morales que plantea la naturaleza humana no se pueden reducir a los debates familiares entre izquierda y derecha, sino que se han de analizar desde el inicio según la perspectiva de los valores en conflicto.
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