En los años noventa fuimos felices, sí, pero jamás recobraremos la ingenuidad de entonces... Nos parecía que la elección ya estaba hecha y que el comunismo había perdido la batalla para siempre... En realidad, todo no hacía más que comenzar...
Han transcurrido veinte años desde entonces. Hoy los hijos les dicen a sus padres: «No nos metáis miedo con vuestros socialismo».
Un profesor universitario que conozco me contó: «A finales de los años noventa, los estudiantes se mofaban de mis alusiones a la Unión Soviética. Entonces estaban seguros de que ante ellos se abría un nuevo futuro. Ahora las cosas han cambiado... Los estudiantes de hoy ya han conocido el capitalismo, lo han probado en sus propias carnes. Conocen la desigualdad, la pobreza y la riqueza ostentosa, mientras observan las vidas de sus padres, a quienes nada les devolvió un país arrasado por el pillaje. Son jóvenes con un pensamiento radical y visten camisetas rojas con las imágenes de Lenin o el Che Guevara»
Una fuerte nostalgia de la Unión Soviética se ha ido extendiendo por toda la sociedad. El culto a Stalin a vuelto. La mitad de los jóvenes entre diecinueve y treinta años considera que Stalin fue «un gran dirigente político». El país donde Stalin mató a tantas personas como Hitler ve resurgir ahora un nuevo culto a su figura. Todo lo soviético vuelve a estar de moda. Las cafeterías «soviéticas», por ejemplo, donde tanto los establecimientos como los platos que en ellos se sirven llevan nombres soviéticos. Han aparecido bombones «soviéticos» y embutidos «soviéticos» con el olor y el sabor que conocemos desde la infancia. Y, naturalmente. ha vuelto el vodka «soviético». Hay decenas de programas de televisión y portales en internet dedicados a alimentar la nostalgia de los tiempos soviéticos. Los campos de trabajo de Stalin en Solovki y Magadán se han convertido en destinos turísticos. El anuncio de la empresa que organiza los viajes promete que a cada turista se le proporcionará un uniforme de preso y un pico para garantizarle así una experiencia llena de sensaciones genuinas. También podrán visitar los barracones reformados. Para concluir el viaje, todos los turistas se irán juntos de pesca...
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¿Que por qué salí a la calle a defender a Yeltsin? Uno solo de sus discursos, aquel en el que llamó a retirar los privilegios de la Nomenklatura, le granjeó millones de apoyos. Yo estaba dispuesto a empuñar un fusil y matar a tiros a los comunistas. Me había convencido de que era necesario hacerlo... No teníamos idea de la que nos estaban preparando. Del timo que venía. ¡Nos la jugaron bien! Yeltsin se posicionó contra los «rojos» se puso del lado de los «blancos». Aquello fue una catástrofe... ¿Sabe qué anhelábamos realmente? Un socialismo light, un socialismo con rostro humano... ¿Y qué es lo que tenemos ahora? El capitalismo salvaje. Tiroteos, ajustes de cuentas. Se lo disputan todo, desde los tenderetes hasta la fábricas. Los bandidos han escalado hasta la cúspide del poder... Ahora el poder lo ejerce una banda de farsantes y chaqueteros. ¿Auténticos chacales! (Pausa). Jamás olvidaré el día que pasamos frente a la Casa Blanca... ¡No puedo olvidarlo! ¿A quién le estábamos sacando las castañas del fuego entonces? (Blasfema). Mi padre era un comunista de verdad. Un comunista honesto, veterano de la guerra. Trabajaba en na fábrica. Era el delegado del Partido. Le dije: «¿Seremos libres? Tendremos un país normal, civilizado». Y él me contestó: «Tus hijos servirán a algún ricachón. ¿Es eso lo que quieres?». Yo era joven entonces... Era un idiota... Me reía de él... ¡Éramos tan ingenuos! No sé cómo hemos podido acabar así. No lo entiendo. Esto no es lo que queríamos. Había algo sublime en la perestroika... (Pausa). Pero apenas un año más tarde cerraron la oficina de proyectos en la que trabajábamos. Mi mujer y yo nos quedamos en la calle. ¿Sabe cómo nos las apañamos? Cogimos todos los objetos de valor que teníamos y los llevamos a un mercadillo. Los adornos de cristal, las piezas de oro y los libros, nuestras posesiones más queridas. Pasamos semanas enteras alimentándonos sólo de puré de patatas. Me convertí en un hombre de negocios. En mi caso, consistía en la venta de colillas. Vendía tarros de uno o tres litros llenos de colillas. Mis suegros, ambos profesores universitarios, se dedicaban a recogerlos por las calles y yo me ocupaba de la venta... Las compraban. Se las fumaban. Yo también me las fumaba. Mi mujer se puso a limpiar oficinas. En otro momento nos asociamos con un tayiko para vender pelmeri. Hemos pagado cara nuestra ingenuidad. Todos... Ahora nos dedicamos a la cría de pollos. Mi mujer no para de llorar. Ay, si pudiéramos recuperar el pasado... ¡Y que no me venga nadie con sermones! No es la nostalgia por los grisáceos embutidos a dos rublos y veinte kopeks el kilo la que me hace añorar lo que fuimos...
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Soy un hombre de negocios...
Los comunistas son todos unos cabrones y unos matones... Odio a los comunistas. La historia de la Unión Soviética es la historia del NKVD, el Gulag y la represión a todos aquellos que el poder tildaba de traidores... El color rojo me produce náuseas. Los claveles rojos también. Hace poco mi mujer se compró una blusa de color rojo. Le pregunté si se había vuelto loca... Para mí Hitler y Stalin son lo mismo. Y exijo que los hijos de puta de los comunistas sean llevados ante un nuevo Núremberg. ¡Paredón para todos los perros comunistas!
Estamos rodeados de estrellas de cinco puntas. Los ídolos de los bolcheviques continúan llenando todas las plazas como antes. Paseo con mi hijo por la calle y no deja de señalarme las estatuas y preguntarme quién es éste y quién aquél. La estatua de Rosalia Zemliachka, por ejemplo, la misma que dejó Crimea anegada en sangre, la que gozaba fusilando a los oficiales blancos... ¿Qué puedo contarle a mi hijo cuando paseamos por Moscú?
Mientras la momia del faraón soviético permanezca en la Plaza Roja dentro de su Mausoleo, nada habrá cambiado aquí y la maldición permanecerá sobre nosotros...
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