Víctor Lenore (Indies, hipsters y gafapastas) Crónica de una dominación cultural

No me junto con la plebe

Vamos con una caso explícitamente político. Hace más de diez años, me encontré por la calle con dos conocidos, uno músico de rock underground, otro ilustrador con inquietud social, miembros de un colectivo dedicado a pegar viñetas antiautoritarias por las calles del centro de Madrid. Tomamos una caña y acabé preguntando si alguno había ido a las manifestaciones contra la guerra de Iraq. <<De ninguna manera>>, contestó el dibujante, <<detesto mezclarme con la masaCuando veas una muchedumbre, búscame al otro lado de la ciudad>>, soltó medio irritado. Este miedo a confundirse con la <<masa>>, es también un rasgo clave de la mentalidad indie/hipster/gafapasta. Y afecta incluso a gente que se siente de izquierda. Cuando el ilustrador fue al baño, el rockero se sinceró y me dijo que él tampoco había ido a las protestas, pero que no pensaba igual que su amigo. Me pareció triste que, para explicar una postura tan defendible, hubiera escogido el momento en que no iba a generar debate. Cuando consideras que acercarte a una manifestación contra la guerra es signo de aborregamiento quizá el problema es que tu necesidad de sentirte especial es más fuerte que tu antimilitarismo.

Tras el crash de 2008, con cada recorte en derechos que se anunciaba, una frase típica de los hipster en las redes sociales decía lo siguiente: <<no sé a qué espera la gente para salir a la calle>>. Son solo nueve palabras, pero implican muchas cosas. Primera: que no te consideras <<gente>>. Segunda: que debido a tu estatus cultural superior no te sientes obligado a <<perder el tiempo>> o <<mancharte>> con la participación política. Tercero: que lo que llamas <<gente>> te parecen una manada de pusilánimes que se merecen lo que tienen (al menos, en parte). En realidad, es comprensible, ya que el esnobismo cultivado durante años no se cambia en quince días. Por supuesto, muchos hipsters participaron en las movilizaciones sociales. El 15M sirvió para descubrir o confirmar que habíamos estado viviendo en una burbuja cultural que no decía nada sobre los conflictos de nuestra vida cotidiana.

El truco del prefijo vanguardia

Lo que quiero demostrar en este capítulo es muy sencillo: la cultura hipster presume de avanzada, sofisticada y experimental sin serlo. Tampoco le cuesta mucho conseguirlo, ya que son los principales creadores de discurso y casi nadie cuestiona sus criterios. Estamos tratando con un caso de narcisismo cultural agudo y extendido. Cuelan trucos tan sencillos como poner un prefijo vanguardista y tirar para adelante: post-rock, neocountry, pos-hardcore, math-rock, postcine, antifolk, Intelligent Dance Music... Cada vez que vean una etiqueta parecida, lo mejor es asumir que te están intentando enredar en el equivalente cultural del timo de la estampita (lo mismo luego no es verdad, pero tienen todas las papeletas para acertar). Simon Reynolds, crítico musical de referencia, lo ha explicado claramente en su libro Energy Flash. Allí demuestra que las <<vanguardias post-todo>> parten de la premisa de que cortar lazos con tu comunidad es la mayor fuente de libertad creativa. Para los gourmets de la música moderna no hay peor estigma que una <<influencia>>, ya que denota relación con el pasado. Se considera menor cualquier trabajo basado en <<versiones>> o cualquier disco de <<colaboración>>, ya que no se ajusta al modelo romántico de genio como creador individual. La situación ideal es que el <<genio>> cree su obra en total soledad, preferentemente en el sótano de su casa o en una cabaña de madera perdida en mitad del bosque. Si nos toca entrevistarle, habrá que preguntar qué cinco discos se llevaría a una isla desierta, nunca que cinco canciones pondría en un cumpleaños para bailar con los amigos. Para la mayoría de hipsters, el súmmum de la inteligencia humana son esos personajes que <<demuestran su lucidez>> huyendo de la vida pública, caso de J.D. Salinger, Thomas Pynchon o el ilustrador y músico Javier Aramburu.

Se privilegia a cualquier artista que haga obras para escuchar en solitario frente a quienes hacen música para disfrutar de manera colectiva, en espacios públicos como discotecas, fiestas populares o raves. Si la música apela al celebro, mejor que si estimula el cuerpo. Si suena torturada y melancólica, mejor que si contagia algún tipo de placer. El error básico que comete este enfoque es que el arte más sofisticado no tiene porque ser complicado. <<Me gusta la música experimental que se pilla a la primera>>, dijo Ornette Coleman, uno de los músicos de jazz más avanzado de la historia. Composiciones como Dancing In Your Head (1977), con su soniquete radiante, son un ejemplo de vanguardia comprensible por un niño de tres años. Desde el techno al drum and bass, pasando por el disco, la polirritmia africana o el laboratorio incesante de Jamaica, la inmensa mayoría de los géneros musicales más rompedores han sido música feliz, al alcance de cualquiera, que nos llega sin necesidad de la asesoría de expertos.

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