Roberto Esteban Duque (Nostalgia de futuro) Transhumanismo y desafíos a la naturaleza humana

El hombre que dio pie a las especulaciones eugenésicas fue Francis Galton, quien, inspirándose en las ideas evolucionistas de su primo, Charles Darwin, pensó que la libertad humana sería tal cuando tuviera bajo su control su propia evolución. Así, partiendo de una evolución natural, tras su acción providente el ser humano estaría comenzando su evolución artificial, que Galton denominó eugenesia.

El eugenismo tiene su origen en la obra de Galton, quien devaluaba el papel del ambiente en la vida y la biografía, considerando que la genética determinaba eternamente ambas realidades. Para él, la eugenesia como ciencia para mejorar la especie humana tenía una función negativa: reducir el número de individuos no aptos o indeseables, las razas inferiores; y otra positiva, incrementar los individuos aptos o deseables, las razas superiores.

Esta doble función de la eugenesia se plasmó inicialmente en la legislación norteamericana de comienzos del siglo XX gracias al movimiento Planned Parenthood Federation of America, fundado por Margaret H. Sanger. Para ella, el propósito de la planificación familiar era «crear una raza de pura sangre» y «procrear más hijos aptos, menos no aptos». Su Negro Proyect pretendía acabar con la masa de negros producto de un error genético y logró que de cada cuatro abortos, tres fueran de mujeres negras.

Este tipo de eugenesia tuvo una enorme influencia en las políticas del Tercer Reich, el mayor experimento histórico de primacía de lo impersonal, la técnica, sobre lo personal y al mismo tiempo de negación de la humanidad a grandes sectores de la población, los que eran eliminados primero en la Aktion T4 y después en los campos de concentración y en las cámaras de gas.

La brutalidad de la práctica eugenésica por parte del nazismo reaparecerá como «nueva eugenesia» a finales de los 60 bajo la figura del hedonismo. Su pretensión de apoyo en la autonomía de la voluntad se mostrará falaz a tener como centro el embrión. La nueva eugenesia se practica ahora sobre el embrión, siendo los adultos de un modo coactivo lo que deciden por él. Lo que se persigue es la homologación del embrión con el producto manufacturado, imponiéndole la exigencia del control de calidad. Se permitirá su eliminación tras el diagnóstico prenatal o preimplantartorio, descartando a los embriones con algún tipo de deficiencia o aquellos que superen el número de los que quieren ser implantados, y su reducción a material para la experimentación en eventual beneficio a terceros, o bien su mejora genética para satisfacer la fantasía de los padres.
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El método científico se ha mostrado tan efectivo para conocer la realidad material como inadecuado para abordar los cuestionamientos filosóficos y existenciales. Las ciencias espírico-materiales nada pueden aportar al hombre sobre cuál es su lugar en el mundo, sobre el sentido de su existencia o sobre los fundamentos de la moral. Así quedo demostrado, por ejemplo, en el intento de Monod por establecer una ética del conocimiento fundamentada en el conocimiento científico experimental.

En lo que respecta a la modificación de los estados de ánimo y el mejoramiento de la personalidad, la posición transhumanista encuentra una especial dificultad para poder apreciar qué se puede considerar una mejora y qué no. Experimentar estados indeseables puede mejorar nuestra comprensión de nosotros mismos y de los demás, y dar a nuestra personalidad una riqueza y una profundidad mayor que si solo se experimentan emociones positivas. Sin un criterio objetivo, la consideración de que el criterio sea que el sujeto pueda elegir modificar su estado de ánimo y los rasgos de su personalidad a su antojo, amparado en la autodeterminación del sujeto, puede conllevar varios problemas.

El primero de ellos está relacionado con la modificación de los sentimientos y las emociones que busca la anulación de todos esos sentimientos asociados a experiencias negativas en la línea de lo que se propone el imperativo hedonista de David Pearce. Modificar la componente subjetiva asociada a una experiencia negativa que el sujeto padece no elimina la causa del sufrimiento en tanto que lo que sucede no es modificado. Modificar exclusivamente la experiencia subjetiva mediante la manipulación biológica del sujeto supondría no solo una desorientación para el propio sujeto, sino también una suerte de alienación. La manipulación biológica supone siempre un atentado contra la libertad humana.

El segundo problema está relacionado con la posibilidad de modificar la personalidad. Sabiendo que en el fondo del corazón hay un deseo de ser amable a los ojos de los demás, la posibilidad de modificar nuestra propia personalidad puede alimentar la esclavitud que padecemos de la mirada de los otros. Así, confundiendo amor con admiración y reconocimiento se podría modificar la personalidad, amparado en el derecho de autodeterminación, atentando contra uno mismo para dejar de ser amados por lo que somos y someternos a la idea que el otro tiene de nosotros. 

Por último, cabe tratar la cuestión del mejoramiento de la sociedad y de la especie, que además de una vertiente de mejora biológica, cuenta con una componente marcadamente política. Tras las propuestas transhumanistas se puede apreciar un anhelo de justicia social, de igualdad y de bien común. Mejorar las condiciones de vida del ser humano es algo loable, aunque no hay una asociación directa entre el bienestar y la plenitud. En los planteamientos transhumanistas no se considera siempre el bien de todos y cada uno de los seres humanos. Es el caso de la eugenesia prenatal defendida por Savulescu y sostenida sobre el principio de beneficencia procreativa que se representa como un deber moral y que está lejos de mirar por el bien de todos y cada uno de los seres humanos. Los embriones humanos, seres vivos de la especie humana según el estado actual de la biología, son tratados como meros objetos y su vida no es considerada en sí misma como intrínsecamente valiosa. De este modo, amparado en su supuesto bien para la humanidad, se vulnera la dignidad de los individuos particulares que desde el transhumanismo no siempre es reconocida. El pensamiento pragmático-utilitarista no ayuda en este sentido, pues justifica vulnerar el bien individual en aras de un supuesto bien colectivo que deshumaniza el individuo y lleva a justificar acciones que vulneran la dignidad de la persona. 

Por otro lado, aunque el transhumanismo busca hacer de las tecnologías algo disponible y seguro para cualquier persona no deja de ser un desiderátum utópico que a nivel práctico no traería más que un aumento de la desigualdad y la discriminación. El deseo por parte del transhumanismo de promover la justicia distributiva, la igualdad de oportunidades e incluso la preocupación por promover las mejoras que solo ofrezcan beneficios intrínsecos o externalidades positivas es loable. 
Sin embargo, no podemos pretender abstraer las aplicaciones tecnológicas y los avances científicos de los sujetos a los que se aplican y las sociedades en las que se implementan. Además, los recursos siempre son limitados y la implementación de las mejoras que promueve el transhumanismo no podía llegar en igualdad y equidad a todas las personas. 

Parece evidente que la propuesta transhumanista, sostenida en planteamientos puramente materialistas, no puede ofrecer una respuesta adecuada al anhelo de plenitud y perfección del ser humano. Las condiciones ontológicas del mundo material son la limitación y las contingencias, y en este sentido las respuestas que podemos dar a un deseo que es infinito desde la materialidad van a ser siempre insuficientes. Aunque alguna de las propuestas transhumanistas pudiese ayudar a mejorar la vida de las personas o reducir las ocasiones de sufrimiento, la reducción del horizonte de lo real a lo material imposibilita encontrar una respuestas que satisfaga el deseo en toda su amplitud y complejidad. Reduciendo el horizonte de lo real a lo material solo nos quedaría reconocer al ser humano como un eterno insatisfecho, condenado a no encontrar una respuesta a la medida del anhelo que reconoce dentro de sí. La sombra del nihilismo se deja entrever tras las luces del optimismo tecnológico y los esfuerzos del transhumanismo por alcanzar la plenitud de lo humano como el trabajo de Sísifo. El intento de divinizar la materia a través de la técnica y la pretensión del hombre de salvarse así mismo a través de la ciencia puede acabar deshumanizando al hombre. 

Resulta bastante paradójico que una corriente materialista encuentre en la materialidad y sus condiciones ontológicas a su mayor enemigo. El transhumanismo, pretendiendo negar al espiritualidad del hombre, deja entrever lo que puede entenderse, no como una prueba, pero al menos sí como un indicio, de la espiritualidad humana. 

Los intentos del transhumanismo por responder y satisfacer los deseos del corazón humano puede acabar de dos maneras. La primera pasa por no abandonar los planteamientos materialistas y acabar acallado el deseo mediante la anulación de la propia conciencia humana, silenciar el grito de un ser humano que no se pliega ante las leyes de la materia y que clama por algo más de lo que la vida terrena le puede ofrecer, pues la realidad material es y será siempre contingente y limitada. Así tendríamos a un hombre alienado y desnaturalizado en el que el sufrimiento quizá pueda haberse callado, pero en ningún caso satisfecho el anhelo de plenitud. La segunda vía pasa por abandonar los planteamientos materialistas, no reduciendo al ser humano a su condición material, reconociendo que está llamado a algo más, a  una vida distinta a la que está sujeta a las leyes de la materia. Se plantea así abrirse a la posibilidad de la existencia de una vida ultraterrena en la que el espíritu pueda encontrar una respuesta a la medida de la infinitud del deseo.

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