Eduardo Infante (No me tapes el Sol) Cómo ser un cínico de los buenos

 LA RISA DEL PERRO

El humor fue el arma que usó el cínico para desvelar lo absurdo de la conducta gregaria, para deponer a las autoridades ilegítimas y para sancionar vicios.

El cínico se reía de todo y de todos. Usaba la risa como medicina para devolver la cordura a sus congéneres, curarles la estupidez y aliviarlos del autoinfligido sufrimiento. Su sonora carcajada disolvía los vicios y las corruptelas. Un cínico llamaba a las cosas por su nombre, era crítico y autocrítico, y además lo hacía todo con guasa. Su humor pretendía provocar, que en latín significa «llamar a las cosas», convocarlas y ponerlas ante los ojos para ser analizadas. Sus chistes convocaban la autoridad y denunciaban sus vicios. Su franca ironía derrocaba la dictadura de la corrección política. Sus payasadas introducían el caos creativo en el orden coactivo, difuminaban las fronteras entre clases sociales, rompían las represiones y liberaban los instintos, y, en definitiva, ponían por unos instantes el mundo patas arriba, para mostrar que otro es posible, imaginable y pensable. 

La risa del perro molesta porque enjuicia, critica y obliga a cuestionar nuestro comportamiento gregario, pero es tremendamente liberadora. Los habitantes de la ciudad de Corinto eran conscientes de ello y por eso, a pesar de haber sufrido las continuas burlas de Diógenes, cuando este murió, en agradecimiento, erigieron una columna en mármol de Paros con la figura de un perro descansando. Los corintios entendieron que, aunque las pullas del filósofo eran amargas, siempre tuvieron como fin curarlos de la estupidez y liberarlos de las ataduras que impedían vivir en plenitud.

El humor cínico contiene una crítica a la norma socialmente establecida que se debe tomar muy en serio. Supone una defensa de la individualidad contra una sociedad que pretende homogeneizarnos. Henri Bergson estudió la función social de la risa y concluyó que su cometido es el de juzgar y sancionar la conducta que transgrede la norma. Lo risible es un fenómeno puramente humano. Un paisaje podrá ser bello o feo, pero nunca cómico. Si la conducta de algún animal hace gracia es porque esta parece humana. Solo el hombre es objeto de risa; fuera de lo humano no hay nada «risible». Para Bergson, el hombre es «un animal que ríe». Pero ¿por qué y de qué nos reíamos? ¿Por qué lo cómico nos hace reír? Solo podemos responder a estas cuestiones si primero entendemos que «nuestra risa es siempre la risa de un grupo», el medio natural en el que se da la risa es siempre una determinada sociedad. Es un grupo humano concreto donde el chiste tiene su sentido y su función. Por norma general, la risa es algo que no se da de forma aislada, necesitamos estar acompañados por otros hombres que compartan el mismo sentido del humor y se rían con nosotros para experimentarla verdaderamente.

Si contamos un chiste y somos los únicos que reímos mientras los demás nos miran con extrañeza, la risa rápidamente se desdibuja en nuestro rostro para dar paso al sonrojo y el bochorno. Cada pueblo, cada región, cada provincia tiene su humor característico; por eso hablamos de un humor inglés o de un humor gallego. Además del grupo, Bergson introduce otra variante en el humor: la víctima. La risa es la risa de un grupo que se ríe de alguien, un burlado. El grupo, con su burla, convierte la risa en un acto de superioridad sobre el que sufre la mofa. Por tanto, es siempre la sociedad la que se ríe del individuo. El goce de reírse no es desinteresado, sino que va siempre acompañado por una segunda intención que cumple una función social: como gesto de adhesión al grupo (me río con otros) y como castigo social (se ríen de mí). Lo cómico señala cierta imperfección del individuo, cierto desvío con respecto al estándar, el modelo o la norma, que obliga a la sociedad a imponer una inmediata censura. La risa es un gesto colectivo de corrección. El grupo castiga la disonancia y la conducta disruptiva, a la vez que premia el gregarismo y la conducta adaptativa. 

El cínico invirtió la dirección de la risa, apuntó hacia el grupo y defendió al individuo frente a la manada. En sus manos, el humor se convirtió en una potente arma filosófica contra la conducta gregaria. El cínico fue el valiente bufón de la sociedad: el único capaz de decirle al rey la verdad a la cara y convertir lo cómico en un gesto emancipador.

La risa fue la actitud existencial de todo cínico. Con su mueca, el perro interpeló a la realidad social, buscó independencia y cuestionó las dinámicas de poder. Sirva de ejemplo aquella ocasión en la que Alejandro Magno encontró a Diógenes observando con minuciosidad y detenimiento una pila de huesos humanos. El emperador le preguntó qué era lo que estaba haciendo y el filósofo le respondió: «Estoy buscando los huesos de tu padre, pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo». 

El chiste cínico tiene algo en común con el rito: ambos relacionan conceptos diferentes, aunque el rito lo hace para imponer orden, mientras que el chiste cínico lo subvierte. El mensaje de una burla cínica es que todas las normas sociales pueden ser transgredidas. Todo buen chiste nos demuestra que el mundo puede ser de otra manera y nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el auténtico valor de lo socialmente aceptado. El cínico puso sus burlas al servicio de la causa libertaria. Un chiste cínico es siempre una afirmación de libertad.

Los cínicos unieron filosofía y humor, y llegaron a crear un género propio con el que expresar su pensamiento: el serioburlesco. Los autores cínicos fueron a la vez unos burladores de lo serio y unos hombres que se hacían los serios para reírse; cultivaron un tipo de diatriba moral que mezclaba el humor con la gravedad, y usaron la broma para censurar los vicios de los hombres con el objetivo de, como afirmaba Demetrio, «erradicar mediante la burla los yerros del alma». Los cínicos se inspiraron en la ironía de Sócrates para crear un estilo que combinaba lo ridículo y lo didáctico con el que mejorar a los seres humanos y refutar las ideas morales equivocadas. Los escritos cínicos, entre los que destacan las geniales y divertidísimas obras de Luciano de Samósata, son una filosofía popular y satírica que critica con agudeza la estupidez humana y los prejuicios sociales. 

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