José María Álvarez (La insoportable levedad de la libertad)

Somos, como dice el tango de Discépolo, "disfrazaos sin carnaval". A la quizá altruista pero desde luego poco sagaz pregunta, tan frecuentada: ¿Escribir después de Auschwits? o de los Gulags, o de cualquiera de los horrores de nuestra última época, el verdadero artista hubiera dicho: sí. O ni se hubiera planteado la pregunta. Porque hasta en los campos de exterminio comunistas o en los sótanos de la gestapo, podía soñar un verso, o hasta allí, un verso podía consolarlo. Pero lo que sostenía ese verso, o esa música, el sueño de pertenecer a una cadena, cuyo pasado y futuro le daban sentido, eso se ha roto. El artista siente que no tiene "después", que le han robado el "antes".

Y a la aniquilación de ese Después y de ese Antes, ha sido gran parte de la misma intelectualidad del último siglo, sobre todo, quien se ha aprestado a movilizarse; casi siempre los políticos se han limitado a seguir los dictados de sesudos intelectuales, los diktak de quienes han traicionado la Cultura, quienes decidieron que la cultura tenía que "servir" en el más inmediato de los sentidos al hombre en su vida social. Y con el agravante de que sus exhortaciones han sido para un servicio que repetida y inexorablemente ha llevado a las sociedades a su aniquilamiento económico y social.

La "traición" de los intelectuales, usando la palabra con que ya la denunció Benda hace muchos años, la renuncia a principios universales, la rebaja del Arte a lo inmediato, su servidumbre innoble de ideas políticas también de inmediata aplicación, su municionamiento a nacionalismos y tiranías, su servicio y conversión de la zafiedad de la cabeza media social. Y a esa traición sucumbieron y se sumaron universidades y gobiernos; se infiltró como una larva en todas las articulaciones, músculos y tendones del mundo cultural, todo ello servido con gusto por los medios de comunicación, donde esa intelectualidad se aposentó como en un tribunal.

Se pretendió -y sin duda se ha conseguido- unir el discurso social, político, de instituciones, de sistemas de gobierno, de luchas tribales, de libertades públicas o de respaldo de poderes criminales, con el discurso de la Cultura. Se decidió que eran inseparables. Y el mayor error: se imaginó que la Cultura florecería precisamente en las mejores -igualitarias, intervenidas- situaciones sociales. Y, derivado de esto, que si por el contrario, la Cultura había florecido en las más dramáticas e indeseables situaciones, es que ese Arte no era bueno, no era conveniente, no salvaba, no debía persistir, puesto que no servía favorablemente a la vida de la sociedad.

La negación de esa Cultura superior, ha llevado a la hecatombe del Multiculturalismo. Tan peligroso, o acaso más, que los nacionalismos, porque degrada aún más la Cultura. Ya no se trataba solamente de la reducción cultural a toscas tradiciones y lenguas, sino de la condena de aquellas formas culturales universales, que lo eran por su altura de contenido y miras, por la complejidad de su alma. A donde pudo llegar Shakespeare, y Virgilio o Tácito o Platón o Li Pao, ya no eran las metas y la única patria del creador, sino que quedaban reducidos a un escritor inglés del siglo XVI-XVII, unos romanos hijos de una sociedad esclavista, un griego casi incomprensible o un chino viviendo de las gabelas del poder en una dinastía determinada, y para qué seguir; pero por qué más considerables que un quechua que narra en su lengua problemas que le afecten directamente; ¿Por qué la IXª de Beethoven sería más importante para mi desarrollo hoy y aquí que las canciones de mi tribu? Cada uno tenemos nuestra cultura en vez de tender a una Superior donde se almacena lo más grande que ha creado el hombre y que es referencia universal.

[...] En vez de traicionar cada uno a su patria pequeña en pos de un mundo superior, en vez de comprender que la Cultura es la suma de lo mejor venga de donde venga, constituyendo un canon de validez universal- y junto a ella el olvido de lo que es inferior-, nos volvemos más patriotas que nunca aunque lo sea del tam tam. Como es lógico, había que perseguir lo que se oponía a esa reducción, y a ello se han prestado entusiasmados intelectuales de todos los países -la mayoría, no estoy muy seguro de que movidos por nobles sentimientos- y la Enseñanza, en casi todos los lugares. Aislar a los individuos, a los que no aman esa pequeña patria, a los que rezuman cosmopolitismo.

Ese multiculturalismo no sólo ha degradado la Cultura, no sólo ha ayudado a que vaya instalándose la amnesia generalizada sobre todo aquello que no sea la vaciedad de su discurso, no sólo la dinamitado las jerarquías culturales y su universalidad, sino que ha revitalizado tradiciones que ya creíamos desaparecidas y cuya barbarie imaginábamos, formas de pensamiento primitivas, crueles, pero que hoy se atreven a presentarse con los mismos derechos que la Cultura superior que las hubiera desarraigado: quiero decir; pueden exhibirse con los mismos derechos una legislación tribal y cruenta, que el Derecho Romano, o la ablación del clítoris de algunas culturas inferiores junto a las libertades occidentales conquistadas tras miles de años, el salvajismo de esta o aquella primitiva comunidad junto a la tradición del parlamento Británico.  

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