¿A quien se le ocurrió?
El movimiento feminista es hijo del marxismo y de una sencilla evolución ideológica de la lucha de clases a la guerra de sexos. En todo momento, sus ideólogos han evitado citar como el mal planetario a la Dinastía Rothschild y el poder emisor del dinero a través de la usura como primera causa de los males del mundo. Tal vez porque los mismos Rothschild financiaron la revolución comunista y al propio Karl Marx (hijo de un rabino judío) o tal vez porque Trotsky fue sacado de la cárcel en Estados Unidos por la familia Rothschild, que le dio un cheque con el que iniciar la revolución comunista, o tal vez porque Lenin recibió un precioso oro en Suiza que le sirvió para pagar a los traidores al régimen zarista que levantarían ese experimento de ingeniería social llamado «comunismo» en el que el libre albedrío quedaba en las manos de unos psicópatas imbuidos de las mismas ideas que estamos describiendo. Y que triunfaron en el mundo capitalista de la mano de la socialdemocracia, como veremos.
La francesa Simone de Beauvoir, pareja del filósofo existencialista Jean Paul-Sartre, una de las madres del feminismo, era también marxista, como la mayor parte de las feministas. De ella dice la pensadora, Prado Esteban, «Beauvoir es el paradigma del feminismo como ideología misógina, que considera a la mujer un ser inferior biológica y esencialmente y deplora la feminidad en todas sus facetas, pero especialmente en la maternal. Sus ideas han servido para enviar a millones de mujeres a las ergástulas del trabajo asalariado».
Aunque en la mayor parte de su obra, Marx y Engels pusieron en énfasis en la guerra de clases, al final de su vida Friedrich Engels dejó abierta la puerta para anunciar la guerra de sexo.
Una corriente de pensamiento feminista tomó así de Frederich Engels su análisis de los orígenes de la familia, que fue otra de las instituciones que quisieron destruir. En 1984, Engels había escrito: «La primera lucha de clases coincide en la Historia con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en el ámbito del matrimonio monógamo, y la primera sumisión de clase es la del sexo femenino por parte del masculino». Es paradigmático que fueran hombres quienes primero teorizaran sobre el feminismo, porque también el filósofo Augusto Comte, padre del positivismo, dio algunas directrices en este sentido en su libro «Sistemas de Política Positiva» (1828); «la mujer ha de dejar de ser la hembra del hombre (...) dispensada de toda función materna», y sugería seguidamente que las funciones de la maternidad fueran sustituidas por «la aplicación a la casta esposa de una fuerza latente». En otras palabras: la fecundación artificial. Comte, mucho antes que Engels, estaba vislumbrando una sociedad en la que el amor hombre-mujer, con los peligrosísimos sentimientos, sería reemplazada por una sociedad fría, mecánica, en la que el individuo sería un simple artilugio dentro de la máquina.
Todo ese tipo de pensamiento tiene mucho que ver con el decálogo que Lenin dictó en 1913 y cuyos tres primeros puntos nos ayudan a comprender quién gestó todo esto:
1. Corrompa a la juventud y exacerbe la libertad sexual.
2. Infiltre y después controle todos los medios de comunicación masivos.
3. Divida a la población en grupos antagónicos, incitando a la discusión sobre asuntos sociales.
Años después, la escuela marxista de sociología de Frankfurt (patria de la dinastía Rothschild, qué casualidad) dictó otro decálogo para extender la revolución cultural y demoler la moral tradicional.
1. Fomentar la desintegración familiar;
2. Hacer depender a los ciudadanos del Estado o de los beneficios del Estado;
3. Mantener un sistema legal desacreditado, con prejuicios contra las víctimas del delito;
4. Promocionar el vaciamiento de las Iglesias;
5. Promover el consumo excesivo de bebidas alcohólicas;
6. Promover la migración para destruir la identidad;
7. Fomentar la destrucción de la autoridad en los Colegios y Universidades;
8. Suscitar la invención de delitos sociales;
9. El cambio continuo para crear confusión y
10. Fomentar la homosexualidad en los niños.
Gran parte del público desconoce que la Fundación Rockefeller ha estado financiando el feminismo desde sus orígenes, incluso el movimiento sufragista que reclamaba el derecho del voto a la mujer. Más de un siglo después de la extensión del sufragio universal es evidente que esta supuesta conquista social no cambió el estado de esclavitud en el que se encuentran la raza humana sino que fue un completo engaño; así pues, entregar el derecho al voto a la mujer fue solo una zanahoria para atraer a la mujer al mundo del trabajo y de los impuestos: a la esclavitud total.
Es por tanto muy curioso que los movimientos emancipadores de la mujer… ¡hayan sido ideados por hombres! Y que, en último caso, hayan obligado a la mujer a trabajar más todavía: en casa y fuera del hogar. (por eso Rockefeller lo financió, claro está). ¿Alguien ha reparado en que el Día de la Mujer… es el día de la Mujer Trabajadora? ¡Qué casualidad, verdad?
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La industria de la violencia de género
¿Quiénes pueden ser los mayores garantes de que el dogma de fe se cumpla? Muy sencillo: aquellos que se van a lucrar con la cruzada. Al igual que las ONGs nunca han querido llegar hasta el final del problema sobre el hambre en el mundo (el dinero-deuda y la usura) porque de hacerlo su motivo de existencia desaparecería, el estado pondrá al mando de los servicios sociales generados para «paliar» ese mal creado por ellos mismos, ¡a las propias feministas que lo han creado! ¿Quién mejor que ellas se encargarán de velar por que el secreto se mantenga? ¿Quién mejor que la madrastra que odia el Amor para controlar a Cenicienta y que no lo descubra?
De esta manera, los propios grupos feministas que se ocuparon de generar el problema propagando la ideología del odio recibirán las subvenciones para que impartan los cursos de adoctrinamiento en la guerra de sexos y las casas de acogida donde se refugiarán las mujeres maltratadas. ( por supuesto, no las habrán para los hombres: ellos tendrán que dormir en camionetas o tiendas de campaña, como los refugiados). Tanto es así que, según el citado Juez Serrano, las asociaciones feministas que se ocuparán de gestionar la guerra de sexos (recordemos que en su origen son marxistas) recibirán las subvenciones al más puro estilo capitalista en función de su «productividad». ¡Y cuál puede ser la productividad en un asunto como éste?
Pues muy sencillo: el número de denuncias por malos tratos gestionadas. A más denuncias, más cobran, luego ¿qué harán más que extender la paranoia?
La abogado sevillana Isabel María Martín especialista en este tema afirma en una de sus charlas que la Unión Europea entrega 3.000 euros por cada denuncia tramitada a las asociaciones que manejan este tema: un dinero que se repartirán abogados, psicólogos y casas de acogida. A su vez, la Unión Europea recibe esos fondos del Banco Mundial, por encargo de las Naciones Unidas y las direcciones ideológicas en favor de la «ideología de género» dentro de sus planes de control de la población.
Al calor de todo este nuevo negocio, aparecieron sugestivas noticias que mostraron el nivel de corrupción y la clase de personas que habían tomado parte en esta nueva industria. Dado que una parte de las feministas (llevadas por el odio al varón) se hicieron lesbianas, algunas de esas subvenciones llegaron, precisamente, a quienes propugnaban el alejamiento del hombre y mujer. ¡Quién mejor que los homosexuales para educar en la segregación de los sexos!
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