La tiranía cordícola reemplaza muy ventajosamente, creo, a las viejas dictaduras agotadas y a sus dislocadas ideologías. El Consenso ha desplazado al Comunismo sólo porque, por fin, lo realiza. De la misma forma, no se debe sólo a un rasgo de humor descacharrante que el Partido Comunista Italiano, el PCI, acabe de ser rebautizado como PDS. O que el inmundo concepto americano de lo politically correct se abrevie en los medios como PC. La colectivización se da el último retoque, pero en colores y con música. Nos veo a todos muy comunistas, más comunistas que nunca, aunque todavía sea poco demostrable. No comunistas visibles, evidentemente, siniestros gulaguistas de cromo de colores, guepeuistas ensangrentados. No seré yo, que nunca me he mojado en ese charco ni el dedo chico del pie, el que vaya a afligirse por el lastimoso final de los marxistas, aunque en esa historia haya habido, a pesar de todo, en lo recóndito de sus delirios, un poquito de algo simpático, un vago foco de abominación por el cual, de vez en cuando, se escaparon unas modestas nubes que apestaban mala voluntad para con los "poseedores", por ejemplo, los "burgueses", los "ricos", los "pudientes". Pero, en fin, esa gente nunca ha sido mi "familia". No han resistido, hay que reconocerlo, frente a la ascensión de los Cordícolas. Éstos han demostrado que se podía hacer lo mismo, alcanzar las mismas metas gregarias y solidarias, llevar a cabo la misma aniquilación de la idea de propiedad privada de cualesquiera bienes (no sólo los de consumo y los de producción), pero con menos costes y con alegría, lejos de toda perspectiva de desorden, de toda amenaza de baño de sangre. El telecolectivismo filantrópico hereda a la perfección, y con toda suavidad, el despotismo comunista, así como los alardes virtuoso de su edificante literatura, tanto sus pastorales aragonescas como sus idilios eluardianos.
Cada cerebro es un koljoz. El Imperio del Bien retoma sin modificarlos demasiado no pocos rasgos de la antigua utopía. La burocracia, la delación, una adoración de la juventud que pone la carne de gallina, la inmaterialización del todo pensamiento, la eliminación del espíritu crítico, el obsceno adiestramiento de las masas, la aniquilación de la Historia bajo sus reactualizaciones forzadas, la apelación kitsch al sentimiento contra la razón, el odio al pasado y la uniformización de los modos de vida. Todo ha ido rápido, muy rápido. Los últimos núcleos de resistencia se dispersan, la Milicia de la Imágenes ocupa el terreno a fuerza de sonrisas. En el fondo, de las grandes ideologías colectivistas sólo han caído los capítulos más ridículos (la dictadura del proletariado, en primer lugar). Lo invariante permanece, es gregario, no hay peligro de que desaparezca. La fantasmada del gran retorno de la llama del individualismo, en un mundo de donde se ha eliminado toda singularidad, es por tanto una de esas tartas de crema periodístico-sociológica consoladora que no acaba de divertirme. ¿En qué rincón perdido de este globo idiota? Si todo el mundo pudiera contemplar como yo, desde donde escribo en este momento, los trescientos millones de bueyes que se aprestan, en todo el planeta, a coger sus vacaciones de verano, reflexionaríamos antes de hablar. El individuo no va a volver ahora, si es que existió alguna vez. Salvo como artefacto, claro está. Como robot para zonas peatonales. Como asalariado para pistas de esquí. El otro día salgo de mi casa. Cuando bajo los escalones del metro, veo el titular enorme de un diario: "20 H: ¡FRANCIA SE PARA!" ¡Vaya!, me digo, por fin, ya era hora, también ellos se han dado cuenta... A pesar de todo, me asalta la duda, me acerco al quiosco, nunca se sabe, quizás haya una huelga general, voy a volver a quedarme bloqueado en un tren. Me acerco más. Leo. ¡Descubro entonces que se trata de no sé qué partido de fútbol que todos los franceses, a partir de las ocho de la tarde, supuestamente iban a vivir juntos ante sus aparatos de televisión! "¿FRANCIA SE PARA?" ¿Todo el mundo? ¿De verdad? ¿Toda Francia? ¿Lo creemos? ¿Estamos seguros del todo?
Dos días después, muy de mañana, por la radio, una nueva consigna: "¡Hoy, jornada sin tabaco! ¡Fumadores, es vuestro último cigarrillo! ¡Se acabó! ¡Excomulgados! ¡La OMS somete al planeta a un régimen sin nicotina!
Pero, ¿qué es la OMS? ¿Qué tengo yo que ver con la OMS? ¿Por qué se mete en esto la OMS? ¿Me han preguntado a mí la OMS antes de elegir el color de mis días? ¿He firmado un contrato? Y además, ¿dónde se reúne una OMS? ¿Qué es eso? ¿Una secta? ¿Un consorcio? ¿Un Sindicato del Crimen todopoderoso? ¿Un grupúsculo mundial anónimo? ¿El nombre verdadero del Gran Hermano? Todo el mundo se felicita por haber visto derrumbarse, a lo largo de los años del siglo XX, al Gran Hermano, bajo no pocas máscaras. Verdadero, enorme, sangriento. ¿Y si también él hubiera cambiado? ¿Y si se hubiera convertido en un Gran Hermano amable, distendido y tranquilizador? ¿En un Gran Hermano protector de la naturaleza y también de la salud pública? ¿Saturado de filantropía, repleto de ofertas que no se pueden rechazar e hinchado de proyectos irreprochables? ¿Más colectivista todavía que antaño, pero esta vez en el buen sentido, en el sentido verdaderamente caritativo?
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