Declarar que en el mundo actual se ha abandonado el gusto por la conversación, o que el arte de la conversación es algo que muy pocos hoy en día se encuentran en condiciones de practicar, no pasa de ser una constatación de mínimos, fronteriza con lo obvio. Parece claro que la conversación se perdió por el desagüe de la historia, junto con todo un mundo de vida. No fue poco, habría que añadir a continuación lo que dicha pérdida significó.
Porque bien pudiera mantenerse que, bajo diferentes formatos, las terlulias, en tanto que espacios para la conversación, han sido una constante de la cultura occidental. Tertulias son las que encontramos en el ágora ateniense, en las termas romanas, en los atrios mediavales, en las academias renacentistas, en los salones literarios franceses de los siglos XVII y XVIII o, en fin (por terminar en algún punto la relación), en los grandes cafés de finales del sigo XIX y buena parte del XX de las ciudades auropeas. Obviamente, no todos los formatos poseen los mismos rasgos, pero no da la impresión de que resulte aventurada la tesis de que el que todos ellos comparten es su carácterr igualitario y, en ese misma medida, democrático. No otra parece ser la razón por la que en estructuras e instituciones fuertemente jerarquizadas como el monasterio, la cárcel, el ejército, la fábrica o el aula, la distribución del silencio y la palabra está altamente reglamentada y ni sentido parece que tenga pensar en dar cabida en ellas a terlutias en las que poder conversar.
La conversación brota del encuentro del gusto por la inteligencia y el gusto por la palabra. No es propiamente diálogo (en ella pueden participar más de dos personas), ni mera charla (en la que el pasar el rato prima por encima de las ideas) o disputa (en la que el interés por la derrota simbólica del o de los interlecutores prevalece sobre cualquier otra condideración estética o de conocimiento). Es posible que todas ellas formen parte del universo de la comunicación, pero, en todo caso, poseen su propia especificidad, y la de la conversación se sustenta en un conjunto de reglas o normas.
Según el filósofo británico Paul Grice, cualquier interacción verbal está regida por el principio de cooperación, que puede formularse así: <<Haz que tu contribución sea la requerida para la finalidad del intercambio conversacional en el que estás implicado>>. Este principio básico se desglosa en cuatro máximas: de cantidad (haz que tu contribución sea tan informativa como sea necesario), de cualidad (sé pertinente, no digas algo que no viene al caso, lo que en ocasiones toma la forma de mandato <<vaya usted al grano>>) y de manera (sé claro, evita la ambigüedad, sé breve, sé ordenado. El principio y sus máximas delimitan, pues, el terreno en el que se debe desemvolver la conversación para ser considerado como tal.
Pero, además de estos requisitos relacionados con la inteligencia, la conversación requiere destrezas relacionadas con el manejo del lenjuage, siendo muy probablemente el déficit en ambas esferas uno de los elementos que explique en buena medida el declive de la conversación en los tiempos actuales.
* Manuel Cruz (Adiós, historia, adiós) El abandono del pasado...
* Manuel Cruz (Escritos sobre la ciudad y alrededores)
* Manuel Cruz (Ser sin tiempo)
* Manuel Cruz (El ojo de halcón) Cuando la filosofía habita en los...
* Manuel Cruz (La flecha (sin blanco) de la historia
* Manuel Cruz (Pensar en voz alta)
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