Cyril.- ¿Eso quiere decir que te opones a la modernidad de la forma?
Vivian.- En efecto. Es un precio excesivo para tan escaso resultado. La simple modernidad de la forma es siempre un tanto vulgarizadora. Y no puede menos de ser así. El público se figura que, porque ellos se interesan en lo que les rodea de un modo inmediato, el Arte debería interesarse también y debería tomarlo como tema. Por el mero hecho de interesarse ellos en dichos objetos, ya los hace inadecuados para el Arte. Las únicas cosas bellas, como ya dijo alguien, son las cosas que en nada nos conciernen. Mientras una cosa nos sea útil o necesaria, o nos afecte de un modo cualquiera, bien sea para bien o para mal, o excite vivamente nuestra simpatía, o constituya una parte vital del medio en que vivimos, es indudable que se halla fuera de la esfera propia del arte. El tema o el asunto del arte debería sernos más o menos indiferente. O, cuando menos, deberíamos no tener la menor preferencia, ni la más mínima prevención, ni partidismos de ningún género. Porque Hécuba no tiene nada que ver con nosotros es, precisamente, por lo que sus dolores constituyen tan excelente motivo de tragedia. No conozco en toda la historia de la literatura nada más triste que la carrera artística de Charles Reade. Escribió un libro magnífico, The Cloister and the Hearth, un libro tan superior a Romola como Romola lo es a Daniel Deronda, y dilapidó el resto de su vida en la insensata tentativa de ser moderno, de atraer la atención del público hacia el estado de nuestras cárceles y prisiones y la administración de nuestros manicomios particulares. Charles Dickens ya fue bastante deprimente al tratar de despertar nuestra compasión en pro de las víctimas de la ley administrativa referente a los pobres; pero Charles Reade, un artista, un humanista, un hombre dotado del verdadero sentido de la belleza, rugiendo y debatiéndose contra los abusos de la vida contemporánea como un vulgar libelista o un reporter sensacionalista, es realmente un espectáculo para hacer llorar a los ángeles. Créeme, mi querido Cyril, la modernidad de la forma y la modernidad del tema son un error completo y absoluto. Hemos tomado la vulgar librea de la época por la vestidura de las Musas, y malgastamos nuestros días en las sórdidas calles y los repugnantes suburbios de nuestras viles ciudades cuando deberíamos estar en la montaña con Apolo. No cabe duda que somos una raza degenerada, y hemos vendido nuestro derecho de primogenitura por un plato de hechos.
Cyril.- Algo hay en lo que dices, y no hay duda que, por mucho placer que nos haya causado la lectura de una novela puramente moderna, rara vez encontramos el menor placer artístico en su lectura. Y esta es quizá la prueba más evidente de lo que es literatura y de lo que no es. Si no se encuentra satisfacción alguna al releer un libro una y otra vez, ¿a qué leerlo ninguna?. Pero, ¿qué me dices del tal cacareado retorno a la Vida y a la Naturaleza? Pues tal es la panacea que se nos viene preconizando en todos los tonos.
Vivian.- Te leeré lo que digo sobre el particular. El pasaje es de otro lugar del artículo, pero lo mismo da traerlo ahora a cuento.
<<El grito popular de nuestra época es: ¡Volvamos a la Vida y a la Naturaleza; ambas nos renovarán el Arte e infundirán una sangre roja en nuestros venas; ambas calzarán de celeridad nuestros pies y harán fuerte nuestra mano!. Pero, ¡ay!, nuestros esfuerzos generosos y bien intencionados van por mal camino. La naturaleza va siempre retrasada con respecto a la época. Y, por lo que hace a la Vida, ésta es siempre el disolvente que acaba con el arte, el enemigo que devasta la casa>>.
Cyril.- ¿Qué quieres decir con eso de que la Naturaleza va siempre retrasada con respecto a la época?.
Vivian.- Sí, esto es quizás un tacto críptico. Pues bien, lo que quiero decir es que, se designamos bajo el nombre de Naturaleza el simple instinto natural, en oposición a la cultura consciente, la obra producida bajo aquella influencia será siempre anticuada, vieja y pasada de moda. Una pincelada de Naturaleza puede hacer afín el mundo entero, pero dos pinceladas de Naturaleza destruirán toda la obra de Arte. Si, por otra parte, consideramos la Naturaleza como la colección de fenómenos externos al hombre, los hombres sólo descubrirán en ella lo que a ella lleven. La Naturaleza no tiene nada que decir pos sí misma. Wordsworth fue a los lagos, es cierto, pero nunca fue un poeta lakista. Encontró en las piedras los sermones que había escondido allí antes. Se dedicó a moralizar por el distrito, pero su obra buena se produjo cuando volvió, no a la Naturaleza, sino a la poesía. La poesía le dio Laodamia y los sonetos magníficos, y la gran Oda, tal como nos han sido legados. La Naturaleza, en cambio, le dio Martha Ray y Peter Bell, y la invocación a la azada del Mr. Wilkinson.
Cyryl.- Me parece que ese punto de vista se presta a discursión. Yo, por mi parte, me inclino a creer en the impulse from a vernal wood, aunque claro está que el valor artístico de un tal impulso depende en absoluto del temperamento que lo reciba, así que el retorno a la Naturaleza vendría a significar simplemente el avance hacia una gran personalidad. Supongo que estarás conforme, ¿no? De todos modos, continúa leyendo tu artículo.
Vivian.- (leyendo).- <<El Arte comienza con la decoración abstracta, con la obra puramente imaginativa y placentera que trata de lo irreal e inexistente. Este es el primer estadio. Luego, la Vida queda fascinada por la nueva maravilla y pide que le den acceso al círculo encantado. El Arte toma la vida como parte de su material bruto, la vuelve a crear y la moldea de nuevo en formas inéditas, es absolutamente indiferente a los hechos, inventa, imagina, sueña, y conserva entre sí mismo y la realidad la barrera infranqueable del estilo y del procedimiento decorativo o ideal. La tercera fase llegado cuando la Vida acaba por imponerse, ahuyentando el Arte al desierto. Esta es la verdadera decadencia, y de ella estamos sufriendo en la actualidad.
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