Rais Busom (Posglobalismo) Cómo reconstruir la civilización desde el borde del abismo global

EL PUNTO DE INFLEXIÓN: LA AUTODETERMINACIÓN MONETARIA

LA DESARTICULACIÓN DE LA SOBERANÍA

El globalismo necesita debilitar y manipular a los Estados nacionales para expandir su poder y crecer económicamente. Se cambian las legislaciones en el mundo y se implementan nuevas regulaciones que permitan operar de manera más favorable. El objetivo es privatizar los Estados lo máximo posible, para gestionar el poder político y extraer riqueza. Las organizaciones mundiales promulgan recomendaciones legislativas que luego los políticos se ven obligados a poner en marcha en sus países. Los organismos internacionales como la ONU o la OMS sancionan políticas con su aureola de neutralidad burocrática, para que se implementen en todo el mundo. El expresidente de Estados Unidos Donald Trump en 2020 decidió no seguir financiando a la OMS. Según afirmó a los medios:

              Si la OMS hubiera hecho su trabajo de enviar expertos médicos a China para calibrar la situación de forma objetiva en el terreno y criticar la falta de transparencia de China, el brote se podría haber contenido en el foco con muy pocas muertes.

Los 194 Estados miembros de la OMS realizan su contribuciones obligatorias, pero además existen aportaciones voluntarias estatales y privadas. Estados Unidos en 2019 fue el mayor contribuyente neto, con 553 millones de dólares; el segundo fue la Fundación Gates, con 367 millones de dólares, y el tercero la Alianza GAVI (la autodenominada «Alianza para las vacunas»), con 316 millones de dólares, también liderada por la Bill & Melinda Gates Foundation, ya que son su principal donante privado, con 1808 millones de dólares. Sumadas ambas aportaciones superan al mayor contribuyente. Comparando estas instituciones, la OMS, que tiene un presupuesto de 5600 millones de dólares, está a merced de la poderosa y gigantesca Alianza GAVI, que cuenta con 21.598 millones de dólares para su operativa. Este es un pequeño ejemplo del funcionamiento de la influencia discreta en muchas instituciones internacionales globalistas. 

En su primera fase, el globalismo se encargó de conseguir el poder económico global a través del totalitarismo monetario y de prácticas de colonialismo encubierto. muy agresivas, pero en una segunda fase se está dedicando a conseguir el control social. Es imprescindible el control social para gestionar la transición a un nuevo modelo económico y para frenar los desafíos de los contendientes contra el imperio del dólar, como son los BRIC+

Hasta ahora, el globalismo había aplastado cualquier desafío al dólar. En el año 2000, Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí se cotizara en euros, una decisión política que mejoró los ingresos iraquíes al alza del euro respeto al dólar. No fue u desafío monetariamente importante, pero EE.UU. no se lo podía permitir y decidió abatir el régimen del partido Baaz. Otro ejemplo fue Muammar al-Gadafi. Su última propuesta fue plantear un banco panafricano que unificara a todas las naciones del continente y las dotara de una moneda única, soportada por las reserva de oro de Libia: el dinar de oro. Al final, crear una comunidad económica africana similar a la Unión Europea. Incluso habló de tener satélites de comunicación africanos. Todos sabemos cómo acabó la historia. Gadafi fue asesinado en 2011. Las imágenes de televisión de Hillary Clinton riéndose en directo por su muerte aún resuenan en nuestra memoria, como si de una psicópata se tratara: «llegamos, vimos, él murió». Años más tarde, las filtraciones de los e-mails de la secretaria de Estado por WikiLeaks revelaron la intencionalidad de la OTAN de acabar con el presidente de Libia: «es hora de que Gadafi se vaya». El mismo Gadafi pronunció en 2009 un histórico discurso en la ONU, donde criticó fuertemente la arbitrariedad en los incumplimientos de sus normas y resoluciones. Se refirió a la violación permanente del derecho internacional por parte de las grandes potencias y fue premonitorio en varias cuestiones, como las vacunas o su propio futuro.

             El futuro de la humanidad está en juego. No podemos quedarnos en silencio. ¿Cómo podemos sentirnos seguros? ¿Cómo podemos ser complacientes? Este es el futuro del mundo y nosotros, que estamos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, debemos asegurarnos de que este tipo de guerras no repitan en el futuro. 

La soberanía política del Estado, hoy en día, es tan solo un relato convincente para los ciudadanos de la mayoría de los países dependientes, pero la soberanía económica no tiene patria. La soberanía nacional ha sido sustituida por la soberanía global del imperio del dólar que ejerce su poder a través del totalitarismo monetarista. Las élites del imperio han construido una compleja gobernanza internacional con instituciones de prestigio como la ONU o la UNESCO, que representan una ideal regulativo para la humanidad que también se llenaron de funcionarios de primera línea comprometidos con sus ideales, pero que han sido intervenidas, infiltradas y manipuladas de la misma manera que los Estados nacionales. Detrás de esa estructura de poder formal, a todas luces ineficiente y arbitraria —pensemos en el Consejo de Seguridad de la ONU—, existe una infraestructura de poder subterránea, a veces secreta, o simplemente desconocida, o difícil de rastrear que se dedica a imponer la agenda globalista. Los excedentes monetarios, cuyos receptores primarios son las entidades financieras y las grandes corporaciones, al final acaban donando una parte de sus beneficios a las fundaciones que implementan la agenda globalista en la sociedad y en la política, mediante sobresueldos a gobernantes y a políticos, con inyecciones de dinero para medios de comunicación y agencias de influencia. Se trabaja por agendas y proyectos, lo cual desconcierta a los ciudadanos, porque ese poder es extremadamente rápido y dinámico, y busca la mejor alianza para cada caso y el discurso más conveniente. A veces hay proyectos contradictorios u opuestos, no siempre está claro cuál es la mejor estrategia para conseguir un fin determinado, pero nunca ponen en peligro a la presunta estabilidad monetaria. El globalismo no tiene principios, o muy pocos. Tiene agendas y se basa en resultados. Funciona o no funciona. Se optimiza o se abandona, y se construyen otras nuevas. Se abren y cierran iniciativas como si fueran empresas. Hay centenares funcionando al mismo tiempo dependiendo del país y del ámbito de actuación. Compiten entre sí para comprobar cuán funciona mejor. Muchos políticos ya han sido entrenados para imponer las agendas políticas no votadas que les transmiten estas organizaciones discretas. El globalismo tiene sus propios medios secretos transnacionales, a veces dentro de los mismos servicios nacionales. Digámoslo así, ¿cómo una sociedad secreta no va a atener servicios secretos? No es fácil entender cómo funciona el poder no represivo, esa microfísica del poder generadora de sociedades. Zygmunt Bauman lo define con claridad:

             Las tres patas del «trípode de soberanía» han sufrido roturas irreparables, La autosuficiencia militar, económica y cultural, incluso la sustentabilidad del Estado —de cualquiera de ellos— dejó de ser una perspectiva viable. A fin de conservar su poder de policía para imponer la ley y el orden, los Estados tuvieron que buscar alianzas y ceder porciones crecientes de soberanía. Y cuando por fin se desgarró el telón, apareció un escenario desconocido, poblado de personajes extravagantes.

No es que volver a un Estado nacional no sea una cosa deseable, el problema es que, si un solo país lucha por independizarse del imperio, siempre estará en inferioridad de condiciones. Deberían ser varios países al mismo tiempo, pero eso tampoco es fácil. Quizá la única alternativa sea otro globalismo, pero de diferente tipo. Asistimos a la decadencia del imperio globalista actual. El monetarismo se enfrenta a desafíos imposibles y es difícil saber cómo evolucionará, pero va a haber oportunidades de hacer cosas diferentes. Nadie lo ha explicado mejor de Bauman:

             Dentro de su área de soberanía, los Estados nacionales se convierten cada vez más en ejecutores y plenipotenciarios de fuerzas sobre las cuales no tienen la menor esperanza de ejercer algún control. En la filosa opinión de un analista político latinoamericano de izquierdas, gracias a la nueva «porosidad» de las economías presuntamente «nacionales», los mercados financieros globales, en virtud der carácter esquivo y extraterritorial del espacio en que operan, «imponen sus leyes y preceptos sobre el planeta. La "globalización" no es sino una extensión totalitaria de su lógica a todos los aspectos de la vida». Los Estados carecen de los recursos o el margen de maniobra para soportar la presión, por la mera razón de que «unos minutos bastan para que se derrumben empresas e incluso Estados».

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