LO NARRATIVO EN LA POSMODERNIDAD
La modernidad surgirá con la idea de sujeto autónomo, con la fuerza de la razón, y con la idea de progreso histórico hacia un brillante final en la tierra. Dicho pensamiento se constituye en dos tiempos: el primero será el periodo que va desde le Renacimiento a la Ilustración. La tesis clave de dicho será la tesis del sujeto: <<todos los hombres son, por naturaleza, esencialmente idénticos entres sí>>; de esta tesis se desprende una cierta idea de universalidad y de identidad; el segundo tiempo iría desde el romanticismo hasta la crisis del marxismo, <<la tesis fundamental no es ya la del sujeto sino la de la historia>>, y de ella se desprenderá una cierta óptica relativista. El sujeto pasará a ser pensado <<desde categorias colectivas: la nación, la cultura, la clase social, la raza>>. Dentro de la tesis historicista, tomarán cuerpo el nacionalismo y el socialismo como las dos grandes y principales versiones políticas. Las contradicciones entre ambas tesis serán palpables. <<El intento de articular la idea de sujeto y la idea de historia a través de la idea de progreso es un intento en sí contradictorio: en él se combinan la promesa de liberación y la exigencia de dominación>>. La tesis de progreso surgirá como mediadora de ambas tesis contradictorias, pero ha llegado el momento en que su credibilidad ha hecho agua y es ahí donde surge precisamente con toda su fuerza la crisis de la modernidad.
LA POSMODERNIDAD Y LA CRISIS DE LOS VALORES RELIGIOSOS
La cultura del consumo a promovido un hedonismo narcisista y egoísta, en el que el sujeto, que ha perdido la confianza en sí mismo, proyecta en el mundo sus propios temores y deseos manipulados, sin capacidad crítica y con una actitud insolidaria. Sucumben la relación con el otro y la conciencia política. Al cesar el capitalismo competitivo, frente a un capitalismo hedonista y permisivo, desaparece el individualismo competitivo en el terreno económico, y revolucionario en el terreno político (respecto a la sociedad estamental). En su lugar, surge un <<individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían aún en el reino glorioso del homo economicus>>. Es por ello por lo que Lipovetsky habla de <<una segunda revolución individualista>>. Fruto, según él, de lo que llama, a nuestro modo de ver desacertado, un proceso de personalización. En verdad, lo que se ha dado es un repliegue individualista, que no tiene nada que ver con un auténtico proceso de personalización. El individuo actual vibra sobre un transfondo nihilista y una búsqueda inútil de significados. El proceso de personalización exigiría profundización crítica y consensualización de una jerarquía de valores, compromiso y apertura al otro. El desarrollo auténtico de la persona exige la mediación de la relación interpersonal. No hay personalización sin desarrollo de la alteridad.
EL PESIMISMO ILUSTRADO
El pesimismo es una disposición teórica fundamentalmente referida a los propósitos y resultados de la acción humana: no es tanto una concepción del mundo como una perspectiva práctica. Considera que los más altos ideales humanos (felicidad, justicia, solidaridad, etc.) nunca pueden ser conseguidos ni individualmente ni colectivamente de modo plenamente satisfactorio; que ni siquiera son del todo compatibles entre sí; que los hombres no ocupan ni remotamente el centro del cosmos, que no ha sido instituído ni organizado con el fin de satisfacerles; que el dolor y la contrariedad tienen una presencia abrumadora y determinante en la existencia humana; que en cada caso dado, ceteris paribus, es más probable que la situación se incline hacía lo insatisfactorio para el hombre en lugar de colmar sus esperanza; que esto de debe tanto a la estructura de la realidad -opaca y poco penetrable a nuestros deseos- como a la índole de nuestros deseos mismos, racionalmente incontrolables, mucho más volcados hacia la desmesura que hacia la conformidad; que la muerte es la única liberación definitiva, aunque temida y no deseada, de tantas dificultades. El pesimismo absoluto es inmanente y reconoce esta descripción de nuestro caso como definitiva, mientras que el pesimismo relativo permite una cierta apertura hacia la transcendencia y fantasea soluciones ideales en un más allá ultrahistórico y teológico. El pesimismo tiene una acentuada vertiente moral: el incurable egoísmo de los hombres les imposibilita para una auténtica cooperación social, por lo que la anhelada reforma de la comunidad nunca podrá ser realmente llevada a cabo o de serlo producirá trastornos tan graves o más que los males erradicados. Este último aspecto o su énfasis es el que motiva lo más radical de la oposición de los optimistas, que consideran el pesimismo como una self-fulfilling prophecy, una justificación sofisticada del inmovilismo conservador.
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