E. Krieg Bertin Claude (Mao Tse-tung) El emperador rojo de Pekín

Primero en la capital, y luego en todo lo ancho del país, se escenificaron unos monstruosos procesos públicos, en los campos de deporte y en las plazas públicas, en las grandes ciudades y en los villorrios insignificantes. En toda China reinaba una atmósfera exaltada, compuesta por partes iguales de entusiasmo, de soplonería, de terror, y de iniquidad. En Pekín, veinte mil personas fueron detenidas y juzgadas en un sola noche. Millares de desgraciados eran entregados al populacho, que se encargaba de ejecutarlos, después de haberlos «juzgado», Chu En-lai afirma en una declaración pública que sólo se llegaba a ejecutar al 16 por ciento de los así sometidos a «juicio». Los más prudentes cálculos sitúan entre uno y tres millones el número de las víctimas de aquella campaña de terror. Cifra enorme, aún comparada con los 500 ó 600 millones de la población.

Cuando en el mes de octubre comenzó a ceder el ritmo de los fusilamientos, llegó el turno de sentarse en el banquillo a los intelectuales que habían logrado salir con bien de la campaña del terror. El escritor Kuo Mo-jo, que goza de la confianza de Mao, es el encargado de la «línea» del partido, que en el mejor de los casos se ven obligados, para evitar males mayores, a hacer la propia autocrítica. Kuo-Mo-jo, es un afiliado de última hora procedente del antiguo régimen. Como buen neófito, pone un exagerado celo en el cumplimiento de la misión que se le ha encomendado.

Mao también decide reformar totalmente los métodos de enseñanza. Los maestros al estilo clásico son obligados a abandonar el cultivo de las artes y a la filosofía. En adelante, el profesorado deberá prestar una atención preferente a las ciencias exactas y a las distintas técnicas, procurando extremar la especialización de los estudiantes.

Habiendo hecho de este modo tabla rasa de todos los compromisos contraídos en los primeros años del régimen, Mao Tse-tung la emprende con las estructuras del sistema, con los métodos de trabajo, e incluso con las costumbres y hábitos, públicos y privados, de los funcionarios; el número de éstos ha crecido desmesuradamente, y Mao cree que se impone su depuración. 
Es la campaña de los «tres antis».

- anticorrupción
- antidespilfarro y
- antiburocracia.

A los «tres antis» sigue otra campaña: La de los «cinco antis», que apunta contra lo poco que queda de «capitalismo nacional», burguesía y comercio privado:

- antisoborno de los funcionarios,
- antifraude fiscal,
- antidespilfarro de los bienes públicos,
- antifraude comercial y
- antiuso abusivo de información en perjuicio del Estado.

Esta campaña de los «cinco antis» prepara el terreno para la total liquidación de los restos de influencia que aún pudieran conservar «burguesas» que supervivieron a la revolución y al terror. El objetivo final era la transferencia de todas las empresas al Estado. La totalidad de la industria pesada y más de la mitad de la industria de bienes de consumo se hallaba ya integrada en empresas estatales. 

Las campañas de los tres y de los cinco «antis» provocó un nuevo movimiento de locura colectiva: Las denuncias, los continuos mítines de propaganda y por encima de todo, el miedo, acabaron por trastocar totalmente el trabajo en las oficinas y en los organismos públicos, y por desbaratar definitivamete los circuitos de producción y de distribución. El puño de hierro de Mao Tse-tung consiguió restablecer el orden. En el sector de la agricultura, el presidente estimula la constitución en los pueblos de «equipos de ayuda mutua». Era la colectivización que asomaba la oreja.

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