Antonio López Vega (1914) El año que cambió la historia

Económicamente, entre 1918 y 1921, el comunismo emprendió la nacionalización de los latifundios, minas, ferrocarriles y empresas; al tiempo, todos los intercambios interiores y exteriores pasaron a estar bajo control del Estado. Sin embargo, en 1921, Lenin, acorralado por la asfixiante situación económica del país, moderó los rigores iniciales de la dictadura fundando la NEP, que permitía la subsistencia de la pequeña propiedad y los intercambios de mercado libre a nivel local. A la par, creó la institución que centralizaría la economía soviética: el Gosplan. Su objetivo era proceder a una modernización del país sobre la base de la industralización, para lo que durante unos años se buscaría atraer capitales extranjeros. En todo caso, los fines del Estado comunista estaban claros: <<La dictadura del proletariado es un poder ilimitado que se basa en la fuerza [y que no conoce] otras leyes que las que se da [a sí misma]>>. Para ello puso en marcha medidas de <<higiene social>>: la dictadura tenía que <<limpiar la tierra rusa>> de sus <<parásitos>>. Y, así, Lenin, en julio de 1918, ordenó la apertura del primer campo de concentración.

El totalitarismo difería esencialmente de otras formas de opresión política en el carácter y el alcance que otorgaba al Estado. Este actuaba como un todo, no toleraba la separación de poderes, se convertía en omnipresente y reclamaba -exigía- lealtad total. Allí donde alcanzaron el poder, los regímenes totalitarios transformaron las clases en masas; suplantaron el sistema de partidos no por dictaduras unipartidistas, sino por un movimiento que englobaba al conjunto de la población; desplazaron el centro del poder coercitivo del ejercito a la policía; y tuvieron por vocación de su política exterior la dominación global. El temible aparato totalitario tenía como objetivo crear una sociedad totalmente homogénea cuyo fin era, en el caso de la Rusia soviética, la consolidación del régimen comunista. En este sentido, la decisión de Stalin en 1929 de llevar a cabo la colectivización forzada de la agricultura y proceder a la industrialización acelerada del país para convertirlo en una gran potencia industrial, ignorando las advertencias de los asesores económicos del Gosplan, reflejaba el carácter voluntarista y totalitario de su acción de gobierno, al obligar a hombres y producción a amoldarse a sus decisiones políticas. Los rigores resultantes provocaron la resistencia de los campesinos, que Stalin atajó mediante el terror de los gulags. La imposición no fue menor en el plano industrial. A falta de capitales suficientes, se procedió a una verdadera explotación humana, transformando por la fuerza a los campesinos en obreros y sometiéndolos a una férrea disciplina que buscaba obtener de ellos los resultados establecidos en los planes quinquenales.

La situación se agravó con decisiones como la de realizar en cuatro años el Plan quinquenal -tomada a finales de 1929-, la de instalar fábricas en Siberia o en Asia o la de construir, sin ayuda de capital extranjero, la maquinaria necesaria. Los objetivos no alcanzados se atribuyeron a sabotajes que fueron achacados a rivales políticos de Stalin, acusados de traidores. Este proceso alcanzó su culmen entre 1935 y 1941, cuando fue ejecutada la vieja guardia bolchevique, los principales jefes del Ejército Rojo, las direcciones de varios partidos comunistas europeos exiliados en el URSS, y millones de ciudadanos soviéticos fueron enviados al gulags. La policía política era ya, bajo la dirección sucesiva de Yagoda, Ejov y Beria, la principal institución del régimen comunista.

A estas alturas resultaba obvio que la dictadura comunista no había alcanzado la igualdad que rezaban sus principios. Lo cierto y real fue que se abrió una gran distancia entre la <<élite dirigente>> y las masas. El Estado funcionaba sobre unos principios básicos de centralización de las informaciones y las tomas de decisión, con un modelo de funcionamiento similar al de una orquesta. División estricta del trabajo, disciplina rigurosa o liderazgo del jefe supremo a través del partido único -complemento indispensable del Estado totalitario, al punto de que las estructuras del mismo se confundían con las del propio Estado- fueron los elementos definitorios del comunismo soviético. Fue Stalin quien llevó al grado supremo esta organización en la que el partido pasaba a ser la única instancia que contaba en el Estado y se encargaba de orientar y controlar a la población, de reclutar a los nuevos dirigentes y de controlar el mundo de las ideas.

Tras la segunda Guerra Mundial se haría evidente que el totalitarismo comunista -como lo había sido el nazi- tenía una vocación internacionalista, lo que se tradujo en una política exterior agresiva en el mundo bipolar que entonces se abrió paso. En síntesis, entendía que el comunismo no podía triunfar si no se expandía por el mundo, porque las naciones, si no estaban sometidas a él, lo estarían al mundo capitalista. Tras la muerte de Stalin en 1953, los diferentes líderes del Partido Comunista hubieron de guardar un delicado equilibrio que, sin en el interior se tradujo en la acomodación de la planificación soviética a los crecientes desafíos que el mundo de la comunicación y de la tecnología trajeron en el segunda mitad del siglo XX, en el exterior -y, sobre todo, tras la crisis de los misiles de 1962- dio lugar a la puesta en práctica de una coexistencia pacífica con el coloso norteamericano. Fueron los años del teléfono rojo.

En el seno del bloque occidental, las diferentes variantes derivadas del movimiento obrero del siglo XIX -partidos socialistas, socialdemocracias y partidos laboristas- aceptaron plenamente el juego democrático y contribuyeron decisivamente a la consolidación de los estados del bienestar en Europa. En los Estados Unidos, los movimientos filosocialistas y filocomunistas -siempre minoritarios- prácticamente desaparecieron como consecuencia de la caza de brujas desatada en la inmediata posguerra por el senador McCarthy. En un segundo momento, y coincidiendo con la distensión de la Guerra Fría, los partidos comunistas europeos comenzaron a romper sus vínculos con Moscú: nació así el eurocomunismo. Por su parte, la mayoría de los partidos socialistas renunciaron al marxismo en su ideario oficial.

Tras el colapso del sistema soviético y la caída del muro de Berlín, los ideólogos de la izquierda centraron su discusión en torno a una posible tercera vía, en afortunada expresión del sociólogo Anthony Giddens. Se ponía fin así a un siglo XX en el que, pese al horror comunista, las reivindicaciones sociales emanadas de buena parte de estos movimientos contribuyeron decisivamente a dignificar la vida de los sectores más desfavorecidos de la población. El siglo XX fue, así el <<siglo de la lucha por una mayor justicia social>>.

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