Terry Eagleton (La idea de cultura) Una mirada política sobre los conflictos culturales

Aunque la palabra <<cultura>> se ha vuelto popular con el posmodernismo, sus fuentes principales siguen siendo premodernas. Como idea, la cultura empieza a adquirir importancia en cuatro momentos de crisis histórica. Primero, cuando se convierte en la única alternativa aparente a una sociedad degradada; segundo, cuando parece que sin un cambio social de profundo calado, la cultura como arte y excelencia de vida ya no volverá a ser posible; tercero, cuando proporciona los términos en los que un grupo o un pueblo busca su emancipación política; y, cuarto, cuando un poder imperialista se ve forzado a transigir con la forma de vida de aquellos a los que subyuga. De estos momentos, quizá sean los dos últimos lo que, con diferencia, han convertido la cultura en un tema prioritario del siglo XX. En gran parte, debemos nuestra noción moderna de cultura al nacionalismo y al colonialismo, así como al desarrollo de una antropología al servicio del poder imperial. En ese mismo momento histórico, el surgimiento de la cultura de <<masas>> en Occidente otorgó al concepto una actualidad añadida. Con nacionalistas románticos como Herder y Fichte surge, por primera vez, la idea de una cultura étnica específica, dotada de derechos políticos simplemente en virtud de su propia peculiaridad étnica. La cultura, pues, se vuelve vital para el nacionalismo, pero no así la lucha de clases, los derechos civiles o la ayuda contra el hambre (o, al menos, no con el mismos grado). Desde este punto de vista, el nacionalismo es un modo de adaptar los lazos ancestrales a las complejidades modernas. Conforme la nación premoderna da paso al Estado moderno, la estructura de papeles tradicionales ya no puede mantener unida a la sociedad, y es la cultura, en el sentido de un lenguaje común, una tradición, un sistema educativo, unos valores compartidos y cosas de este estilo, lo que interviene como principio de cohesión social. En otras palabras: la cultura adquiere importancia intelectual cuando se transforma en una fuerza con la que hay que contar políticamente.

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Ningún poder político puede sobrevivir por medio de la coacción pura y dura. Perdería demasiada credibilidad ideológica, y sería demasiado vulnerable en tiempos de crisis. Para poder asegurarse el consenso de aquellos  aquellas a quienes gobierna, necesita conocerlos de una forma íntima, y no a través de un conjunto de gráficos o de estadísticas. Como la verdadera autoridad implica la internalización de la ley, el poder siempre trata de calar en la subjetividad humana, por muy libre y privada que parezca. Para gobernar con éxito debe, por lo tanto, comprender los deseos secretos  y las aversiones de los hombres y mujeres, y no sólo sus tendencias de voto o sus aspiraciones sociales. Si tiene que controlarlos desde dentro, también debe imaginarlos desde dentro, y no hay instrumento de conocimiento más eficaz para captar los entresijos de la vida interior que la cultura artística. Así fue como, a los largo del siglo XIX, la novela realista se perfiló como una fuente de conocimiento social incomparablemente más gráfica y compleja que cualquier sociología positiva. La alta cultura no es una conspiración de la clase dirigente; a veces cumple esta función cognitiva, pero a veces también puede alterarla. Sin embargo, las obras de arte que aparecen más inocentes y ajenas al poder, las obras que mejor describen la vida emocional, precisamente por ello, también pueden servir al poder.
Aún así, puede que llegue el día en el que contemplemos todos esos regímenes de conocimiento que a los foucaultianos les parecen la última palabra en términos de presión. Los pronósticos vaticinan un nuevo milenio de capitalismo todavía más autoritario e inexpugnable, un capitalismo que, sobre el fondo de un decadente panorama social, se ve asediado por enemigos internos y externos cada días más desesperados; un capitalismo que renuncia finalmente a toda pretensión de un orden consensuado y que se entrega a una defensa despiadada de los privilegios. Muchas son las fuerza que podrían ejercer su resistencia contra este lúgubre vaticinio, pero no parece que la cultura destaque entre ellas.

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