La memoria colectiva no es un recuerdo sino una reconstrucción del pasado realizada a partir de algunos parámetros presentes en la conciencia social. Es el Poder político -o el poder de cualquier grupo- el que nos dice lo que tenemos que recordar seleccionando ciertos intereses presentes. Como ha explicado muy bien Orwell, quien controla el presente controla el pasado. Así se explica que el Imperio español y la conquista de América fueran ayer un timbre de gloria y hoy un pecado por el que debemos disculparnos.
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Para muchos el contrapeso fundamental es el económico hasta el punto que puede afirmarse que el verdadero poder está en la economía. Proceso acelerado por la globalización. Por decirlo con palabras de Joaquín Estefanía: <<la globalización económica es aquel proceso por el cual las economías nacionales se integran de modo progresivo en el marco de la economía internacional, de manera que su evolución depende cada vez más de los mercados internacionales y menos de las políticas económicas gubernamentales. Si esto es así, si la economía depende más de los mercados que de las decisiones que toman los políticos elegidos, se pone en cuestión el concepto mismo de democracia tal y como lo conocemos [...] Los mercados son los que mandan. El poder fáctico por excelencia. El mercado como gran regulador de la vida económica, el guía de los hombres y las sociedades, que deben adaptarse a él para sobrevivir>>.
Contemplando la historia a vista de pájaro puede apreciarse claramente un deslizamiento desde la política hacia la economía pasando por lo social. En el siglo XX pareció que las cuestiones sociales habían desplazado a las políticas en sentido estricto hasta tal punto que, salvo excepciones, se entendia que el Estado era un instrumento del progreso social, y de aquí la estereotipación de las denominaciones de Estado Social y Estado del Bienestar. En el siglo XXI, no obstante, se ha consolidado ya una tendencia distinta que prima la economía, marginando, si es necesario, lo social. El progreso se mide en términos económicos aunque los indicadores sociales hayan disparado todas sus alarmas, tal como ahora sucede. El Estado se ha rendido sin condiciones a los poderes económicos y, lo que es peor, todos, o casi todo, los partidos están de acuerdo con ello. Por consecuencia -y en lo que atañe a la materia que estamos tratando- la economía es un enorme contrapeso a la ocupación partidista del Estado desde el momento en que controla y limita rigurosamente las políticas que en este punto pretenda desarrollar cualquier gobierno.
La rendición del Estado ante la economía -y concretamente, hoy, ante la llamada teoría del mercado- es una de las causas más graves del actual desgobierno. Porque ni la economía en general y la específica economía de mercado son garantía del bienestar de la comunidad. El tiempo se ha encargado de demostrar la falacia corriente en la época del desarrollo económico de que <<lo importante es que aumente el tamaño del pan, puesto que si es más grande mayor será la ración de todos y cada uno>>. En la actualidad, en una fase de progreso económico vertiginoso las rentas se distribuyen con un desequilibrio agravado hasta tal punto que en 2007 las empresas habían crecido un 73%, mientras que los salarios habían disminuido el 4%. O sea, que los ricos son más ricos que nunca y los pobres más numerosos y más pobres que antes. El pan -en otras palabras- se está distribuyendo de manera escandalosamente desigual. Y el Estado, renunciando a una de sus funciones más capitales, nada hace para evitarlo. Es más, en ocasiones, y aun de ordinario, lo fomenta.
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