Luis Goytisolo (El lago en las pupilas)

Nunca he sido ideológicamente marxista ni, menos aún, comunista, al corriente como siempre he estado de las atrocidades que se han cometido en nombre de sus rigores ideológicos. Lo que he sido y sigo siendo desde el principio, es progresista, en el sentido de que considero que hay que luchar para que el bienestar social y la holgura económica acaben siendo un derecho inalienable de todo ser humano.
El gran error de Marx, suficiente para invalidar sus planteamientos ideológicos, reside en el hecho -sin duda involuntario- de que extrapoló la situación social que le tocó vivir, haciéndola extensiva al conjunto de la Historia de la humanidad. Es un hecho que la explotación del hombre por el hombre ha existido siempre. Pero eso no significa que el esclavo de la Antigüedad clásica sea equiparable al obrero de los tiempos de Marx. ¿Lo eran siquiera ese obrero decimonónico y el esclavo coetáneo de ese obrero, sujeto pasivo del tráfico establecido entre el continente africano y América? ¿Podemos honradamente equiparar un obrero de Manchester de por aquel entonces y un esclavo de Lousiana o de Cuba? ¿Y ahora? ¿Lo que era válido respecto a un obrero de Manchester sigue siéndolo para los obreros de los países industrializados del mundo actual? ¿Podemos siquiera utilizar la palabra obrero en el mismo sentido? En términos del propio Marx, el obrero de entonces no podía perder más que sus cadenas; el trabajador actual, en cambio, disfruta de un hogar provisto de toda clase de electrodomésticos, un garaje, uno o varios coches, a veces una segunda residencia, además de estudios pagados para sus hijos, sanidad pública, vacaciones en paraísos tropicales, y así siguiendo. ¿Es apropiado seguir hablando del proletariado como de un rebaño de asalariados, idénticos los unos a los otros, como puedan serlo las ovejas? ¿Lo es, incluso, seguir considerando vigente el concepto mismo de proletariado? Siguen existiendo, eso sí, ricos y pobres, algo que ha existido siempre. Cuando lo ideal -y ahí está el quid de la cuestión- sería que existieran ricos y menos ricos.

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En la Antigüedad clásica, por ejemplo, el trabajo de verdad correspondía al esclavo, un ser que se compraba y vendía como un objeto cualquiera y al que, por tanto, no se le pagaba. En la Edad Media, aparece el siervo, al que no se le compra y vende como al esclavo, pero que está adscrito a una tierra o predio de algún noble. Luego surgió el obrero, al que se le pagaba -miserablemente, como sabemos-, ya que tampoco se le compraba ni vendía. Y en lo que se refiere al mundo actual, se halla cada vez más extendido el uso del término cliente, persona que compra algo y que, para poder hacerlo, tiene que trabajar. Ser sensible a esos cambios en la realidad social es lo que yo entiendo por estar al día.
Desde este punto de vista no negaré que pueda quedar en mí alguna secuela de aquella remota y juvenil formación marxista. En mi aprecio por determinados aspectos del sistema económico chino, que tantos detractores tiene, por poner un ejemplo: su empeño en utilizar el capitalismo con vistas al bien de una sociedad teóricamente comunista, de dar pie a la aparición de millones de millonarios. Huyendo, además, del caos financiero que tanto beneficia a los especuladores y al que tanto contribuyen las cumbres de expertos. Siempre he tenido muy claro -y mi experiencia no ha hecho sino confirmarlo- que lo ideal sería un solo banquero al frente de las finanzas del mundo. Democráticamente elegido, desde luego. La única manera de poner orden, de evitar el caos.

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