Vicente Verdú (La hoguera del capital) Abismo y utopía a la vuelta de la esquina

La danza de la inseguridad
En otros periodos de la historia del progreso los seres humanos y sus líderes creyeron en un porvenir mejor. La segunda revolución industrial, con su nuevo corazón eléctrico, unió el culto a la velocidad con la esperanza en la revolución social, y el descubrimiento de la aspirina con la ideal superación del dolor. Cualquiera de estas dos estampas, cruzando tiempos de crisis, difiere del actual crac del mundo occidental, donde se han instalado, como estado mental, la depresión; como guia, el ahorro de energía; y como padecimiento central, la invalidez.
Los economistas saben, como los físicos, que un cuerpo en movimiento lento es más proclive a caer, a ser objeto propicio de la fuerza de la gravedad, que un cuerpo en movimiento veloz. De esta ecuación se deduce que si la economía se mantiene en un crecimiento bajo -y cada vez más bajo a causa de los recortes- , es más probable que entre en recesión, tal y como ha venido a suceder casi por todas partes.
Si a la economía, sin embargo, se le estimula para un rápido crecimiento, aunque sea inflacionario, se la protege del peligro de ser engullida por la fuerza de la gravedad. Esta ha sido la creencia de Estados Unidos y Japón, que tuvieron la experiencia de grandes depresiones económicas y sociales. Pero con los recortes presupuestarios que siguen aplicándose, la contracción se acerca cada vez a cero o a menos cero.
El esfuerzo que tiene que hacer Grecia para honrar el servicio de su deuda es hoy superior, en porcentaje del PIB, al que se exigió por indemnizaciones de guerra a Alemania, tras la Primera Guerra Mundial, en el Tratado de Versalles.  Keynes, que se opuso a esta penitencia ante el temor de que los ciudadanos viesen a Alemania como una víctima y no como un agresor, y ello acabara por impulsarlos a un nuevo conflicto bélico, escribió estas palabras: << La política de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres humanos y privar a toda una nación de felicidad sería odiosa y detestable aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada de Europa >>.
El aviso llega porque, aún levemente, se oyen tambores de guerra que por cualquier causa, en medio de la incertidumbre, multipliquen el miedo a lo peor, o desencadenen el recurso a las acciones extremas, ya sea en busca de fuentes de energía, ya sea buscando la dominación de mercados potenciales donde colocar los excedentes de producción.
¿La ira de Irán? ¿La iracundia de Irak? ¿El irrealismo de Israel? ? ¿El impasse de Pakistán? ¿El craquelado de China? ¿La sangre de Siria? Todo es incierto y la posibilidad o no de guerra también, pero el reino de la inseguridad va cubriéndolo todo. De hecho, la misma incertidumbre respecto a la evolución de la crisis se extiende al mundo de la familia, de la fe, del empleo o de la paz mundial. Porque, efectivamente, si hay épocas que creen en sí mismas a pesar de sus trastornos, hay otras en que los trastornos dejan a la población sin habla, como ocurrió, por ejemplo, en el momento de la Primera Guerra Mundial.
El silencio no es hoy de la misma naturaleza. Pero extrañamente suena casi igual. << Algo gordo tiene que pasar >>, se pensaba entonces. Y también se ha venido pensando ahora.

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