¿Cómo denominar a estas fuerzas que ocupan el espacio de la "derecha de la derecha" y que en estas últimas décadas se fueron moviendo desde los márgenes hacia la centralidad del tablero político? Enzo Traverso retoma el término "posfascismo" elaborado por el filósofo húngaro Gáspár Miklós. Estas nuevas derechas radicalizadas no son, sin duda, las derechas neofascistas de antaño. Es claro que sus líderes ya no son cabezas rapadas ni calzan borceguíes, ni se tatúan esvásticas en el cuerpo. Son figuras más "respetables" en el juego político. Cada vez parecen menos nazis, sus fuerzas políticas no son totalitarias, no se basan en movimientos de masas violentos ni en filosofías irracionales y voluntaristas, ni juegan con el anticapitalismo.
Para Traverso, se trata de un conjunto de corrientes que aún no terminó de estabilizarse ideológicamente, de un flujo. "Lo que caracteriza al posfascismo es un régimen de historicidad específico -el comienzo del siglo XXI- que explica su contenido ideológico fluctuante, inestable, a menudo contradictorio, en el cual se mezclan filosofías políticas antinómicas. La ventaja del término "posfascista" es que escapa del de "populismo", que -como sabemos- es muy problemático, está muy manoseado, incluso en la academia y mezcla estilos políticos con proyectos programáticos hasta volverse una caja negra donde pueden caber desde Bernie Sanders hasta Marine Le Pen, pasando por Hugo Chávez o Viktor Orbán. Además, logra colocar el acento en la hostilidad de estos movimientos a una idea de ciudadanía independiente de pertenencias étnico-culturales. Sin embargo, un uso extendido de la categoría "posfascista" presenta el problema de que no todas las extremas derechas tienen sus raíces en la matriz fascista; que las que las tienen, como apunta el propio Traverso, están emancipadas de ella y, quizá más importante, que el término "fascista", incluso con el prefijo post, tiene una carga histórica demasiado fuerte y, al igual que ocurre con el de "populismo", combina una intención descriptiva y heurística con su uso corriente como forma de descalificación en el debate político. Jean-Yves Camus propone apelar controladamente al término "populismo", y dar cuenta de los esfuerzos por construir cierto tipo de "pueblo" contra las "élites", sobre todo las "globalistas".
[...] Quizás podríamos hablar de derechas radicales como se habla de izquierdas radicales (en Europa), como un concepto paraguas para quienes ponen en cuestión el consenso centrista organizado en torno a conservadores democráticos y socialdemócratas. No obstante, como señalamos en la introducción, lo importante, en un escenario gelatinoso que incluye a neoliberales autoritarios, social-identitarios y neofascistas, es saber en cada momento de qué estamos hablando. Es necesario matizar la percepción de que hoy "todo es más confuso". Es cierto que las "grandes ideas" —o los grandes relatos— ya no están disponibles como ayer y eso hace que se hayan perdido ciertas coordenadas y la brújula ya no siempre marque el norte. Pero eso no quita que la idea de que los ejes izquierda/derecha funcionaban de manera magnífica en el pasado es a menudo pura mitología: todavía hoy no está saldada la discusión historiográfica sobre fenómenos como el nazismo o el fascismo (por otro lado, diferentes entre sí y con fracciones ideológicamente enfrentadas en su interior); en todos los países europeos hubo siempre una fracción de trabajadores que adhirieron a ideas democristianas y otras ideologías no "clasistas"; fenómenos como el gaullismo francés introdujeron sus propias particularidades en el mapa izquierda/derecha; luego vendrían diferentes versiones del ecologismo "ni de izquierdas ni de derechas". Lo que hubo, en todo caso, fue un bipartidismo conservador-socialdemócrata que en algunos países europeos y durante cierto tiempo ordenó las cosas. Por su parte, en los Estados Unidos, los dos grandes partidos articularon diversos tipos de ideologías que se impusieron en uno u otro momento generando hegemonías temporales. Mientras que en la potencia norteamericana ese bipartidismo sigue en pie, en Europa ya parece cosa del pasado. Pero en ambos casos, un tipo de derechas lo erosiona desde adentro y desde afuera.
Como lo expresó Jean-Yves Camus ya en 2011, la emergencia de las derechas populistas y xenófobas introduce una competencia por el control del campo político que la familia liberal-conservadora no había conocido desde 1945. De hecho, en la primera posguerra el centro fue el punto de demarcación entre democracia y totalitarismo, este último representado por el comunismo y el fascismo, incluidas las extremas derechas domésticas. Los extremos eran vistos como patologías políticas. Y, más allá de los convulsos años sesenta y setenta, eso continuó así en la mayoría de los países europeos en los que se estabilizó la competencia entre conservadores y socialdemócratas.
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Volver al antiliberalismo una suerte de identidad solo conduce a un tipo de izquierda rojiparda, como se denominaron en Europa las articulaciones entre elementos de izquierda y del fascismo que fueron más comunes en las décadas de 1920 y 1930. Es decir, hay un riesgo de que la izquierda, para "resolver" el problema que representan los nacional-populistas, termine asumiendo sus posiciones.
Quizás no sea casual que uno de los referentes actuales de esta deriva sea un italiano. Diego Fusaro es un joven filósofo a menudo considerado un rojipardo, aunque él responde que eso es producto de las calumnias de una izquierda entregada a las élites cosmopolitas. La idea central es que el capitalismo global —y el cosmopolitismo liberal— intentan debilitar a los Estados y a las familias para imponer su dominio sobre individuos aislados, alienados por el consumo e hiperindividualizados. Por eso, para librarnos de ese yugo globalista, hay que recuperar la soberanía nacional y la familia. En sus inflexiones ideológicas, que recogen aplausos en espacios de extrema derecha como CasaPound —bautizada así en homenaje al poeta Ezra Pound, que simpatizó con el fascismo al final de su vida—, Fusaro apunta que el populismo soberanista es la variante del marxismo en el nuevo milenio. También dice que el fascismo ya no existe y escribe regularmente en Il Primato Nazionale, el vocero de CasaPound en cuyas sedes hay fotos de Mussolini al lado de pósters de Che Guevara (los poundistas rindieron honores a Hugo Chávez cuando murió en 2013). En esos ámbitos festejan las ideas de Fusaro, que siempre cita a Karl Marx, a Antonio Gramsci y a Pier Paolo Pasolini, en especial cuando ataca el " discurso políticamente correcto de las izquierdas fucsias y cosmopolitas". "Muchos tontos que se hacen llamar "de izquierda" luchan contra el fascismo, que ya no existe, para aceptar plenamente el totalitarismo del mercado" que es bien real. Se trata de una combinación entre "valores de derecha e ideas de izquierda", resume el italiano.
Fusaro "no es" de extrema derecha, pero habla como ella, utiliza sus palabras claves, reviste sus teorías con un barniz conspirativo y discursea y escribe en sus espacios. Incluso dice que la derecha populista es más abierta que la izquierda (quizá solo porque su discurso es más digerible para ella). Los escritos en defensa del derecho a la autodeterminación nacional de antiguos pensadores socialistas, pasados por las torsiones fusaristas, se vuelven discursos fascio-compatibles sin mucho esfuerzo; la familia es transformada en un espacio de resistencia anticapitalista. El italiano contrapone los derechos sociales a los derechos civiles: si los trabajadores sufren malas condiciones laborales es porque la izquierda solo se ocupa de los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTI. Compara a los nazis de ayer con los antifascistas de hoy —todos están contra la libertad de expresión—, ataca la corrección política y, como la extrema derecha, se obsesiona con Soros y una conspiración globalista. En sus discursos, reduce de manera caricaturesca todos los movimientos feministas o de las minorías sexuales a una lógica individualista de mercado que termina en el alquiler de vientres, pasando por alto las tensiones, debates y puntos de vista enfrentados en su interior. No habría vida fuera del neoliberalismo progresista salvo asumiendo una propuesta de socialismo nacional aceptable por los fascistas, que de todos modos "no existen".
El cosmopolitismo liberal y la izquierda fucsia/arcoíris
crean una especie de microconflictividad generalizada que actúa como un arma de distracción masiva y, también podríamos decir, como un arma de división masiva permanente. Por un lado, distrae de la contradicción capitalista que ya ni siquiera se menciona, y por otro lado, por así decirlo, divide a las masas en homosexuales y heterosexuales, musulmanes y cristianos, veganos y carnívoros, fascistas y antifascistas, etc. (Hernández, 2019).
[...] Pero Fusaro no está solo. El mediático filósofo francés Michel Onfray, autor de varios libros de superventas y que se autodefine como socialista libertario, provocó polémica al fundar a comienzos de 2020, la revista Front Populaire, donde busca articular a los soberanistas de izquierdas y de derechas. "Una iniciativa como la de Michel Onfray, que busca defender la libertad de expresión y reunir en un medio de comunicación a quienes creen en la nación y se han opuesto al mundialismo, es positiva y no puede más que alegrarme", celebró Marine Le Pen. La polémica estalló, la portada de la revista ocupó varios sets de televisión y parte de Francia habló de ella y de la nueva propuesta "populista".
Las dificultades actuales de la izquierda son evidentes: ¿Cómo defender la laicidad, y no perder esa bandera, sin caer, por ejemplo, en la islamofobia? ¿Cómo defender el derecho a migrar desarmando los argumentos xenófobos con datos convincentes y sin caer en posiciones ingenuas fácilmente refutables? ¿Cómo comprender a los de "algún lugar" sin terminar en posiciones conservadoras y, peor aún, filoxenófobas? ¿Cómo recuperar un idea comunitaria de la política sin renunciar al cosmopolitismo y sin caer en una cultura de terruño que, a la postre, será reaccionaria? Nada de esto es imposible, pero a veces parece demasiado complejo frente a los argumentos simples, ya sean liberales o nacional-populistas.
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