PRÓLOGO
Sólo un mundo solo
Las prisiones de lo posible no son una descripción del estado del mundo. Tampoco nombran un intrincado y curioso problema intelectual. Son los múltiples rostros en que se despliega el choque con un mundo que se ha quedado solo. La soledad del mundo no se restringe al fenómeno económico-político de la globalización ni se desprende de los procesos que alimentan una progresiva homogeneización cultural. Si bien estos factores que condicionan nuestra percepción de la realidad y de sus determinaciones históricas, no son decisivos. Lo nuevo es que se nos ha vuelto imposible pensar y vivir en relación a un mundo otro. Lo otro del mundo no es un mundo mejor: es el no-mundo de lo excluido y condenado a no existir. El mundo se ha hecho radicalmente único y no sirve ya de nada desviar la vista hacia soñados horizontes, lejanos o futuros. Todos los caminos conducen a él. Todos los posibles confirman y conforman su realidad.
Por eso las prisiones de lo posible son, en primer lugar, una experiencia: la doble experiencia de la impotencia y la estupidez que invaden y monopolizan nuestra relación con el mundo cada vez que sentimos que <<todo es posible... pero no podemos nada (más que escoger)>> y que <<todo se pueda decir... pero no tenemos nada relevante que añadir>>. Atravesados por la realidad de un mundo indiferente y extraño a nuestro paso, aturdidos por la estupidez del silencio que compartimos y por la redundancia banal de las palabras que repetimos, nos vemos condenados a escoger en un mundo al que no hay alternativa. Obvio y a la vez arbitrario, se impone como incuestionablemente único no por fuerza de sus verdades sino por la metástasis de sus posibles, que no deja nada fuera. La obviedad y la arbitrariedad que componen su sentencia no encuentran mejor fórmula que la que todo el mundo sabe repetir sin vacilar: <<Esto es lo que hay>>. Estas experiencias son experiencias desnudas. Carentes de narración que les dé sentido, se encuentran desprovistas de referencias teóricas y colectivas. La soledad de hoy es la que no guarda ni el recuerdo ni el proyecto de algo común. Perdidos sin haber perdido, no dejamos nada atrás ni nos encaminamos hacia ninguna fecha. La sentencia, en las prisiones de lo posible, no contempla la absolución. Nos instalamos en el tiempo sin medida y sin acontecimiento de una vida muy larga, que no tiene misión, castigo ni salvación. Ante esta desnudez, disponemos normalmente de diversas máscaras: el activismo frenético (sea de tipo solidario, voluntario o profesional), las formas siempre renovables de buena conciencia crítica, la pillería (despectivamente analizada hoy como individualismo postmoderno) o el cinismo, que armándose a la vez de amargura y de acidez pretende atribuirse la mayor clarividencia de la que hoy podemos gozar. Hay muchas más. Pero porque el mundo es demasiado obvio y lo dice todo obscenamente de sí mismo, la importancia y la estupidez asoman bajo cualquier máscara. Tenemos la suerte de tener que inventarnos la vida en un tiempo en el que el autoengaño empieza a sonar ridículo, fuera de lugar.
Por eso, las prisiones de lo posible nombran, en segundo lugar, la emergencia de un problema. Es el problema que se nos plantea cuando lo posible nos habla de una manera inédita y, en vez de funcionar como el horizonte que abre, traspasa y desmiente lo que hay, se convierte en la ley que lo confirma y lo conforma. Referirse a lo posible no abre lo inacabado del mundo ni nos pone en situación de hacer, deshacer y rehacer el mundo. Al contrario: sus pautas de intangibilidad y sus claves de legitimidad nos atan al orden abierto de un mundo contingente pero único. ¡Cómo explicar que en toda acción, alternativa o elección se reproduzca la obviedad de un solo mundo? ¡Cómo concebir que la contingencia, es decir, aquello que podría ser de otra manera o no ser, se configure como una prisión incontestable y sin fuerza? Dejarse asaltar por este problema conlleva una doble exigencia. Antes que nada, la de interrumpir radicalmente la invención de más y nuevos posibles, la persecución de más y nuevas finalidades que, esta vez sí, puedan ofrecernos un futuro distinto que recorrer. Esto es lo que hace aún la cantinela repetitiva de la mayor parte de discursos que se quieren críticos. Qué cansancio... Seguidamente, la de emprender una implacable exploración de las prisiones de lo posible. ¡Dónde nos tienen que llevar? En ningún caso a encontrar la salida. Las prisiones de lo posible no dejan nada fuera.
De lo que se trata es de hacer de una experiencia problemática un verdadero problema. Sólo así pueden la estupidez y la impotencia dejar de ser el veneno que te revienta y te mata y convertirse en la palanca de una nueva sensibilidad y de un nuevo desafío. Para ello hay que abordar los conceptos y forjar las palabras que liberen la idea, produzcan la herida y abran el peligro que todo problema contiene. En este caso, lo que nos proponemos es abordar el concepto de lo posible. Abordarlo no significa recapitular una vez más su historia ni tipificar todo lo que los filósofos han dicho y escrito sobre él. Tampoco de trata de entablar una discusión comparativa entre autores y posiciones. Lo que nos proponemos es llegar a entender cómo funciona este concepto y en relación a qué problemas, para precisamente poder establecer cómo funciona en el corazón del problema que nos asalta. Para ello, nos ha ayudado la lectura de cuatro autores que pueblan parte de la páginas que siguen: Aristóteles, Leibniz, Marx y Heidegger. El porqué de esta elección no remite a equilibrios históricos. Se ha establecido en función de su utilidad. De la misma manera, las lecturas que aquí se exponen no se pretenden interpretaciones originales. Son lecturas interesadas que no hablan desde el triste <<hasta hoy>> con el que se construyen las historias muertas, sino montadas en la cresta de la ola de un problema que emerge, de algo que no ha hecho más que empezar.
Lejos han quedado los tópicos problemas inmaculados de los que se supone que tiene que hacer gala la filosofía. La filosofía nunca se ha ocupado de tales cosas. En sus problemas, para que sean verdaderos, deben aflorar los cuerpos de quienes le dan vida y los soportan. Por eso, en tercer lugar, en las prisiones de lo posible despunta la señal de un malestar. Es el malestar de los que ni lamentamos lo se acabó ni celebramos el punto al que hemos llegado. Y aunque siempre nos queda la libertad de escoger, preferimos escapar del misérrimo futuro que nos atiende y nos asquea la mezquina libertad de que gozamos. Hay que poder más. No se trata ya de asaltar el cielo. Queremos morder la realidad.
¡Por qué me permito, sin previo aviso, hablar en plural? ¿Quién es ese nosotros? No es visible ni existe como tal. Hecho de soledades, no depende de lo que constituye sino de lo que comparte. Y estoy segura de que son muchos, de que somos muchos, los que hoy compartimos la experiencia, el problema y el malestar a los hemos llamado, aquí, las prisiones de lo posible.
* Marina Garcés (Un mundo común)
* Marina Garcés (Un mundo común)
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