El problema de la igualdad, o "Solo fóllame de una vez"
El feminismo ya no es solamente un movimiento político sino que ha llegado a ser un código cultural, utilizado en la publicidad, en series de televisión, películas y novelas románticas (Cantor, 1988; Freeman, 2001). Con frecuencia la afirmación de ese código cultural no implica otra cosa que palabras de respeto por la fuerza moral y las demandas políticas del feminismo, y eso incluso ha hecho que el feminismo pierda su filo político, convirtiéndose en un gesto vacío (McRobbie, 1991).
El código cultural del feminismo ha transformado la manera como los medios masivos presentan el género, la sexualidad y la familia. No voy a pretender que Cincuenta sombras sea un libro feminista (es evidente que no lo es, porque no propone ninguna alternativa a la heteronormatividad tradicional), sino más bien que su estructura narrativa y sus personajes han incorporado conscientemente el código cultural feminista, igual que muchas otras áreas de la cultura popular. Quienes critican el libro por antifeminista han pasado por alto ese punto, pero los lectores no han dejado de notar la presencia del código feminista:
En realidad el libro mantiene a la protagonista femenina en control de todo lo que ocurre en el dormitorio. Ella tiene el poder. En Cincuenta sombras la pareja solo simula ser amo y esclava. Anastasia es la que de hecho pone las reglas (renegocia el contrato sexual casi en cada página) y Christian accede a todos sus deseos (Liner, 2012).
[...] El feminismo es un movimiento radical en el sentido etimológico de la palabra: fue a la raíz misma del ser social de la mujer e intentó transformar la naturaleza de su deseo (y también del de los hombres). En realidad el reclamo feminista de igualdad económica (igual remuneración por igual trabajo) ya prácticamente no encuentra objeciones morales significativas, pero en cambio el intento de reformar la estructura del deseo heterosexual choca con la oposición incluso de mujeres que apoyan la búsqueda de igualdad económica. Si el feminismo ha hecho progresos en el lugar de trabajo (con la demanda de igual paga y representación en los puestos de dirección), en las esferas del consumo y de los medios las mujeres están hoy todavía más sexualizadas, y el control de los hombres se ha profundizado. La sexualidad de la identidad de las mujeres ha sido impulsada incesantemente a través de las imágenes del cuerpo sexuado, sexualizado y sexy, que ha realizado con éxito su femineidad sexualizada mediante las relaciones sexuales con hombres y el uso intensivo de la cultura de consumo (para una ilustración de esto, véase Sex and the City). Es a través del sexo y la sexualidad que se muestra a las mujeres realizando un simulacro de su emancipación. ¿Por qué, entonces, la sexualidad y el deseo han resultado ser terrenos tan difíciles para la igualdad de las mujeres?
En un muy comentado artículo sobre Cincuenta sombras de Grey, Ketherine Roiphe va más allá: "Sospecho que para una población bastante grande, [Cincuenta sombras de Grey] tiene un glamour semipornográfico, provoca un delicioso estremecimiento como de haber cruzado algún límite, pero al mismo tiempo presenta roles románticos a la antigua, seguros y tranquilizadores" (2012). " En el reino de la fantasía privada, la figura de la sumisión sexual, incluso extrema, está notablemente difundida. Un análisis de veinte estudios publicados en la revista Psychology Today estima que entre el 31 y el 57 por ciento de las mujeres tiene fantasías en las que es obligada a tener relaciones sexuales". Citando a Daphne Merkin de la revista New Yorker (febrero de 1996), Roiphe reflexiona: " La igualdad entre hombres y mujeres, o incluso solo el pretexto de la igualdad, da mucho trabajo y en todo caso no es seguro que sea el mejor camino hacia la excitación sexual". Aquí Roiphe hace eco de una letanía que se oye cada vez más, que lamenta el hecho de que la igualdad ha traído la muerte del deseo (expresada con fuerza, por ejemplo, en el exitoso libro A Vindication of Love de Cristina Nehring, 2009). Los críticos afirman que la igualdad no es muy sexy porque requiere consentimiento, negociación, lo que quiere decir que requiere procedimientos. Los hombres que han aprendido las lecciones del feminismo han perdido franqueza y vigor en el sexo; las mujeres añoran una forma de masculinidad más estilizada, más segura de sí misma y más lúdica. Pero eso no hace más que plantear con más fuerza la pregunta: ¿por qué la masculinidad tradicional sigue provocando placer en la fantasía? En otras palabras ¿por qué algunas fantasías de las mujeres siguen atrapadas en el patriarcado?
Los vínculos premodernos entre hombres y mujeres se basaban en lo que metafóricamente podríamos llamar un sistema social feudal; es decir, los hombres recibían los servicios domésticos y sexuales de las mujeres y a cambio les proporcionaban su (presunta) protección. Los hombres tradicionales sostenían económicamente a sus dependientes (mujeres e hijos) y los defendían con su cuerpo. Ese sistema social desigual se basaba en un vínculo de dependencia recíproca. La desigualdad -traducida en una actitud protectora- contenía por lo tanto innegables formas de placer, entre las cuales destacaba la claridad de los roles de género que implicaba. En contraste con eso, la igualdad es intrínsecamente más confusa, porque no puede fijar roles, ni valores de los roles. En este sentido la igualdad es menos placentera porque produce incertidumbre y ambivalencia.
[...] Yo argumentaría que esa ambivalencia se debe no tanto a que el feminismo haya despojado al amor de su mística (que es lo que afirman algunos detractores del feminismo) sino más bien al hecho de que la revolución feminista es hasta hoy selectiva (afecta a muchas más mujeres que hombres) e incompleta (en cuanto a la esfera económica y la familia sigue siendo en buena medida patriarcales) Ese carácter selectivo e incompleto de la revolución feminista es lo que han hecho que las relaciones íntimas y sexuales estén llenas de dificultades. La añoranza de la dominación sexual de los hombres no es añoranza por la dominación en cuanto tal, sino más bien por un modo de relación sexual en que el amor y la sexualidad no producían ansiedad, negociación e incertidumbre.
[...] En este sentido, la fantasía que se encuentra en el núcleo del relato es un ejemplo perfecto de "falsa conciencia": mezcla la fuerza emocional del patriarca tradicional -económicamente poderoso y sexualmente dominante- con la sexualidad lúdica, multiorgásmica, intensamente placentera y autotélica que es la característica distintiva del feminismo.
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