Estudio preliminar
El libro La política como profesión, publicado en el otoño de 1919, tiene su origen en una conferencia que Max Weber había pronunciado en Munich el 28 de enero de ese mismo año. Se trataba de la segunda conferencia de un ciclo organizado por la asociación de estudiantes Freistudentischer Bund. La primera le había sido encomendada asimismo a Max Weber y había sido pronunciada por éste el 7 de noviembre de 1917. Su tema había sido <<La ciencia como profesión>>. Las páginas que siguen exponen, en primer lugar, el contexto intelectual e histórico de la conferencia La política como profesión (I). Después de un resumen de la estructura del libro (II), se hace una exposición sobre dos cuestiones planteadas en el mismo: la primera hace referencia al concepto alemán de <<profesión>> (Beruf) que figura en el título de la conferencia y del libro (III) y la segunda tiene que ver con el tipo de relación existente entre la actividad política y la ética (IV).
Julián Abellán
La política como profesión
[...] Para el hilo de nuestras consideraciones sólo afirmo algo puramente conceptual, que el Estado moderno es una organización de dominación de carácter institucional, que ha intentado, con éxito, monopolizar la violencia física legítima dentro de un territorio como medio de dominación y que, para este fin, ha reunido todos los medios materiales de funcionamiento en manos de sus dirigentes, pero expropiando a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de esos medios por derecho propio y poniendo en la cúspide a sus propios dirigentes en vez de aquellos.
Y en el transcurso de este proceso de expropiación política, que se ha dado en todos los países de la tierra con diferentes resultados, surgieron las primeras categorías de <<políticos profesionales>> en un segundo sentido, en el sentido de gentes que no querían ser ellos mismos jefes, como los líderes carismáticos, sino que entraban al servicio de los jefes políticos -incialmente al servicio de los príncipes, precisamente-. Ellos se pusieron a disposición de los príncipes en esa lucha e hicieron del servicio a la política de éstos un medio de ganarse la vida y también un ideal de vida. De nuevo, sólo en Occidente encontramos este tipo de políticos profesionales, distintos a los príncipes, al servicio de otros poderes. En el pasado fueron su instrumento de poder y de expropiación política más importante.
[...] En el pasado las recompensas típicas que los príncipes, los conquistadores triunfantes y los jefes de partido exitoso daban a sus seguidores eran los feudos, las donaciones de tierra, las prebendas de todo tipo; y con el desarrollo de la economía monetaria fue una recompensa específica el cobro de dinero por los servicios administrativos y judiciales. Las recompensan hoy son los cargos de todo tipo en los partidos, en los periódicos, en las cooperativas, en las cajas de seguro de enfermedad, en los municipios y en el Estado, que son repartidos por los dirigentes de los partidos como pago por los servicios leales prestados. Todas las luchas entre partidos no son solamente luchas por sus objetivos programáticos, sino sobre todo por el reparto de cargos entre sus seguidores. En Alemania, todas las luchas entre las reivindicaciones centralistas o particularistas, giran sobre todo alrededor de qué poderes han de tener en sus manos la distribución de los cargos, si los de Berlín o los de Munich, los de Karlsruhe o los de Dresde. Los partidos políticos sienten mucho más una reducción de su participación en los cargos que las acciones en contra de sus objetivos programáticos. En Francia, un cambio políticos de prefectos siempre ha producido más ruido y ha sido considerado como una transformación mayor que una modificación de el programa de gobierno, que tenía una significación casi puramente retórica. Algunos partidos, por ejemplo los de América, desde la desaparición de la vieja controversia sobre la interpretación de la constitución son puros partidos cazadores de cargos, que van cambiando su programa según sus posibilidades de captar votos. En España, hasta estos últimos años, los dos grandes partidos se alternan en un turno establecido convencionalmente, bajo la fórmula de <<elecciones>> fabricadas desde arriba, para proveer con cargos a sus respectivas clientelas. En las colonias españolas, tanto las llamadas <<elecciones>> como en las llamadas <<revoluciones>>, se trata siempre del pesebre del Estado, del que los vencedores desean ser alimentados.
[...] La vanidad es una característica muy extendida, y tal vez nadie esté libre de ella. En los círculos académicos e intelectuales es una especie de enfermedad profesional. Pero en el intelectual precisamente es relativamente inocua, por muy antipática que se manifieste, en el sentido de que, por regla general, no daña a su actividad científica. En el político tiene otras consecuencias totalmente distintas. El político opera con la ambición de poder como un medio inevitable. <<El instinto de poder>>, como suele llamarse, pertenece de hecho a sus cualidades normales. Pero el pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza cuando esta ambición de poder se convierte en algo que no toma en cuanta las cosas, cuando convierte en objeto de una pura embriaguez personal, en vez de ponerse al servicio exclusivo de la <<causa>>. Pues en el terreno de la política sólo hay, en última instancia, dos clases de pecados mortales: el no tomar en cuenta las cosas y la falta de responsabilidad, que con frecuencia es idéntica a aquélla, aunque no siempre. La vanidad, esa necesidad de ponerse así mismo en el primer plano lo más visiblemente posible, es lo que con mayor fuerza conduce al político a la tentación de cometer uno de esos dos pecados, o los dos. Y el demagogo, tanto más por cuanto está obligado a tomar en cuenta <<los efectos>> que él produce, se halla efectivamente en continuo peligro de convertirse en un actor y de tomar a la ligera su responsabilidad por las consecuencias de sus acciones, preocupándose solamente por la <<impresión>> que produce. Su falta de tomar en consideración la realidad le hace proclive a ambicionar la apariencia brillante del poder en vez del poder real, pero su falta de responsabilidad le lleva solamente a disfrutar del poder por sí mismo, sin una finalidad objetiva.
* Max Weber (Sociología del poder) Los tipos de dominación
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