Hans Jonas (Poder o impotencia de la subjetividad)

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

[...] Podríamos decir que Jonas defiende una imagen del hombre como un ser imperfecto pero esencialmente libre y, en tanto que libre, sujeto moral. Sin embargo, al haberse convertido en objeto de su propio poder tecnológico, la imagen del hombre se encuentra amenazada. Ejemplo de ello lo encontramos en la medicina. Los grandes avances de esta disciplina han contribuido a alargar inusitadamente la esperanza de vida y a mejorar mucho el estado de salud. Sin embargo, las técnicas de prolongación de la vida y los nuevos tratamientos han planteado problemas éticos como la eutanasia, la renuncia voluntaria al tratamiento, etc, al extremo de imponer la necesidad de hablar de un «derecho a morir dignamente». Las investigaciones en el campo de la genética, por otra parte, amenazan con agredir directamente esa imagen del hombre y están planteando serias preguntas de índole moral: su conveniencia, si las aplicaciones médicas pueden justificar el uso de embriones humanos para la experimentación; y también muchas hipótesis que suscitan todavía dudas: la clonación humana, la sombra —que proviene de un pasado nada remoto— de la eugenesia y el paso de ésta a la tecnología genética, es decir, la aplicación de la capacidad creativa y transformadora del Homo faber aplicada a sus iguales. Cuestiones que hasta ahora eran tratadas en la literatura de ciencia ficción, con ejemplos ilustres, como Un mundo feliz, de Aldoux Huxley, o 1984, de George Orwell, deben ser recogidas con urgencia en la reflexión ética y hay que generar una casuística acorde con la problemática que plantean. 

Esa realidad nueva impone la necesidad de crear nuevos principios, y también una metodología desconocida, lo que Jonas denomina la «heurística del temor». La ética de la responsabilidad se dota de principios, los inventa o halla —eurísko— a partir de «aquello que hay que evitar». Es, pues, una metodología negativa, que parte del conocimiento del malum para establecer dónde radica el bonum, y generar entonces los principios que obliguen a su preservación. La filosofía moral «tiene que consultar antes a nuestros temores que a nuestros deseos». 

El saber de ese malum, aunque no puede aspirar más que a ser un saber probabilístico, se impone como el primer deber de la ética, y es suficiente «para los fines de la casuística heurística que se coloca al servicio de la doctrina de los principios éticos». La casuística clásica pone a prueba los principios ya conocidos; la casuística de la ética de la responsabilidad, a través de la heurística del temor, rastrea y descubre los todavía desconocidos. Los nuevos principios no pueden ser apodícticos, sino que se generan a partir de, y se basan en, probabilidades, pero no por ello dejan de tener valor moral y, dadas las circunstancias, se imponen como necesarios. 

En el ámbito de la experimentación científica la heurística del temor adopta la forma de un rotundo in dubia contra projectum, el imperativo fundamental para el cuerpo científico es la prudencia, y también la modestia en los fines: hay que dar mayor crédito a las profecías catastróficas que a las optimistas. El principio de responsabilidad exige en cierto modo una especie de «política científica» que va más allá de los valores propiamente científicos como el respeto al procedimiento, la neutralidad ante los resultados, el honor a la verdad. Jonas no se opone al progreso científico ni al tecnológico, pero advierte que éste debe ser responsable y rompe con los tópicos de la neutralidad, la inocencia y la independencia de la práctica científica. La investigación científica actual es subsidiaria en gran medida de los resultados que genere su aplicación práctica, y es desde esta perspectiva que se orienta la investigación, la dirección hacia la que debe buscar, además de que la financiación depende de inversiones públicas o privadas que se producen con la expectativa de algún beneficio posterior en forma de aplicación tecnológica. Al haber desaparecido la frontera entre teoría y práctica, cualquier investigación en el campo de la ciencia debe ser sometida a examen por parte de la ética. Esta reflexión se puede llevar a cabo desde una opinión pública bien informada, desde un humanismo científicamente informado y advertido de los peligros de ciertas orientaciones de la investigación. Es, no obstante, en el seno del cuerpo científico donde esta conciencia de la responsabilidad debería hacerse práctica habitual. Como decíamos más arriba, una buena guía de actuación podría ser el imperativo de mantener incólume la imagen del hombre.

[...] La propuesta jonasiana puede caracterizarse como una invitación a que la humanidad se imponga y persiga unos fines más modestos, tanto en lo tocante al control sobre la explotación del medio natural como hacia sí mismo y su ansiada perfección. Sin embargo en la obra de Jonas no hay lugar al pesimismo, todo lo contrario, esa admiración por la dignidad del hombre y esa esperanza, también modesta pero real, en su capacidad de ejercer un control sobre su propio saber, conmueven al lector, que acaba entendiendo que el afán prometeico del hombre tiene o se impone que tenga límites, y que el reto —éste nada modesto— es la construcción y la perpetuación de la dignidad humana dentro de ellos.

Illana Giner

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