Oriol Quintana (Filosofía para una vida peor) Brevario del pesimismo filosófico del siglo XX

[...] vela sobre todo conato de excepción; toda preeminencia queda silenciosamente nivelada; todo lo originario se torna de la noche a la mañana banal, como si fuera cosa ya largamente conocida. Todo lo laboriosamente conquistado se vuelve trivial. Todo misterio pierde su fuerza.

Es como si la medianía, ese ámbito en el que existimos cotidianamente, llevara a cabo una nivelación de todas las posibilidades del ser. Vivir en el uno y en la medianía nos produce una especie de tarifa plana existencial. Al final, todo es lo mismo porque toda intensidad acaba disolviéndose, seguramente porque todo se ha hecho, quizás de manera inconsciente, de cara a la galería. Uno termina los estudios, encuentra trabajo, se enamora, pide un hipoteca y se casa; tiene un par de hijos, entierra a sus padres; les es infiel a su mujer (o le es fiel) y se divorcia (o no); trabaja largos años, se jubila y muere. En realidad, todo son posibilidades a mano que dan lo mismo.

El concepto de medianía resuena para los lectores en español al hecho de pertenecer a la clase media. Ya en el capítulo sobre George Orwell nos asomamos brevemente a lo trágico de la vida en esa posición social, y de hecho miles de novelas y films, empezando por las novelas realistas del siglo XIX, estilo Madame Bovary, han explorado al sujeto de todas las posibilidades. Pero Ser y Tiempo destaca por haber hecho del tema el objeto de la reflexión filosófica en el sentido más especializado. Heidegger forja, por ejemplo, el término habladurías (en alemán gerede) para explicar el único tipo de conocimiento al que se puede aspirar en la clase media, como el único y verdadero horizonte de conocimiento al que se llega.

El término se refiere, por supuesto, a aquello de lo que uno habla; lo que en su sentido más literal nos remite al chisme y al cotilleo. Quizá se podrá objetar que el típico miembro de la clse media no está chismorreando durante las veinticuatro horas del día, lo que sin duda es cierto; pero cuando Heidegger usa el término habladurías se refiere a una más amplia gama de fenómenos. Por ejemplo, fijémonos en la cuestión de la actualidad en los medios de comunicación; aquellos temas que ocupan las portadas en periódicos e informativos; aquello que determina gran parte de nuestras conversaciones o que, como mínimo, constituye el trasfondo, el decorado de nuestro paisaje social cotidiano. ¿Quién decide de qué se habla? ¿Quién determina la actualidad? En realidad, nadie. Exactamente, es imposible señalar un responsable último. Son los medios, los jefes de redacción y directores los que, en realidad sin conspirar para ello, pero sin querer evitarlo, acaban copiándose mutuamente en cuanto a los temas de portada, para no quedarse fuera de la actualidad. Se trata de un típico proceso de psicología de grupo, de conformidad, del sesgo colectivo en el juicio y en la toma de decisiones: el centro de atención del que quiere estar al día no es ni sus deseos ni sus intereses o preocupaciones; no confía en absoluto en su propio criterio. En realidad, si lo tiene, lo reprime. No hay más interés que saber encontrar aquello de lo que todo el mundo habla. 

Así, como no podía ser de otra manera, la actualidad resulta ser de lo más arbitrario. Su único interés es que, al parecer, le interesa a la gente. No se debe preguntar; sin embargo, por qué le interesa. En realidad, no hay ninguna razón para ello; en realidad, es posible que la noticia no tenga interés de por sí. Quizás el periodista que la propuso creía que interesante por alguna razón concreta. Pero, desde el momento en que la gente deje de prestarle interés, desaparecerá de la actualidad. No importa que el asunto siga abierto o tenga implicaciones que afecten a muchos; se abandona sin más. Porque las habladurías, diría Heidegger, se mueven por lo que él mismo llama la avidez de novedades. Si algo no tiene otro interés que ser nuevo o que ser lo que interesa, así impersonalmente, lo normal es que pronto deje de interesar: no le interesaba a nadie en particular desde el principio. Por esta falta de interés personal (el único verdadero), la actualidad se renueva constantemente y, por ello, todo lo originario se torna banal, como citábamos antes. 

Detengámonos solo un instante más en los engranajes de este mecanismo por el que se selecciona un tema potencialmente interesante para el público en general —aunque no interesa ni afecte a nadie en concreto—, se lanza a la actualidad y se abandona a los pocos días, sustituido por otro de parecidas características. Tal fenómeno fue estudiado indirectamente ya por Platón en La República, al indagar sobre la naturaleza del sistema democrático. Pero, en 2005, un filósofo estadounidense llamado Harry G. Frankfurt consiguió desentrañarlo magistralmente en un brevísimo escrito titulado On Bullshit, sobre la manipulación de la verdad. La raíz de la insatisfacción del hombre que vive en la medianía es que aprende a no amar la verdad y, en último término, a dejar de buscarla. Según Frankfurt, existen frases verdaderas, frases falsas y luego están las frases bullshit, palabra, de nuevo, difícil de traducir, pero próxima a la habladuría heideggeriana. En nuestro opinión, la mejor traducción es posiblemente gilipollez o chorrada, y, si al lector no le parece mal, usaremos alguno de estos términos tan expresivos. Las chorradas se profieren cuando uno habla sin prestar atención a lo verdadero, cuando uno busca no revelar u ocultar una verdad, sino simplemente causar una impresión en el que escucha, generalmente una impresión favorable, que busca su simpatía, su benevolencia. 

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