Olalla Castro Hernández (Entre-lugares de la Modernidad) Filosofía, literatura y Terceros Espacios

EL GRAN RELATO DEL CAPITALISMO NEOLIBERAL Y LA NUEVA UTOPÍA DEL MERCADO TOTAL

[...] ¿Cómo se enmarcara, al fin, un proyecto tan inhumano como lo es el neoliberal y se hace pasar, a ojos vista de la sociedad, por un proyecto que sigue teniendo al ser humano como centro?

La respuesta es sencilla y, a la vez, tremendamente retorcida: cambiando el propio concepto de sujeto y haciendo que sus objetivos, creencias y valores no sean ya los que proponían las utopías marxista, positivista e ilustrada. El bien común, la justicia social, la colectivización de los bienes, el progreso dirigido a una humanidad hermanada, la igual de los seres humanos, la pertenencia a una clse proletaria internacionalista, los lazos universales entre las personas..., son sustituidos por un concepto hedonista y neonarcisita de lo humano, donde se procura aislar al sujeto en la inmediatez de su mundo cotidiano, creándole la sensación de estar conectado con el mundo a través de la pantalla, de intercesores que contribuyen a generar la suficiente distancia psicológica y emocional para que realmente no se produzcan los procesos empáticos necesarios para considerar al otro parte de nosotros mismos, proponiendo toda una seria de divertimentos y entretenimientos encaminados a ala felicidad individual (que se cifra ya en el terreno de lo puramente libidinal, en el ámbito de los deseos satisfechos). Este proceso de individualización, que Lipovetsky denomina proceso de personalización, es una de las consecuencias del triunfo del metarrelato neoliberal y supone uno de los cambios más profundos en esta nueva etapa posmoderna de la Modernidad:  

El ideal moderno de subordinación de lo individual a las reglas racionales colectivas ha sido pulverizado. El proceso de personalización ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la singularidad subjetiva, a la personalidad incomparable sean cuales sean por lo demás las nuevas formas de control y de homogeneización que se realizan simultáneamente (Lipovetsky, 2006:7).

La felicidad y la libertad dejan de de ser aspiraciones globales, valores deseables para el común de una especie, la humana (como pretendía supuestamente la utopía ilustrada), o para la clase obrera incluida por el capitalismo (como pretendía la utopía marxista). En un mundo donde la categoría de clase social está supuestamente desfasada o donde la existencia no posee un sentido humanista, pretende romper los lazos que antes nos mantenían unidos. No nos sentimos profundamente vinculados ya, como ocurría en anteriores etapas de la Modernidad, a una abstracción tan «tangible» como lo es la pertenencia a una clase social. El sujeto social se sustituye por el individuo, que decide «libremente», sin filias y fobias, sus empatías, en función de factores emparentados directamente con el Mercado (gustos, modas, aficiones, filiaciones a equipos de deportivos o idolatrías a estrellas del rock). No somos una especie que esté comprometida ya, como lo estaba (al menos en el ámbito puramente discursivo) en etapas anteriores de la Modernidad, con el resto. Así, la utopía del mercado total consigue que su lógica se imponga en la vida cotidiana del sujeto, convenciendo al mismos de que se es más feliz y más libre en tanto se poseen más bienes y en tanto los impulsos y deseos materiales e intelectuales se satisfacen con la mayor inmediatez. La separación que la Modernidad hace de una razón instrumental, una razón estética y una razón ética «tiende crecientemente a ser reabsorbida por una sola lógica que construye el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, a partir de la lógica expansiva de la eficacia y el rendimiento del capital» (Lancer, 2002:55).

La utopía del mercado total genera, como lo hicieron las utopías precedentes, su propia mitología. Algunos de los mitos funcionales de esta nueva utopía, que Lancer recorre uno a uno magistralmente, son: el mito del crecimiento ilimitado (al Mercado no le importa si los bienes están en manos de unos pocos; no le incomodan al revés, precisa de ellos— sus excluidos, como no le importa acabar con los recursos naturales del planeta, mientras el crecimiento de la producción y el consumo de bienes sean exponenciales); el mito de corte hobbesiano de la egoísta naturaleza humana (que resulta ser un mito tan esencialista como lo eran los mitos más plenamente modernos y que está basado igualmente en la creencia en la universalidad de ciertos rasgos de lo humano; a través de este mito se justifica la existencia de un Estado de control, sancionador y profundamente burocratizado); el mito del desarrollo lineal y progresivo de la tecnología; el mito de la tolerancia y de la diversidad cultural (bajo un clima de eclecticismo superficial y enfocado hacia el mercado, sus productos y sus potenciales consumidores), el mito de una sociedad sin intereses, sin estrategias, sin relaciones de poder y sin sujetos, bajo el que se oculta el poder oligopólico del mercado, etcétera.  

Lo que hemos aceptado denominar como Posmodernidad (en su versión triunfal) se caracteriza al fin, por una exacerbación de lo moderno, un movimiento que lleva al límite los presupuestos de la Modernidad, en cuyo camino han ido mutando, cambiando su sentido, que no creyendo, los más importantes conceptos modernos, hasta el punto de quedar completamente desvirtuados en muchas ocasiones, incluso de llegar a ocupar sus nuevas posiciones totalmente vacíos de contenido (la reapropiación de todos los grandes conceptos y valores modernos por parte del lenguaje publicitario han convertido a la belleza, la verdad, la revolución, la libertad..., en hueros eslóganes que pululan por los anuncios de productos cosméticos, vehículos y perfumes, tristemente vacíos de significado y de historia). 

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